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Una teología para el alma: Drewermann, Moore y Boff

Si la teología ha de servir para algo, debe servirle a los hombres.

¿Para qué sirve la teología?

Durante años me han hecho esta pregunta y yo misma me he visto en la constante búsqueda de respuestas. En el ejercicio de hacer teología, en el encuentro privado de mi espiritualidad, en la comunión y hermandad con lo que me rodea y en mis constantes lecturas he encontrando cada vez más respuestas y acciones en las que la voz de lo sagrado habla al corazón del ser humano susurrando en imágenes llenas de alma. Pues, como San Agustín, considero que  en el interior del Hombre (ser humano) aún habita la imagen de lo divino.

Una de las primeras respuestas que encontré fue, sin duda, iluminada por los estudios del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, pues también su psicología habla en imágenes. Y de esta manera he podido profundizar, de la mano de grandes autores, un puente entre la psicología y la teología para generar nuevas preguntas y diálogos que indaguen en el pasado histórico de la especie humana y en su inconsciente colectivo, para dar respuestas a la psique actual y a los problemas que se enfrenta nuestro ego en relación con nuestro inconsciente individual, ambos, ámbitos habitados por dioses y diosas, y por imágenes de lo mítico y lo religioso.

Desde la década de los sesenta, como resultado de las preguntas expuestas en el Concilio Vaticano II que marcó una etapa de renovación  para la Iglesia Católica, su comprensión de los dogmas y su teología, la Constitución Dei Verbum ya señalaba la posibilidad y la necesidad de realizar una tarea hermenéutica en relación con la Sagrada Escritura. Este señalamiento que posteriormente fue reconocido contundentemente por el Papa Juan Pablo II al dar a conocer algunas de las conclusiones que la Pontificia Comisión Bíblica había realizado en torno a «la interpretación de la Biblia en la Iglesia», donde si bien el método histórico-crítico sigue teniendo un lugar especial en la exégesis bíblica -es decir, en la interpretación de los textos sagrados- otras herramientas y discursos que posibilitan un diálogo más amplio y nutrido de elementos, y que provienen de diversas perspectivas, son descritas y aceptadas, dando cabida a la exégesis lingüística, cuya especial orientación hacia el trabajo espiritual y a la «interpelación que le hace al texto la situación actual del lector» serán de gran interés para establecer dicho diálogo. Sin embargo, hoy, como nunca, es imperante hablar «al corazón del Hombre» y esto solo puede hacerse a través de imágenes.

Entre las aproximaciones al texto bíblico que son descritas en el Documento de la Pontificia Comisión Bíblica, se enumera una que es conocida como la lectura psico-analítica del texto. Se pasa aquí a un nivel diferente de la hermenéutica, porque se considera que la palabra de la que se habla, cuando nos referimos a la Biblia, es una palabra que no está dirigida solamente a la racionalidad conceptual, sino a una dimensión más profunda de la misma, la del inconsciente, y, metafóricamente hablando, la relacionada con el corazón. La divinidad no habla solamente a la mente humana sino también y principalmente al corazón.

Para captar la Palabra de Dios en este sentido es necesario activar una sensibilidad especial que tiene el ser humano para captar el sentido de un tipo de lenguaje que trasciende el nivel racional: el lenguaje simbólico. La lectura de la Biblia hecha con esta actitud no nos llevaría simplemente a percibir un mensaje racional, coherente en sí mismo de acuerdo con la lógica de la racionalidad teórica, sino a percibir un mensaje que toca las fibras profundas de la existencia.

Mandala realizado por Carl Gustav Jung en su Libro Rojo.

Debido a su constante interés por la profundidad de la Psyche o alma humana, Jung reflexionó durante toda su obra no sólo sobre los aspectos simbólicos de la religión, sino también sobre la incidencia de éstos en la psique del hombre antiguo y moderno, demostrando especialmente cómo «la imagen», religiosa y mítica, constituye ese puente en el que Dios y el Hombre, a través de los símbolos, se comunican en la dimensión profunda del corazón, pues la imagen ha sido y seguirá siendo un fenómeno humano.

Para una corriente de pensamiento teológico contemporáneo, pareciera que comienza a ser más evidente que la psique humana es la fuente de todos los fenómenos culturales y religiosos, pero estas ideas, evidentemente, no son nuevas. Siguiendo al monje y sacerdote alemán Anselm Grün, la «interpretación moral y mística» propuesta por Orígenes, padre de la Iglesia Oriental, ve en la Escritura imágenes y modelos de autorrealización y «a las personas y lugares en sentido subjetivo, coincidiendo esto con la exégesis de la psicología profunda. Lugares y personas son imágenes del alma que dan pistas a la conciencia del Hombre del camino hacia Dios», dice Grün, describiendo así, alegóricamente, el «camino interior» para acceder al alma, lo que se puede traducir en términos psicológicos como el camino trazado por el «principio de individuación» desarrollado por Jung.

Los mitos y las religiones, cuya riqueza de imágenes ha sido experimentada por la humanidad a lo largo de su historia, han aportado gran material a la constitución y estructura de la psique durante milenios, y me gusta insistir en la importancia de este diálogo interdisciplinar, señalando, con el teólogo alemán Eugen Drewermann, de quien hablaré más adelante, que hacer una lectura de la Sagrada Escritura desde la psicología profunda no se refiere a una «acomodación psicologista», ni mucho menos a un «sentido de orden imaginario», sino más bien a una lectura simbólica que ayuda al Hombre contemporáneo a desliteralizar las categorías que desde allí han tenido importantes influencias en las concepciones e imágenes con las que la psique, tanto individual como colectiva, se enfrenta al mundo. Para Drewermann, ya desde Kierkegaard se pudo ver el peligro que se corría en el estudio de la Biblia si «la pregunta esencial no es ¿qué me dice Dios hoy?, sino ¿qué dijo entonces? (Pues) cuando formulo una pregunta a Dios en el pasado, convierto a Dios en un Dios de muertos y no de vivos, y dejo de ser religioso».

El acercamiento al estudio de la divinidad desde el ámbito psicológico puede ampliar el panorama teológico, encontrando en la comprensión del alma humana herramientas que permitan hablar al ser humano de hoy a través de la palabra de siempre. Para la teología, el aporte de la psicología analítica frente al estudio de lo simbólico puede ser de gran valor, ya que «los símbolos son las vías de acceso a lo histórico; no niegan la historia, sino que más bien la hacen visible», como señala Drewermann, y puesto que, hoy, como ayer, resalta el teólogo alemán,

«la religión debería curarnos en las profundidades de nuestra angustia, y por ello debemos entender sus símbolos (…) deberíamos leer la Biblia de una manera esencial, no como un libro de historia, sino como algo que simbólicamente informa sobre cuanto nos afecta en todos los tiempos».

Pero no solo Drewermann, sino también el teólogo brasileño Leonardo Boff y el ex sacerdote y analista junguiano Thomas Moore, han sido grandes amigos y maestros en esta búsqueda de imágenes que responden a aquello que debe hacer la teología para mí: volver a hablar al corazón del ser humano, recordándonos que aquí y ahora sigue habitando lo sagrado.

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