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GRATITUD Y SALVACIÓN – XXVIII Domingo del tiempo ordinario

Hay un dicho que le escuchaba decir a mi mamá y a mi abuelita, como una especie de elogio a la persona que se mostraba agradecida, dispuesta, generosa y que por esto recibía un poquito más de lo que esperaba: “El acomedido come de lo que está escondido”.

Hay una relación muy profunda entre la gratitud, la fe y la salvación que se establece en las lecturas de este fin de semana.

En la primera lectura del 2o libro de los Reyes (5:14-17), vemos a Naamán, un extranjero que es curado por el profeta Eliseo, ofreciendole un regalo como acción de gracias por su curación. Eliseo rechaza el regalo, por lo que el sirio Naamán pide elevar un altar en su país natal con tierra de Israel, un gesto que quiere expresar su gratitud a Dios. Naamán ha reconocido que su curación es obra del poder de un Dios que no conocía y que ahora muestra compasión por su enfermedad y lo cura, sin más exigencias ni condiciones.

La actitud agradecida de Naamán es la respuesta a la gratuidad de un Dios que mira con compasión el dolor humano, y que da el primer paso en el encuentro con el que sufre. El profeta es canal de su misericordia, y sabe muy bien que los créditos del milagro son para Dios, no para él.

El evangelio (Lucas 17:-11-19) nos trae un relato con algunos elementos paralelos muy interesantes. También hay una curación de la lepra y un extranjero. El relato subraya dos actitudes de los leprosos curados que sirven como elemento para abrirnos a una enseñanza más profunda: la actitud de ingratitud de parte de nueve de ellos y el derroche de gratitud por parte de uno solo que, sorpresivamente, es un extranjero.

Pareciera ser que solo el samaritano es capaz de reconocer que su curación ha sido un regalo. Tal vez los otros nueve también estaban agradecidos, pero se quedaron cortos al reconocer a Jesús como el vehículo de la misericordia de Dios. Solo un extraño, uno que era considerado poco menos que pagano, reconoce en Jesús la presencia viva de un Dios que mira con misericordia.

Ante la actitud agradecida del leproso samaritano, Jesús le ofrece otro regalo, el de la salvación. Al postrarse a sus pies en un evidente gesto de adoración, este hombre está reconociendo esa presencia divina que ha venido a su encuentro, una presencia que es gratuita, que es generosa y que sobrepasa toda expectativa humana. Jesús no impone a los leprosos ninguna otra carga o retribución por su curación más que acercarse a los sacerdotes como un gesto de reintegración a la comunidad.

Comprendo entonces la salvación como una experiencia de plenitud, de realización, que se abre ante nuestros ojos cuando reconocemos agradecidos las manifestaciones del amor.

La actitud agradecida del samaritano que regresó alabando a Dios le da la posibilidad de escuchar esas palabras de Jesús: “tu fe te ha salvado”. Me hace pensar que la experiencia de la salvación tiene que ver también con una capacidad de percibir en las experiencias cotidianas, incluso en las más difíciles, la cercanía de un Dios próximo, amigo. Comprendo entonces la salvación como una experiencia de plenitud, de realización, que se abre ante nuestros ojos cuando reconocemos agradecidos las manifestaciones del amor. En este relato, la salvación tiene forma de curación, pero podría ser percibida de muchas otras maneras: un amigo oportuno, una palabra de aliento, un encuentro…

Me hace pensar en las cosas maravillosas que pasan en nuestras vidas, las personas que nos acompañan, las oraciones escuchadas, el milagro de existir, que muchas veces lo damos por sentado.  Sólo cuando nuestro corazón se abre a la experiencia de la gratitud, es cuando empezamos a disfrutar de esos regalos, que dotan de sentido nuestra existencia y le dan un norte, un rumbo.

Se me ocurre imaginar a algunas de las discípulas, al ver a Jesús ofreciéndole el regalo de la salvación al leproso samaritano, decirle al resto de los discípulos: “¿Vieron mijitos? El acomedido come de lo que está escondido”.



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