Gallego

Una historia de No Ficción: la desaparición del padre Gallego

Hay muchos tipos de silencios. Unos necesarios y otros que incomodan. Unos esperados y otros que, de lo intempestivos, hacen huecos en el pecho y el estómago y dejan, en ocasiones, un vacío que nada llena. Hay silencios anhelados y profundos, y otros sofocantes y tensos. Hay silencios que se ocupan con cualquier cosa y otros que se disfrutan. Hay silencios que me gustan y otros que lleno de historias, muchas de ellas contadas por extraños que se hacen familiares con el tiempo y la constancia. Historias contadas por voces que, sin un rostro conocido, ya te son familiares de tanto darle play a un podcast. Una de ellas, en los últimos meses, ha sido la de Juan Serrano, un abogado que se proclama periodista y que a través de La no Ficción, me tiene enganchada hace meses con la historia de un sacerdote colombiano del que poco se sabe en nuestra tierra, tierra que compartimos Juan, el padre y yo en la distancia, una tierra que olvida a sus hijos o los entierra en silencio. 

Bien dice el dicho que «nadie es profeta en su tierra». Y sí, casi nadie. Por ejemplo, de esos sacerdotes revolucionarios que con el llamado del Concilio Vaticano II decidieron dar su vida entera a los más pobres, pocos han sido valorados en su entrega. Y cuando se les considera en la historia teológica, social y política, suele ser porque sus muertes o desapariciones llamaron la atención de los medios de comunicación. Con un poco de «suerte», como en el caso de Monseñor Romero, los asesinatos de estos santos de los pobres se han señalado como crímenes de estado, y sus vidas se han postulado como las de verdaderos mártires. Sin embargo, en los corazones de cientos de campesinos, obreros y mujeres y en América Latina, habita el nombre de mártires y maestros, que, como Jesús, dedicaron su vida a la proclamación de un verdadero Reino, donde todos somos iguales, especialmente iguales en derechos. 

Héctor Gallego fue uno de estos. Su historia es la de una desaparición, la de una serie de silencios que, en la distancia, su familia padeció segundo a segundo, pues nadie daba razón de él. Siendo muy joven, el padre Gallego, haciendo caso a su vocación, accedió a ejercer su apostolado en Panamá. Allí, con las comunidades de obreros y campesinos, comenzó la construcción de ese Reino en esta tierra, donde todos y todas somos llamados a comer del mismo banquete. Pero llegó el silencio de la ausencia, una ausencia obligada, forzada por aquellos que protegen su poder desapareciendo a quien consideren se opone a su reinado.

La no ficción: un podcast con historias para no olvidar

A lo largo de los episodios, Juan Serrano, el narrador y realizador de este podcast, nos va llevando por la historia no solo del padre Gallego, sino también, y especialmente de su familia y de esa comunidad que cada año lo recuerda con la fervorosidad con la que se celebra el día de un santo. Dice Juan que siempre hay algo de suerte pero también de intuición a la hora de investigar para contar una historia. Conocer la del padre Gallego fue para él un acto fortuito. Juan estaba leyendo un libro, uno que nada tenía que ver con religiones, ni con historia de América  Latina.

Era un libro sobre los Panama Pappers en el que se hacía una semblanza de los dos socios de la firma de abogados Mossack Fonseca. Allí se mencionaba que Ramón Fonseca Mora, había sido  muy cercano a un sacerdote colombiano que llegó a Panamá en los años 60’ y que había sido víctima de hostigamientos por una clase dirigente vinculada a Omar Torrijos, oficial del ejército panameño y conocido como el primer dictador de la República de Panamá. Del sacerdote aquel solo se decía que la tensión alrededor de su desaparición se había generado porque sus propuestas de economías solidarias y cooperativas, que buscaban romper el ciclo de pobreza y explotación de los campesinos, no habían sido bien vistas. Además, se decía que el padre había sido desaparecido en unas circunstancias bastante particulares y que su cuerpo había sido arrojado al mar desde un helicóptero.

Periódico El Tiempo, Bogotá, Colombia. 21 de agosto de 1972.

Cuando leyó esto, Juan, interesado no solo por el sacerdote del que nunca había escuchado en su país, sino además por el carácter de intriga política y especialmente por esa fascinación que siente por las figuras olvidadas, asumió el compromiso, uno de esos que caracteriza su trabajo como escritor y periodista, de rescatar del olvido esta historia. 

De periodista en periodista, de contacto en contacto, llegó a la familia del Padre Héctor. Su hermana Edilma accedió a compartir la historia, sus cassettes y VHS donde se veía a Héctor compartir con sus familiares y celebrar sus homilías con las comunidades menos favorecidas. Edilma es la persona con la que más ha hablado Juan y de quien más ha recibido ayuda para construir esta historia, una que se construye, inicialmente de forma remota. Pero un día Edilma  lo invita a Panamá, justo cuando se iba a cumplir el aniversario de la desaparición del padre. Ese día se realizaría una caminata y una conmemoración del pueblo que aún lo recuerda. Edilma le decía a Juan que por más que ella le contara sobre Héctor, solo estar ahí, en la comunidad que lo vió predicar con su vida y su palabra, le daría una verdadera perspectiva de lo que fue y sigue siendo su vida en el pueblo. «Héctor está presente en la vida de estos campesinos, es una presencia constante en su vida, a pesar de su desaparición física», me asegura Juan. 

Con el deseo intenso de alimentar esta historia, finalmente Juan viaja a Panamá en la antesala del aniversario de la muerte del padre, un 9 de junio. Estando allí  lo contactan con Jacinto Peña, quien vería al padre por última vez antes de ser secuestrado,  y con la comunidad que aún hoy mantiene la cooperativa y el recuerdo vivo del Padre Gallego.  

«Él es una presencia constante, hablan de él en presente, dicen que piensan en él todos los días, que le rezan como si fuera un santo. Tienen estampas de él, fotos de él en los negocios y las casas, es un santo popular», cuenta Juan. Dice también que Jacinto regaña a sus hijos diciéndoles «este no fue el ejemplo que Héctor nos dió»

Su recuerdo se ha ido transmitiendo oralmente, de generación en generación, como se mantiene vivo lo que se ama. Sus enseñanzas se han transmitido a los más jóvenes, se habla del padre en el colegio de Distrito de Santa Fé y la comunidad se esfuerza porque su legado se preserve. Hay una fundación, una casa museo y un gran interés en que no desaparezca su legado. Además, el papel de la cooperativa que ayudó a crear el padre «se mantiene en pie y ha sobrevivido a pesar de los ires y venires, y está revestida de una mística especial, porque en su base está el mártir Gallego, alguien que dió la vida, literalmente, porque el trabajo colaborativo fuera una realidad para esta comunidad»

Hoy, y desde aquél entonces, buena parte de la actividad económica de aquel pueblo azotado por la pobreza, donde los campesinos eran sometidos a las necesidades de los terratenientes, con salarios paupérrimos y tratos denigrantes, gira en torno a la cooperativa.  «El padre Héctor les enseñó que las cosas podían ser diferentes, que no estaban destinados a ser peones sometidos sino que podían ser agentes de su propio desarrollo», dice Juan. La gran importancia del padre fue haberle enseñado al campesino a pensar, dicen en el pueblo. 

Le pregunto a Juan qué cambió en su vida con esta historia. Para el periodista, el investigador y el escritor, el compromiso es ser el vehículo para que esta historia se conozca. «Me siento como un rescatista, como un faro que puede alumbrar sobre ese hecho al que hemos dejado en la oscuridad».  Además, me confiesa, en este mundo “moderno” le parece inusual encontrarse con ese grado de compromiso con la sociedad y la realidad. «Respondemos a estímulos efímeros, a gustarle a otros. Y no es fácil encontrar acciones de generosidad genuinas que no estén pensadas para la galería, para lo público. El compromiso del padre Gallego era genuino, sincero. Dio su vida por un pueblo»

En uno de los registros sonoros de este podcast se puede escuchar al padre Gallego diciendo, en una de sus homilías, que cuando hay una contradicción entre el evangelio y la realidad, el compromiso debe ser de cambio para que ese evangelio pueda verse reflejado en el mundo. Pero la contradicción de la buena nueva con la realidad de las comunidades menos favorecidas y el poder que ejercen aquellos que callan a quienes comprenden la necesidad y la responsabilidad que tenemos de transformar el mundo, seguirá generando un silencio incómodo, innecesario y doloroso que podemos llenar con historias como esta. 

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