sufrimiento

¿Dónde está Dios mientras la gente sufre?

Una aproximación desde Stanley Hauerwas

El asunto del sufrimiento humano ha tenido diferentes aproximaciones a través de la historia. La filosofía, la teología y la ciencia han hecho sus aportes, tratando de entender y resolver tan complejo aspecto de la vida humana. Parece que entre más queremos explicar dicho fenómeno, más difícil se vuelve comprenderlo. Es como si cada respuesta mostrara la imposibilidad de responder definitivamente.

Uno de los aspectos más difíciles de mi ministerio como sacerdote es acompañar a las personas que sufren, especialmente por la muerte de un ser querido. Aún recuerdo hace dos años un momento muy perturbador. Era una mañana fría de otoño, estaba en mi oficina y recibimos una llamada del jefe de policía de la ciudad pidiendo un sacerdote hispano para atender a una familia que no hablaba inglés. Fui hasta la casa y allí me enteré que el pequeño Luis, de un año y medio, había amanecido muerto. En medio de la confusión, del dolor desgarrador de los padres y los abuelos, de las diligencias legales, de la romería de gente entrando y saliendo de la casa, yo debía servir de traductor y pastor a la vez. Estuve con ellos todo el día, después empezaron a llegar más familiares y amigos, y en la noche, después de no haber comido nada en todo el día, traje unas cajas de pizza y nos sentamos en el piso a comer en silencio. Los días siguientes la tristeza fue dando paso a la voz y los padres y abuelos del pequeño empezaron a contar las pocas anécdotas que pudieron recolectar en tan corta vida.

Esta reflexión recoge algunos puntos que el teólogo norteamericano Stanley Hauerwas explora y expone en su libro «Dios, medicina y sufrimiento», a través del lente de los niños agonizantes como uno de los casos más perturbadores de sufrimiento. Este autor ha sido distinguido como uno de los teólogos contemporáneos más influyentes por sus escritos en el campo de la ética médica, la política y la filosofía, siendo reconocido en el 2001 por la Revista Times como el «mejor Teólogo de Estados Unidos» (un título algo controvertido, pero de alguna manera diciente). El telón de fondo del asunto es la pregunta acerca del mal y las diferentes maneras de explorarlo, especialmente las aristas teológicas que surgen de dicha cuestión. No se trata aquí de hacer un análisis exhaustivo acerca del dolor, sino de presentar algunos puntos que me parecen interesantes en una discusión abierta e inconclusa.

Nos enfrentamos al misterio del sufrimiento que, según el autor, es distinto como experiencia que como objeto de estudio bajo el presupuesto de que Dios es el culpable o el causante de éste. El obstáculo para responder a la pregunta acerca del mal en general y del sufrimiento en particular es que estos se exploran desde una perspectiva mental o racional con muy poca atención a la vida de los individuos. Hauerwas apunta que «ningún sufrimiento es igual a otro». Entonces la forma como aborda este complejo tema es contando historias específicas, porque la mayoría de las personas se identifican con narraciones concretas y particulares de quienes han sufrido. De una u otra manera la gente se siente más cercana a una historia real, sobre todo cuando tratan de darle sentido a una situación de sufrimiento, ya que les hace sentir que no están solos en el camino sino que comparten esta dolorosa aventura con muchos otros.  

Silenciosamente, el mal se inserta en la narrativa del sufrimiento, especialmente en la cristiana. El autor propone que el mal se convirtió en un problema cuando los cristianos empezaron a formular su fe como defensa del status quo, como un «ethos necesario para sostener el imperio». Para los primeros cristianos el mal no fue un asunto a resolver sino que era parte de la vida como algo que se debe enfrentar para ayudar a la comunidad (de aquí la experiencia del martirio como un momento de profundo dolor pero también rico en sentido). Por consiguiente, el lugar de Dios en esa horrible experiencia no era un problema, porque Él no sería la última causa del sufrimiento y la muerte. Como San Pablo dice, el cristiano se regocija en la tribulación (Rom 5:3) porque a través de ella se identifica con el mismo Jesucristo crucificado. Así, la fe se vuelve lugar de sentido para comprender el sufrimiento.

Junto al lecho de muerte - Edvard Munch

 

 

 

«…no es posible superar adecuadamente el sinsentido del sufrimiento si seguimos pensando sobre la vida y la muerte como experiencias privadas e individualistas».

Ahora bien, ¿cuál es el rol de la medicina como herramienta para eliminar la enfermedad y el dolor como fuente de tribulaciones? Esta ciencia también tiene una teodicea, es decir, una manera de contar a Dios que es propia de la Ilustración y que se ve a sí misma como una herramienta del conocimiento capaz de resolver el gran enemigo llamado «sufrimiento humano». Por lo tanto, la ciencia médica se identifica más con curar que con cuidar. Desde el presupuesto de la enfermedad como un enemigo a destruir, toda enfermedad carece de sentido. La medicina tomó entonces el lugar de Dios como «dador de vida», pero la muerte permanece como un enemigo invencible. Dice Hauerwas que «la enfermedad es un absurdo en una historia basada en el compromiso de superar todos los males que potencialmente podemos destruir».

¿Dónde está Dios mientras la gente sufre? Esta es una pregunta que necesita una teodicea particular y que la medicina trata de ofrecer pero que no puede, porque ella, como hija amada de la Ilustración, se para sobre la idea metafísica de un dios superhéroe más que de una presencia reconfortante. En contraste, Hauerwas propone que la imagen de Dios que sufre, en el Nuevo Testamento, «no es un concepto con un sentido unívoco sino el nombre que los cristianos le han dado al único que es digno de adorar, entonces el sufrimiento no es algo simplemente “dado” sino que viene en una gran variedad de significados correlativos a las narrativas de cada sufriente». Así, sufrir no sería un castigo, sino una participación en la vida divina de un Dios que sufre como nosotros y que en cada experiencia de dolor particular manifiesta su cuidado y ternura.

A pesar de esta profunda intuición que ayuda a darle sentido al dolor y el sufrimiento, persiste la dificultad de comprender el sinsentido del dolor en casos tan dramáticos como la muerte de un niño. El autor apunta que no es posible superar adecuadamente el sinsentido del sufrimiento si seguimos pensando sobre la vida y la muerte como experiencias privadas e individualistas.  Entonces, como el cristianismo es una fe esencialmente comunitaria, la historia que hay detrás de mi dolor particular es la historia del sufrimiento de muchos y eso, al menos, ayuda a enfrentar el misterio con reverencia y esperanza, sin mencionar la inmensa fuente de consuelo que emana de una comunidad que busca, comparte y entiende el sentido del sufrimiento.

Este fin de semana me encontré con una de las tías del niño que murió. Hablamos un rato y me contó que me recordaban con cariño por el tiempo que compartí con ellos. Otro bebé llegó a la vida de esta joven pareja, y aunque aún sienten tristeza por el que murió, la vida volvió a cobrar sentido con la llegada del pequeño Matías.

A veces sentimos que las respuestas de la ciencia carecen de alma y que sólo se limitan a explicar los hechos. Pero ¿de qué consuelo sirve saber las razones médicas por las cuales murió el pequeño Luis, cuando el alma está partida? En su búsqueda, loable por demás, de servir al ser humano, «la medicina, como último y puro bastión de la Ilustración, trata de unir la razón y la ciencia con el sueño de una vida humana sin limitaciones». Por otra parte, la fe cristiana reconoce que el sufrimiento y la muerte hacen parte ese regalo que llamamos vida, que ella no es una experiencia solitaria e individual y que tampoco sería completa sin la realidad de la limitación, el sufrimiento y por supuesto, la compañía de otros.

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