FlamingJune

El Reino interior

Una noche soñé que trabajaba para Margaret Thatcher. Era mi último día allí y el momento de despedirme. Margaret no estaba en el gran palacio donde nos encontrábamos, pero me había dejado un regalo: un hermoso zapato azul que mis compañeras me entregaban en una caja finamente decorada.

Mi nombre es Cristina, mi hermano, de cariño, me dice «Cristo». Algunos de mis mejores amigos me llaman «Crisis Hincapié», y por la composición de mi apellido y mi incansable búsqueda, otros me conocen como «Cris Hipie». Estudié psicología, y de la mano de la riqueza de imágenes que provee el mundo del arte en el que crecí, por fortuna, descubrí en esta herramienta para comprender el alma humana, la posibilidad de conocerme a mí misma. Aprender a observar y a escuchar me ha permitido observarme y escucharme, y en las historias que me cuentan me he ido contado a mí misma. He sido paciente fervorosa de la psicoterapia durante años, practico diariamente el olvidado ejercicio del autoconocimiento, escribo con detalle mis sueños, me permito mirar en el espejo de lo simbólico las ideas, las emociones y la vida que voy tejiendo con el universo en el que acontezco. Como los «maestros del desierto», e incluyamos de una vez a las maestras, he decidido emprender el viaje del camino interior.

Varios años después de graduarme como psicóloga decidí hacer una maestría en teología. No tengo una respuesta exacta ni única cuando me preguntan: ¿por qué teología? Siempre surge una distinta, porque son muchas y cada vez más. Entre ellas, evidentemente, están las huellas que ha dejado mi acercamiento a las teorías del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. A lo largo de su obra, Jung sostuvo que la vida simbólica del ser humano está ligada al sentido de la vida, tema en el que, sin duda, las religiones con sus rituales, imágenes y divinas providencias, han proveído a la psique de esa profundidad que alimenta las necesidades del alma humana.

Sol ardiente de junio (Flaming June) - Lord Frederic Leighton.

También los sueños son manifestaciones de esta vida simbólica y es común que lo sagrado hable al corazón de la humanidad a través de ellos. El zapato que aquella mujer me regalaba esa noche, mientras dormía, ha sido la posibilidad de caminar, siendo llevada por una sabiduría que habita en mí y que me ha permitido transitar los caminos del alma y su relación con lo divino.  

No pienso entrar en detalles políticos para explicar la presencia de Margaret Thatcher, aunque tiene mucho sentido lo que esto representa en mi andar como teóloga, pues enfrentarme a ideas y conceptos «conservados» y «conservadores» acerca de lo femenino en este ámbito del conocimiento y en la Iglesia, ha sido una tarea necesaria, especialmente en el tema que más ha cautivado mi interés y en el que me he sumergido con mayor gusto académicamente: el bien y el mal.  

Al principio, como la Thatcher, sentía que pisaba un terreno «poco común» y como en una escena de La dama de hierro, ví mis tenis de colores entre decenas de zapatillas masculinas, siendo, como ella, la única mujer en medio del «parlamento teológico».

Por fortuna, y con las diosas siempre en mi camino, me encontré con cientos de mujeres que se han preguntado por lo sagrado y que han emprendido el camino de la comprensión de la divinidad. Solo tuve una maestra mujer, pero con ella entendí que en la Biblia somos más que putas, madres o vírgenes, y conocí a las mujeres del antiguo Israel que hablaban con Yahvé en sueños.

Intentando concretar mi tesis, descubrí a las místicas, aquellas que han buscado en el silencio y en el arte las imágenes de lo trascendente; con mis compañeras de clase, muchas de ellas novicias, otras laicas, recordé el valor de la entrega a los demás; en los congresos, cursos y encuentros, me he acercado a la teología feminista, queer, negra, indígena, y con asombro he visto cada vez con más claridad la importancia de nuestro papel en la historia de las religiones; con mis preguntas sobre el bien y el mal y la influencia de los discursos religiosos en lo individual y lo colectivo frente a estas categorías, me emocioné al descubrir la teología de la liberación, la política y la social; y en mi deseo por ser teóloga, la posibilidad de valorar, cuestionar, reflexionar y ayudar a reconstruir lo que hemos hecho con el gran regalo de la libertad que se nos ha dado.

Como Tales de Mileto, creo que «todo está lleno de dioses» —y diosas—; como los místicos, que uno nunca está solo porque lo sagrado está en todo lo que palpita en este mundo;  como muchos estudiosos de la psicología profunda, que la divinidad se sustituye en el mundo moderno y que allí, donde el vacío de lo divino se presenta, el alma busca algo que adorar, procurando que la vida se provea de riqueza y sentido.

Hacer teología, para mí, es como comprender mis sueños. Es un arte que implica tejido,  observación, diálogo, reflexión, conectarse con lo simbólico, y al final, aceptar que el Misterio debe seguir siendo misterio, incluso si es tocado por el fuego de la consciencia.

Cristina Hincapié Hurtado. Nació en Medellín, Colombia en 1985. Es psicóloga egresada de la Universidad de Antioquia y magíster en Teología de la Universidad Pontificia Bolivariana. Fue cofundadora del Centro C.G. Jung, Medellín donde impartía cursos de psicología y religión. Ha realizado diplomados en arte terapia, religión y política y en temas relacionados con el conflicto armado, la construcción de paz y los procesos de resistencia no violenta. Ha publicado diversos artículos académicos en los que habla especialmente de la relación entre psicología y religión, la Teología de la Liberación y su tema de profundización e investigación: el bien y el mal.

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