Pentecostés

Pentecostés: presencia y comunión

La fiesta de Pentecostés llega para darle culminación al tiempo litúrgico de la Pascua que durante siete semanas nos permitió sumergimos en el misterio de la resurrección de Jesús. La comprensión del acontecimiento pascual queda corto a la razón humana, por lo tanto, el Espíritu es entregado a los creyentes para alcanzar nuevas comprensiones del mismo y, sobre todo, nuevos lenguajes para expresar eso que comprendemos.

Esta fiesta se remonta a los tiempos antiguos de Israel. La palabra “Pentecostés” proviene del griego (πεντηκοστή) y significa “quincuagésimo.” El nombre hebreo de la fiesta es Shavuot que significa “semanas” ya que se contaban 7 semanas desde la Pascua (Pesah) hasta Shavuot. La celebración tiene varios sentidos, uno es agrícola, momento de la recolección (Hag HaKatzir) de los primeros frutos de la siembra de trigo y cebada que se ofrecían a Dios como acción de gracias:

También, el día de los primeros frutos, cuando ustedes presenten una ofrenda de cereal nuevo al Señor en la fiesta de las semanas, tendrán santa convocación; no harán trabajo servil” (Números 28:26).

El segundo sentido es la celebración de la recepción de la Torá (Los libros de la Ley – cinco primeros libros de la Biblia) en el monte Sinaí. Basados en cálculos de la peregrinación de Israel al desierto (Ex 19:1), el día de llegada al monte Sinaí coincide con la celebración de Shavuot. Vale aclarar que, de acuerdo con los historiadores, la fiesta de las semanas o la cosecha se empezó a celebrar después de la construcción del primer templo (siglo IX a.C.)

La festividad tenía un carácter de peregrinación para llevar hasta el templo las ofrendas de la cosecha, lo que hacía que la ciudad santa se llenara de visitantes que venían de los poblados o ciudades cercanas a ofrecer las primicias de sus cultivos y también a celebrar la recepción de la Torá, una fiesta bastante colorida que reunía elementos de fuego y agua. Jerusalén se llenaba de peregrinos.

Ahora bien, la fiesta cristiana de Pentecostés sigue el relato de Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles (2:1-12). Podríamos decir que hay una intención pedagógica del evangelista al situar el cumplimiento de la promesa de Jesús ( Lc 24:49) justo en el día de esta fiesta que celebra la recepción de la Torá y en la cual la visita de muchos judíos de diferentes procedencias llena la ciudad. El autor quiere decirnos algo.

Hay una intención pedagógica y catequética del evangelista al situar el cumplimiento de la promesa de Jesús justo en el día de esta fiesta que celebra la recepción de la Torá... El autor quiere decirnos algo"

Si bien la promesa y la recepción del Espíritu Santo no son temas exclusivos de Lucas (el evangelio de Juan hace varias alusiones a estos acontecimiento, situando inclusive la recepción del Espíritu en vida de Jesús – en la crucifixión – y después de la resurrección), la tradición de la Iglesia ha seguido el calendario que propone este evangelista para celebrar el Pentecostés cristiano.

Así como Israel celebra la recepción de la Torá como un regalo del Dios eterno que da su Ley al pueblo para guiarlos en el camino, la iglesia Cristiana celebra el don del Espíritu que Dios había prometido por medio de los profetas para los tiempos mesiánicos (Is 11:1-5; 61:1-3; Joel 2:28-32; Ez 37:14; 39:29) y que Jesús había prometido a sus discípulos, quienes al confesar que Jesús es el Mesías proclaman que los tiempos mesiánicos han llegado y la promesa está lista para ser cumplida.

¿Qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, que la fiesta de Pentecostés coincida con la celebración de la recepción de la Torá? Primero hay que comprender que la Ley, también comprendida por los judíos como “Enseñanza”, es para el pueblo de Israel mucho más que el compendio de unos libros, reglas o normas escritas. La Ley – Enseñanza es regalo de Dios para conducir la vida, es fuente de sabiduría y conocimiento. El estudio y la comprensión de ella es origen de toda comunión con Dios.

Esta es una perspectiva más espiritual y mística de la Ley, que le da inclusive un carácter personal. Un judío piadoso establece una relación con la Torá ya que ella es maestra y guía.

En contraste, San Pablo, en la segunda carta a los Corintios (3:6)  nos pone frente a la dicotomía “Ley – Espíritu”: “(Dios) nos capacitó para administrar una alianza nueva: que no se apoya en la letra sino en el Espíritu, porque la letra mata, pero el Espíritu da vida”. Y también en la carta a los Gálatas 2:21 “… porque si la justicia se alcanzara por la ley, Cristo habría muerto inútilmente”.

Esta oposición refleja una forma particular de vivir el judaísmo, propio del fariseísmo que san Pablo conoció, y que trataba de ajustarse literalmente, a veces de manera intransigente, a las prescripciones de la Torá como forma de encontrar justificación (salvación, redención, felicidad, realización personal, vida eterna, etc.) Lo que Pablo critica no es la Ley (Torá) como fuente de sabiduría y comunión sino una forma particular de establecer una relación legalista y estática con Dios que es Espíritu, poniendo como prebenda el cumplimiento de los mandamientos de la Torá presentados como obras para alcanzar una recompensa (el favor de Dios).

Tal vez cuando Pablo habla del Espíritu de Dios está más cerca de esa experiencia de la Ley como fuente de vida, expresada bellamente en el Salmo 119:

“Si Tu ley no hubiera sido mi deleite,

Entonces habría perecido en mi aflicción.

Jamás me olvidaré de Tus preceptos,

Porque por ellos me has vivificado.

Lámpara es a mis pies Tu palabra,

Y luz para mi camino”.

Con este telón de fondo, podemos decir que la solemnidad de Pentecostés es la celebración del fin de un ciclo de promesas divinas y el inicio de una nueva era en la vida de los creyentes. Una nueva era que quiere vivir, no de acuerdo a una legalidad sino a una inspiración, que lee las promesas de Dios como realidades. Si revisamos cada una de esas promesas contenidas en el Antiguo y Nuevo Testamento, podríamos definirlas como una experiencia de comunión. Las distintas expresiones de esas promesas: bienestar, protección, compañía, guía, y ayuda, son distintas formas de manifestar un deseo profundo del Corazón Divino: permanecer en comunión con los seres humanos, y a través de esa comunión devolver el sentido profundo a cada existencia, reconociendo que la Creación (la general, la del universo y de todos los seres vivientes, y la individual, la de cada uno de nosotros) es, esencialmente, un acto de amor.

Como la liturgia se acomoda a los ritmos y marcos de la vida humana (tiempos, lugares, espacios), la celebración de Pentecostés se enmarca en el final del tiempo pascual. Pero su contenido es atemporal, los efectos de lo que se celebra se extienden más allá de ese marco de referencia espacio-tiempo en el que nos movemos los humanos, porque la comunión que Dios quiere establecer con nosotros es espiritual y no se limita a esas dimensiones, las supera maravillosamente. Aunque limitados por el espacio y el tiempo, nuestro ser espiritual es capaz de percibir esa comunión más allá de nuestra temporalidad y espacialidad.

Lo mismo podríamos decir con los dones y frutos del Espíritu. Basados en los textos de Isaías 11 y Gálatas 5:22 la teología espiritual ha definido unos ciertos dones y frutos del Espíritu (gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, sabiduría, inteligencia, consejo, poder, etc.), que de alguna manera expresan un pensamiento y un momento particular en la comprensión de Dios. Pero su realidad va más allá de estos listados; la acción del Espíritu no se agota en oficios, ministerios, actividades, responsabilidades institucionales o momentáneas, aunque las contiene.

La celebración de Pentecostés quiere expresar esa plenitud expectante en la que vivimos los cristianos, sabiendo que la oferta de comunión con Dios ha sido entregada y está al alcance de todos, pero que mientras estamos sujetos a estas condiciones espacio-temporales, seguimos trabajando para vivirla aquí en la tierra, entre nosotros los seres humanos, a imagen y semejanza de un Dios que vive en comunión permanente, desde la diversidad y la diferencia.

Cada manifestación del Espíritu, como la llama San Pablo (1Co 12,7) es una capacidad para vivir intencional y concretamente la comunión que el Espíritu quiere fomentar entre nosotros y con Dios. Estos dones “carismáticos” se entienden como talentos, capacidades, habilidades que, al pedirlos, nos ayudan a edificar la sociedad humana en clave de común unión, revirtiendo la historia de Babel (Gn. 11) que termina en confusión y dispersión. Las acciones supernaturales de Dios, por otra parte, van canalizadas a lograr la plenitud de vida a la que somos llamados, no sólo como individuos sino como miembros de la comunidad humana y la creación entera, que tiene tantas expresiones como personas existen.

Pentecostés es la celebración de la presencia y la comunión de un Dios que optó por encarnarse y lo sigue haciendo a través de la manifestación de su Espíritu en todos aquellos que se abren a su acción.

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