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La fe cristiana y el paganismo en J.R.R. Tolkien

Ancho y complejo es el mundo espiritual que expande el escritor John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973), creador de la Tierra Media. Detrás de sus novelas épicas El Hobbit (1937) y El señor de los anillos (versión final de 1949), y las obras póstumas editadas por su hijo Christopher, El Silmarillion (1977), El Libro de los cuentos perdidos (1983), La Historia de la Tierra Media (1983-1996), Los Hijos de Húrin (2007) y La Caída de Gondolin (2018) subyace una fe intensa y provocadora.  

Tolkien era un erudito que se basó en la herencia vital nórdica y anglosajona para re-crear, mediante el lenguaje poético, un mundo propio. Su obra literaria, cargada de símbolos narrativos, acoge tradiciones olvidadas, al borde de la desaparición, y reconstruye narrativas medievales y antiguas, ante el deseo de crear una nueva mitología para Inglaterra.  

Pero también Tolkien era un cristiano de orientación católica. A la muerte de su padre y su madre, fue criado junto a su hermano por un sacerdote, el padre Francis, y aprendió de él los valores clásicos de esta expresión religiosa. Tolkien nunca dejó practicar su fe, lo que se evidencia en el acompañamiento que hizo a su amigo, el también escritor C.S. Lewis, cuando éste decidió convertirse al cristianismo.  

Alan Lee. The Lord of the Rings.

He escuchado argumentos por parte de creyentes puritanos, quienes afirman que es imposible que un cristiano permita el uso de la magia en una obra literaria, y eso de remontarse a las tradiciones paganas se ha convertido para algunos fundamentalistas en motivo de escándalo, incluso de prohibición al acercamiento a sus obras.

Efectivamente, Tolkien retoma en su obra tradiciones del mundo medieval cristiano y del mundo nórdico pagano, como la poesía eddica. Cabe decir que este escritor tenía un profundo conocimiento de idiomas antiguos y modernos, y a través de ellos pudo acceder a los mitos que estaban al borde de la desaparición. Así que buscó rescatar estas mitologías y fundirlas en una obra literaria.

Por otro lado, hay investigadores que se inclinan a pensar que Tolkien creó la Tierra Media a partir de las doctrinas cristianas clásicas, como es el caso de Joseph Pearce cuando escribe: «La teología de El Silmarillion es de naturaleza ortodoxa, notablemente similar a las doctrinas del cristianismo tradicional». Así, trata de vincular a Tolkien con los dogmas católicos e interpretar alegóricamente a sus personajes y temas, como es el caso del personaje Melkor, señor oscuro y maestro de Sauron en esta mitología, de quien afirman algunos intérpretes que se trata del Satán del cristianismo, mientras que Manwë sería el Arcángel Miguel.

Sin embargo, ambas perspectivas, la de querer convertir a Tolkien en un «pagano anticristiano» y la de buscar que su obra se parezca a una alegoría del catolicismo romano, me parecen exageradas. Como advirtió el mismo Tolkien: «Me desagrada la alegoría apenas la huelo». Tal vez fue por esto que no sintió mucho entusiasmo hacia la obra de C.S. Lewis, Las crónicas de Narnia, la cual es, abiertamente, una interpretación alegórica de la teología clásica cristiana.

Alan Lee. The Lord of the Rings Sketchbook .

Los cuentos de Tolkien van más allá de ser meras alegorías del cristianismo. Son más bien una reivindicación de relatos tradicionales, enterrados por la cultura industrial y aplastados por la religión reinante. Lo que este escritor llama «cuentos de hadas» son narraciones fantásticas con la capacidad de consistencia interna y fuerza espiritual. Él considera que son una manifestación elevada del arte, la cual necesita de cuidado, creatividad y sospecha ante la modernidad, para no quedarse esclavizado a su técnica.

Tolkien llama a la elaboración de estos cuentos Mythopoeia, creación de mitos. Su mitología puede ser concebida como un proceso sincrético de creación literaria en el que el autor rescata narraciones antiguas y a la vez mantiene las verdades fundamentales de su fe. 

Lo que hay de cristiano en la obra de Tolkien no son las correspondencias alegóricas que se puedan hallar entre Frodo y Cristo, Gandalf y Moisés, Sauron y el Diablo. Se trata más bien del ejercicio de la creatividad, un don mediante el cual se podían crear o «sub-crear» universos imaginarios a imagen y semejanza de un Dios que ha hecho al mundo. Tolkien pensaba que la creatividad es una forma elevada de alabanza a Dios.

Por otro lado, hallamos en su obra un mensaje interno que corresponde a la fe cristiana que profesaba Tolkien, como es la tenacidad en medio de la angustia, la solidaridad ante el peligro de la traición, la compasión ante los que sufren, el reconocimiento del mal que nos seduce y las sospechas ante el poder, el cual está simbolizado en el anillo de Sauron: «Un Anillo para gobernarlos a todos, un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las Tinieblas».

La opción frente al ejercicio desmedido del poder es el camino de la renuncia. Por esto Frodo se decide a destruir el anillo. Es interesante que el destino de toda la Tierra Media quede en manos de un pequeño campesino, quien tiene la misión de luchar en contra de las fuerzas oscuras que pretenden dominar a los pueblos libres.

Un tema fundamental en la concepción del mundo de Tolkien es la esperanza. Esta es la virtud de las virtudes en su obra. «Donde hay vida, hay esperanza», dice Bilbo cuando los enanos creen que están encerrados sin salida en una montaña. Y en El señor de los anillos se unen hombres, elfos, hobbits y enanos en una batalla, no solamente militar contra un enemigo externo, sino también personal, con el fin de mantener la esperanza ante el temor y las debilidades propias.  

En El señor de los anillos no se menciona directamente a Dios y hay pocas referencias a una religión particular. Sin embargo, El Silmarillion contiene las creencias y la mitología de la Tierra Media en la cual los Valar (seres sagrados) son reverenciados, y todos ellos adoran al Dios único, Eru o Ilúvatar, creador de todas las cosas, quien tiene características similares al Dios del cristianismo. Los Valar, en cambio, corresponden a arcángeles y toman formas parecidas a los dioses de las mitologías greco-romana, celta y germánica. De este modo funde Tolkien su creencia en un Dios único con la idea de que en otras religiones y culturas hay huellas de lo sagrado que llevan a la fe. Tal fue lo que le dijo a C.S. Lewis en la noche de la conversión de este, que las demás culturas y religiones no eran mentiras sino caminos en los que había semillas de la verdad del evangelio, pero que el evangelio pleno se daba en Jesucristo. Para ambos escritores los dioses de las demás religiones son manifestaciones angélicas o demoníacas que las personas han experimentado y han nombrado desde sus propias culturas.

Alan Lee. The Lord of the Rings.

Notables críticas se han hecho en los últimos años a la obra de Tolkien y vale resaltar algunas de ellas, como el hecho de que los personajes buenos tienden a ser muy buenos, y los malos, muy malos. Sin duda, aquí se filtra la visión maniquea que ha amenazado al cristianismo desde hace muchos siglos, la de una separación entre el bien absoluto y el mal absoluto, entre el alma y el cuerpo, entre el más allá y el más acá, como dos mundos en conflicto, y que en la obra de Tolkien no pasa desapercibida. Sin embargo hay que aclarar que los personajes la Tierra Media saben que, al embriagarse en exceso con los símbolos del poder, pueden terminar convertidos no en sujetos sino en objetos de ese dominio, como sucede con Gollum y con los elfos orgullosos en las narrativas de El Silmarillion.

También debe reconocerse que la obra de Tolkien carece de erotismo. Sus escritos se funden en una visión medieval del mundo en la cual la sexualidad pertenece a la esfera privada (y casi exclusivamente a la de la procreación); la descripción de mujeres y hombres, tan llenos de belleza y magia, parece atrofiarse cuando el autor no se atreve a mencionar siquiera los impulsos sexuales que despiertan, ni el ejercicio del placer a través de sus cuerpos.  

Finalmente, debe resaltarse el gran valor simbólico que despliega su obra y la importancia que ha tomado en los últimos años, no sólo con las interpretaciones cinematográficas de sus historias, sino también desde la época del movimiento hippie de los años sesenta, pasando por la influencia que la Tierra Media tiene en las artes plásticas, la música y en escritores recientes de literatura fantástica, que casi siempre quedan a la sombra de Tolkien.

La dimensión espiritual de la Tierra Media habita en el caminar de las últimas generaciones y ha llevado a muchos a enarbolar banderas de esperanza para combatir el salvajismo que intenta destruir la naturaleza, mediante la hermandad, la fe y la afirmación de la vida.

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