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La divinidad levanta de la muerte

Recordando a San Pablo que afirma como inútil la fe si no hay resurrección de Jesús (1Co 15,14) es necesario decirla hoy y siempre con todo el significado de la expresión que narra y evoca una anámnesis concreta, invoca tal acontecer para el presente y provoca una experiencia de la divinidad cercana, humanizante y dadora de vida.

Porque solo la divinidad puede nombrarse ahí, desde la vida y todo lo que ella implica: formación de amplias redes de significados que llevan a la carne, a la humanidad, a la historia, a las personas y sus narraciones, a la justicia y su misericordia. Todas estas realidades, que van más allá de la conceptualización, pero están más acá en todo existir, permiten significar la espiritualidad desde amplios círculos que se contraen en el silencio y se expanden en posibilidades que buscan el mejoramiento de las condiciones de vida.

Albert Nolan, en un famoso libro sobre Jesús de Nazaret “Jesús antes del cristianismo” afirma que, al parecer y con decepción, “la historia de la humanidad es la historia del sufrimiento”. Por ello, ante tanta realidad de muerte, solo se puede responder con la vida. Y ante más muerte, pues, más vida será la respuesta. No hay otra forma ni debería haberla. Solo la divinidad sabe hacer eso ante una historia invadida por el dolor. Aquí debería cuestionarse el pueblo creyente sobre el lugar que ocupa y debería ocupar en el mundo.

Si la divinidad no propicia eso se puede decir con total seguridad que “divinidad”, “absoluto”, “amor”, “Dios” -o como se metaforice mejor para percibirle con más cercanía- no se encuentra ahí: sería un fetiche, un ídolo, una ideología al servicio de un asunto distinto o del poder exclusor; una entelequia, una idea, un fenómeno que se acepta o se niega, una devoción para controlar el miedo o un agotador esfuerzo por demostrar una tesis.

Vida, vida y vida. En nuestro corto castellano, inspirado en el latín, aprendimos a decir “resurrección”. Pero esta experiencia es mucho más profunda. Con más memoria, el griego neotestamentario dice “anástasis” y, recordando anteriores referentes, se descubre que Israel no tuvo en su inicio tal experiencia, la fue descubriendo en la medida en que estaba asumiendo cada momento de su historia. Recorrer los primeros libros de la Ley que muestran cotidianidades de matriarcas y patriarcas tan afianzados en la tierra y la descendencia, únicamente en aquella realidad temporal-histórica se podía ver tal presencia divina en todo lo que hacían porque, luego de la muerte, al Sheol irían para vivir en soledad. Esta idea será conservada también en la literatura profética que anuncia la justicia en contextos de dolor, como también en las diversas literaturas sapienciales que definen al sabio como quien aprende a vivir originalmente en tales circunstancias.

¿Cómo decir “Sheol” para siempre si vivir es tan difícil? Esta fue la manera en que la fe judeocristiana, según los documentos bíblicos, pudo experimentar la plenitud de la divinidad en contextos históricos de alta complejidad. Un pueblo pequeño, esclavizado, que vivió en una tierra intervenida durante siglos por diversos imperios y civilizaciones con muchas estrategias de invasión, tuvo que hacer un camino permanente de dilucidación de la presencia de la divinidad en medio de tanta contradicción, confusión y dolor. El israelita hará suyo el grito del salmista que, al final de los tiempos, el judeocristiano pondrá en labios de Jesús en la cruz: Eloí, Eloí ¡lamá sabaktani!.

Un destino profundamente injusto, incluso, para quien no decidió morir prematuramente. Con la imagen de la víctima, el mártir y de la injusticia proporcionada por invasiones posteriores al pueblo israelita, pensarán que la divinidad no puede estar al lado de quien los asesine: inspirados en teologías de pueblos cercanos dirán que la divinidad, así como libera, vuelve a dar la vida, “despierta, rescata y levanta de la muerte” y el Sheol ya no será espacio definitivo. Dios hace justicia a las víctimas, devuelve la carne a los huesos secos y revienta las tumbas para que regresen todos aquellos que no merecían morir de una manera injusta. Quizá la expresión “Qum” le dice al semita estos y muchos más significados tan olvidados en la actualidad por nuestras construcciones dogmatistas, cerradas o enciclopedistas, que no están mal de entrada, pero no pueden ser únicas ni definitivas.

Dios hace justicia a las víctimas, devuelve la carne a los huesos secos y revienta las tumbas para que regresen todos aquellos que no merecían morir de una manera injusta.

La idea de dar la vida a las víctimas e injusticiados de la historia es iniciativa de la divinidad, teología desarrollada sobre todo por las perspectivas apocalípticas (Dn 12; 2Mac 7), tiene continuidad hasta Jesús de Nazaret según todos los evangelios. Ante un imperio, un pueblo, un gobierno, una institucionalidad religiosa que lo asesinó, la divinidad nombrada como “Padre” le dio la razón a la víctima, al mártir, al injusticiado, al hijo. Pero esta razón dada a Jesús se comprende narrando su vida como Buena Noticia para tantos que estaban viviendo en situaciones de dolor en esa cotidianidad en la Palestina del siglo I. Con Jesús resucita el pueblo entero. No puede separarse al resucitado de su cruz ni de su vida histórica porque todo está conectado, nos recordará Jon Sobrino, al fundamentar el famoso problema de la “discontinuidad de la cruz”. Una vida comprometida como la de Jesús tiene como consecuencia lo que vivió y proyecta tal reflexión teológica que permite, hasta hoy, sumar comunidades en tal esperanza que anticipa la dirección de la fe.

No vale la pena enredarse en tesis que cosifican la resurrección de Jesús cuando la experiencia es justa, amplia, cósmica. Definir la resurrección privilegiando la repetición de conceptos lleva al error creyente de siempre: querer hacer de tal acontecimiento algo verificable y definible para controlar sus significados, con el peligro de volver ídolo lo que no debe serlo.  

Vale la pena recuperar estos significados de la resurrección con intenciones e imágenes que vencen las injusticias en las realidades históricas de diversa índole. Porque la resurrección, como apuesta de la divinidad por la vida y la justicia, es dirección y opción de todo creyente, inspiración y compromiso para todo ser humano que desea un mundo transformado y humanizado. 

Así, se puede decir con San Pablo, que la fe en la resurrección, en el despertar, en el levantar de la muerte todas las formas de vida magulladas por la injusticia, hacen que el paso de los seres humanos por la historia ojalá no sea en vano.

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