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La Iglesia Anglicana, ¿producto del capricho de un rey?

Por Presbítero Manuel Sonora Macías

El otro día vi un video en YouTube en donde una persona le preguntaba a un sacerdote romano si podría asistir a una misa anglicana y comulgar ahí. El sacerdote, escandalizado, le dijo: «pero hija, ¿en qué estás pensando? La Iglesia Anglicana no es más que el resultado de un capricho del rey Enrique VIII que para satisfacer su lujuria se quiso divorciar de su legítima esposa y, por supuesto, el Papa le negó el divorcio porque es pecado el hacerlo. Entonces el rey, lleno de soberbia, creó su propia iglesia en la cual él se instituyó como cabeza absoluta, y de ahí en adelante la Iglesia Anglicana depende del soberano británico». Y por supuesto añadió lo que ya tanto hemos oído: que Jesús fundó una sola iglesia, que es la Iglesia Católica Apostólica Romana (ICAR). Bueno, pues eso es lo que se ha difundido en nuestros países latinos y todo mundo que tiene más o menos escolaridad, cuando se le pregunta por la Iglesia Anglicana responden inmediatamente: «Sí, es la que fundó Enrique VIII porque el Papa no lo divorció de su esposa para casarse con Ana Bolena».

Para empezar diré que nadie sabe a ciencia cierta quién fundó la iglesia en Inglaterra, pero lo que sí sabemos es que ya por el Siglo III se hablaba de la «Ecclesia Anglicanae» y esto, por supuesto, fue muchísimo antes de la Reforma. No abundaré en detalles históricos, pero sí me interesa que pensemos en algunas cosas que han pasado por alto los que dicen que la Iglesia Anglicana fue fundada por Enrique VIII. En primer lugar, el rey Enrique no fundó ninguna iglesia. Él era tan profundamente católico romano como cualquier tapatío. Odiaba con odio jarocho a los protestantes, tanto así que escribió un libro atacando a Lutero y su Reforma. Esto le valió que el Papa le concediera el título de «Defensor de la Fe», título que aún llevan los soberanos ingleses, a pesar de que la fe ya sea otra. Aunque el rey no le abrió las puertas de Inglaterra a la Inquisición por su antipatía con España, sus tribunales mandaron a la hoguera a todos los que predicaban la Reforma en Inglaterra. Su separación con Roma no se debió a asuntos de fe, sino de política y de una situación personal. Había sido obligado a casarse con la viuda de su hermano que era mucho más grande que él y para colmo, española.

Pero no fue ese el origen de su rechazo, sino que Catalina de Aragón, la reina, no le había dado un hijo varón, lo que era una urgencia para los reyes de aquel tiempo para continuar su linaje en el trono. Pero el rey era muy ojo alegre y ya había tenido amores con una hija de Lord Bolena y ahora, nada tonto, se había fijado en la jovencita Ana, quien muy astuta le dijo que no habría de «aquellito» si no se casaba con ella. Alentado por la pasión y aprovechando la ocasión para deshacerse del vejestorio de su esposa, pidió al Canciller del reino, el Cardenal Wolsey, que solicitara la anulación del matrimonio a Roma con el pretexto de que este no era válido por ser contrario a la ley canónica y a las Escrituras. Por supuesto que el Papa de mil amores le hubiera concedido el capricho sabiendo cómo se las gastaba el rey, pero, ¡oh desgracia!, los ejércitos de Carlos V, rey de España y sobrino de Catalina, la susodicha reina, estaban a las puertas del Vaticano y amenazaban con apresar al Papa. Así que no hubo más remedio que negarse a la petición de Enrique. El Pobre del Cardenal Wolsey regresó con las velas quebradas y por supuesto el rey le quitó todas las prebendas que tenía y puso como canciller a Tomás Moore.

Henry VIII and the Barber Surgeons - Hans Holbein der Jüngere.

Bueno, no faltó quién le dijera al rey que hiciera valer la Carta Magna en la que se establecía que Inglaterra no estaría bajo la autoridad de ningún soberano del continente, incluyendo al soberano pontífice. Ni tardo ni perezoso, Enrique se constituyó como cabeza de la Iglesia en Inglaterra y mandó al cadalso a todos aquellos que se opusieron a su nuevo matrimonio. Pero en lo religioso no hubo mayor cambio. Por el contrario, temiendo que los protestantes se aprovecharan de la situación, promulgó una serie de leyes que reforzaban las doctrinas de Roma, como el celibato obligatorio, la transubstanciación, la misa en latín, etc. Y la única concesión que les dio a los simpatizantes de la Reforma fue el permitir que la Biblia, ahora traducida al inglés, se colocara en todas las parroquias del reino, pero sin ser comentada ni mencionada en la predicación. Como las abadías se habían apropiado gradualmente de las tierras de cultivo y habían acumulado grandes riquezas, él mandó a disolver todas las órdenes, a confiscar los bienes de los monjes y a destruir muchos lugares de peregrinación para evitar que las órdenes monásticas acumularan más dinero.

Mi pregunta, a los que afirman que este señor fundó la Iglesia Anglicana, es la siguiente: ¿Y el pueblo inglés, si de veras era profundamente católico romano, por qué no hizo nada al respecto? Aquí, en nuestra patria (México), hubo un conflicto entre el Presidente de la República y la jerarquía de la iglesia, la Guerra Cristera, y ya sabemos cómo acabó. ¿Sería porque le tenían mucho miedo al rey? Aún en el caso de que no lo hubieran podido desafiar, éste no era eterno. En cuanto cerró sus ojos para siempre, el pueblo hubiera exigido regresar la iglesia a la autoridad papal, sin embargo, no sucedió así. Hubo un intento con la reina María —apodada «Bloody Mary»— quien a sangre y fuego quiso volver a imponer el catolicismo romano en Inglaterra, lográndolo solo mientras vivió. Cosa curiosa, nunca tuvo el apoyo de todo el pueblo británico que la bautizó con el mote de «María la Sanguinaria» por toda la persecución e intolerancia que reinaron con ella. En lo que si son peras, o son manzanas, el protestantismo se había abierto paso en el reino y una gran cantidad de súbditos ingleses habían abrazado la fe calvinista en secreto. La actitud de intolerancia de la última reina había incentivado todavía más al pueblo a rechazar el dominio de Roma. Y para rematar esta situación, los que simpatizaban con la antigua fe eran los que deseaban la anexión a España, así que eran vistos como traidores a Inglaterra. En cuanto subió Isabel —hija del rey Enrique— al trono de Inglaterra, surgió de inmediato la incógnita: ¿Cuál era la religión oficial que iba a profesar tanto la reina como sus súbditos? Recordemos que en aquellos días la fe que profesaban los soberanos por ley tenía que ser la del estado y del pueblo.

El problema era muy grave, pues la decisión de la reina decidiría el futuro del reino y podría provocarse una guerra entre católicos y protestantes que daría al traste con la unidad del mismo tan necesaria en esos días en que tanto España como Francia ambicionaban el trono inglés. Esta gran mujer tuvo que tomar una decisión sabia que evitó una revolución sangrienta. Proclamó el Acta de Uniformidad en donde se decía claramente que no habría más que una iglesia en donde todos tenían cabida: la Iglesia de Inglaterra —es decir, la Iglesia Anglicana— que tendría los elementos básicos de ambas comuniones, de tal manera que tanto católicos como protestantes sintieran que esta Iglesia satisfacía plenamente sus necesidades espirituales. Por un lado se preservó la jerarquía que aseguraba la sucesión apostólica, así como los sacramentos y la liturgia para impartirlos contenida en el Libro de Oración Común, compuesto por el arzobispo mártir Cranmer, y que era un compendio en inglés de todos los oficios y ceremonias de la iglesia. Por otra parte, se le daba mucha importancia a la Biblia, enseñada y predicada, se enfatizaba la doctrina de la salvación por la fe y se anularon todas las prácticas supersticiosas que no estaban acordes con el texto sagrado. Se suprimió el celibato obligatorio del clero, se daba la comunión en ambas especies y todo se centró en Cristo.

Por supuesto no todos quedaron contentos con el así llamado «Arreglo Isabelino» y los católicos romanos extremos, animados por una bula papal en donde se desconocía a la reina y se le ofrecían indulgencias al que la matara, hicieron un complot para deshacerse de ella. Descubierto el plan y decapitados todos los cabecillas, incluyendo al embajador de España que era obispo, la situación de los católicos se complicó, pues se les consideraba sospechosos de traición a la corona y fueron privados de muchos de sus derechos como ciudadanos hasta fines del S. XVIII. Los Puritanos, por su parte, también presionaron para que la Reforma fuera más de fondo y bajo el liderazgo de Oliver Cromwell lograron, años más tarde, deshacerse del rey Carlos I y del Arzobispo Laud (quienes fueron decapitados), y se instauró el Presbiterianismo como la religión oficial. El pueblo inglés no estuvo de acuerdo y pronto, con el arribo de Carlos II al trono, se restableció el culto anglicano hasta nuestros días.

Si me dijeran que Isabel I fue la fundadora del Anglicanismo no me ofendería tanto porque, aunque no es completamente cierto, fue en ese período de la historia de Inglaterra que la Iglesia Nacional tomó la personalidad que tiene hasta hoy. Así que, por favor, ya no sigan diciendo que Enrique VIII fundó la Iglesia Anglicana porque eso no es cierto. El anglicanismo, como lo conocemos hoy, fue el resultado de la Reforma Inglesa que tuvo lugar en los días de Isabel, y que poco tiene que ver con la Reforma continental de Martín Lutero.

Manuel Sonora Macías es sacerdote anglicano jubilado, párroco de la Iglesia de San Marcos en Guadalajara, México, desde 2003 hasta 2012. Es socio de la Fundación Carpe Diem Interfe desde su inicio, miembro del Grupo Ecuménico de la misma ciudad y de los Consejos Interreligiosos de la República. Ha sido por muchos años profesor del Seminario de San Andrés en la Ciudad de México y fundador del Seminario Diocesano de San Andrés en Guadalajara. Su especialidad es la Homilética y la Liturgia, así como la Identidad Anglicana. Ha participado en dos pre-parlamentos como uno de los ponentes y tiene dos libros de meditaciones publicados: «Sal de la tierra, luz del mundo» y «Aceite para tu lámpara», y está por publicar «Teología para la Gente Sencilla». Actualmente trabaja en pro de los derechos humanos de la Comunidad LGBT.

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