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Portarse como prójimo: XV domingo del tiempo ordinario

La proximidad a las cosas hace que ellas se vean distintas. Como he contado anteriormente, he iniciado una nueva asignación en la Catedral de San Pablo de mi diócesis (Worcester).Casi todas las Catedrales están ubicada en el centro de la ciudad, que es un lugar muy interesante para explorar, sobre todo para quienes trabajamos con personas. Así que este viernes me di a la tarea de caminar un poco alrededor de la iglesia para conocer el vecindario. Fue un ejercicio de exploración, pero también de exposición, ya que tenía puesto mi cuello clerical. Quería ver la reacción de la gente al ver un cura caminar por la calle, que no es muy frecuente en estos días.

Esa caminata inicial (espero que sigan siendo muchas otras), me dio la posibilidad de pensar en el sentido del evangelio para este fin de semana: la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37). La narración inicia con una pregunta directa a Jesús sobre qué hacer para alcanzar la vida eterna. Digamos que era una pregunta retórica ya que el evangelista nos dice que la intención era poner a prueba a Jesús, quien responde con una contra-pregunta: “¿Qué está escrito en la ley?”, a lo que el doctor de la ley responde combinando los mandamientos del libro del Deuteronomio (6:5) y el libro del Levítico (18:5). No contento con la respuesta de Jesús, que es bastante lacónica, (“Has esto y vivirás”) le vuelve a preguntar: “¿Y quién es mi prójimo?” Y viene la historia de Jesús que ya conocemos.

Al final de la narración, Jesús le pregunta al doctor de la ley: “¿Quién, entre los personajes del cuento, se comportó como prójimo?”. Creo que en esta pregunta está la clave para entender la enseñanza de Jesús.

La proximidad de las personas hace que descubramos su valor. Aunque la parábola tiene una intención moral (señalar una forma propia de actuar de acuerdo a los valores del evangelio), quiere ir más allá de, simplemente, dar una norma. A través de la historia contada, Jesús hace una invitación a acercarnos y a hacernos próximos a los demás como posibilidad de entender sus sufrimientos y actuar. Ser prójimo no es un acto de solidaridad remota. Se trata de aproximarse al otro y descubrir sus heridas, sus dolores, sus traumas.

Jesús responde a ese deseo (de vida eterna) girando el corazón de su interlocutor hacia una acción práctica: tenderle la mano al necesitado, preocuparse por él o ella y acercar el corazón es un camino seguro para alcanzar esa realización que tanto buscamos.

La acción del buen samaritano tal vez va más allá de lo que se esperaba, pero son esas acciones simples, y extraordinarias a la vez, las que pueden salvar vidas. En el dolor del hombre asaltado, el samaritano encontró una preciosa oportunidad para instaurar el Reino de Dios como una presencia divina que sana, restaura, y le otorga sentido a la vida. Lastimosamente el sacerdote y el levita perdieron esa oportunidad al ser incapaces de reconocerse como prójimos.

La proximidad del corazón hace que la vida se vuelva plena. La pregunta inicial del doctor de la ley no es simplemente piadosa. Preguntar por la vida eterna es preguntar por el sentido último de la vida, por la fuente para alcanzar la felicidad y la realización personal. “Vida eterna” es una antigua expresión que encierra todo anhelo y deseo humano de ser feliz, de ser completo, de alcanzar la realización personal. Jesús responde a ese deseo girando el corazón de su interlocutor hacia una acción práctica: , tenderle la mano al necesitado, preocuparse por él o ella  y acercar el corazón es un camino seguro para alcanzar esa realización que tanto buscamos.

Tal vez cuando Dios dice al pueblo por medio de Moisés, en la primera lectura (Dt 30:10-14): “Mis mandamientos están muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, para que puedas cumplirlos”, se está refiriendo a la capacidad que tenemos de volvernos a los demás, de acercarnos, de hacernos prójimos. Cualquier vocación puede volverse una experiencia de proximidad, de servicio y de amor. La cuestión es acercar el corazón a los otros, sobre todo en los momentos de necesidad.

Mi paseo por el parque de la ciudad de Worcester me mostró que mi ministerio no se puede desarrollar solamente sentado en un escritorio, sino también en las calles, con la gente; que no se puede ser cristiano si uno no se aproxima a los otros, y muchos menos si no estamos prontos a tenderles la mano; que la proximidad a los otros pavimenta el camino hacia la realización personal. En otras palabras, cuando somos prójimos estamos más cerca al cielo deseado. 

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