Latinoamerica 1

Religión y política en América Latina: una reflexión desde Alemania

Entre los días 15 y 18 de junio de 2019 se celebró el Tercer Foro sobre América Latina en la Academia de Misión de la Universidad de Hamburgo, en Alemania. El tema de este encuentro fue la relación entre el cristianismo y la política, de cara a la importancia que han cobrado los nuevos movimientos religiosos en la agenda de nuestro continente.

Con el apoyo y la coordinación de las organizaciones protestantes alemanas Evangelische Missionswerk (EMW / Obra evangélica misionera), Brot für die Welt (Pan para el mundo) y la Missionsakademie an der Universität Hamburg, cerca de 40 investigadores de la religión, teólogos, líderes religiosos y políticos de países como México, Cuba, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Colombia, Chile, Brasil, Suiza y Alemania se reunieron para discutir temas como el papel de las organizaciones ecuménicas en el trabajo con víctimas de los conflictos armados y la migración, la participación de las diferentes organizaciones religiosas en los acuerdos de paz en el continente y el incremento de los partidos religiosos (la mayoría de corte fundamentalista).

Entre los temas más importantes, se destacaron  la diversidad religiosa y transfronteriza, el pentecostalismo y sus diferentes expresiones, y el fundamentalismo como instrumento de control político y económico.

A la luz de este diálogo multilateral, es evidente que hay muchas interpretaciones religiosas sobre las relaciones sociales y políticas. Estas formas de ver el mundo se cruzan entre sí, formando diferentes capas de significado, de las cuales surgen expresiones individuales o comunitarias de la fe, o se forman, incluso, nuevas experiencias religiosas.

En esta línea de pensamiento, es importante destacar que Latinoamérica no es un continente homogéneo y que nuestras culturas y religiones son profundamente híbridas, incluso dentro de un mismo país y dentro de una misma iglesia. Las fronteras entre las religiones son difusas y muchas personas tienen una doble y triple militancia religiosa, pasando del borde de una frontera a otra sin necesidad de pasaporte clerical. No es extraño que una mujer mestiza vaya a un culto pentecostal un domingo en la mañana, en la tarde asista a la misa católica y en la noche lea el horóscopo y el tarot, o que un miembro afro de una iglesia anglicana participe también de rituales de candomblé y santería.

Se puede afirmar que el pentecostalismo es un fenómeno que tiene varias tonalidades. Existen, incluso, existen diferentes pentecostalismos. Y por esto es importante hacer una distinción entre pentecostalismo y fundamentalismo. No todos los movimientos pentecostales son fundamentalistas. Como ejemplo, tuvimos la participación de Ricardo Gondim, líder de una Megaiglesia en São Paulo, Brasil, quien se ha mostrado en profundo desacuerdo con las políticas de Bolsonaro, la instrumentalización de la fe por parte de la bancada evangélica y la simpatía por las políticas discriminatorias y antimigratorias de Donald Trump.

Tampoco todos los fundamentalistas son únicamente los pentecostales, como lo dejó ver Lorena Ríos Cuellar, la directora nacional de Asuntos Religiosos del Ministerio del Interior en Colombia, quien ha relatado la dificultad que presentan diversas instituciones religiosas, como  algunos sectores y obispos de la Iglesia Católica, quienes no quieren entrar en diálogo con otras entidades religiosas por considerarlas “inferiores”.  

El foco de la preocupación por la relación entre fe y política no debe ser el pentecostalismo a secas sino el fundamentalismo, en su mayoría impulsado por ciertos grupos pentecostales o neopentecostales. El fundamentalismo busca imponer su visión moral del mundo a toda la nación bajo el pretexto de que así mejorará la sociedad. De este modo trata de escalar en los puestos de poder y se ampara bajo las leyes modernas de libertad de cultos, pero parece que buscara imponer su agenda moral a todos los ciudadanos como regla, mientras que muchos líderes políticos han instrumentalizado a ciertas entidades religiosas para alcanzar el poder. Es el caso, por ejemplo, de los evangélicos en Brasil y los cristianos en Colombia, muchos de los cuales (no todos) se enlistaron en las huestes contra los Acuerdos de Paz entre el gobierno y las FARC. Tales maridajes no se dan tanto por afinidades doctrinales sino porque estos líderes religiosos dicen tomar las banderas de la moralidad de estos grupos para establecerlas como agenda nacional.

Dentro de este marco de observación del crecimiento del fundamentalismo en América Latina y la disminución de los movimientos ecuménicos en favor de la pluralidad, se avizoran algunos caminos para la solución con el conflicto ante estas expresiones político-religiosas. La propuesta que hacen las representantes de estos movimientos ecuménicos, como por ejemplo Sonia G. Mota (Brasil), Dolores González Saravia (México) y Mayra Rodríguez (Guatemala) es crear un lenguaje común y menos repulsivo ante los grupos fundamentalistas, sin perder nunca la identidad ecuménica y de diálogo interreligioso inclusivo, con el fin de hacer entender a los grupos más conservadores que se necesita del bien común para toda la sociedad y no solamente para determinados sectores.

En el campo religioso, es evidente que los fundamentalistas solamente escuchan los argumentos que provengan de su libro sagrado, como la Biblia. Un modo de confrontar a estos grupos es invitarlos a leer en las Escrituras el mensaje dirigido a los creyentes para que se preocupen por los pobres, los huérfanos, las viudas y los extranjeros. Solamente un diálogo argumentado desde allí tiene sentido para ellos. De este modo se cumple la invitación del filósofo alemán Jürgen Habermas a traducir el lenguaje secular y teológico a un lenguaje común y aceptado para todos los grupos. Esta traducción debe ir en dos vías: de la discusión política secular hacia el lenguaje religioso y del lenguaje religioso hacia el lenguaje secular. Por esto es necesario que los ciudadanos religiosos aprendan y se adapten a la realidad de la vida política que está más allá de su visión de mundo, no para convencerlos sino para hablar un lenguaje común que permita el bienestar de todos los miembros de la sociedad.

Este encuentro deja claro que los movimientos ecuménicos en favor de la igualdad de condiciones para todas las personas son una minoría. Sin embargo, es una minoría que se amplía cada vez más, incluso dentro de espacios que parecieran renuentes, tales como ciertos grupos pentecostales o carismáticos. En estas minorías se halla el fermento de una masa que sigue en pie, esperando la transformación de una sociedad que abogue por la pluralidad y la diversidad, donde puedan caber todos y todas bajo un mismo techo, el de los múltiples rostros de Dios.

Share on facebook
Share on twitter
Share on email