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Calcular los gastos: Domingo XXIII del tiempo ordinario

Los predicadores itinerantes eran famosos en la época de Jesús. Desde filósofos, curanderos, anunciadores de calamidades o castigos, estos personajes ganaban adeptos mientras iban recorriendo ciudades y pueblos con sus mensajes, a veces muy esperanzadores, a veces no tanto. Muy semejante a los Youtubers de hoy día.

Cuando Jesús empieza su ministerio, muchas personas le seguían, tal vez porque estaban interesados en  sus enseñanzas con autoridad y fuerza; otros tenían curiosidad por los milagros que realizaba; también estaban aquellos quienes buscaban respuestas a sus inquietudes o salidas para la vida de miseria que llevaban.

Parece ser que el afán de Jesús no era tener un club de fans, aquellos que ciegamente le sigan sin tener en cuenta los costos ocultos de ser sus discípulos, y  muchos menos lo que eso significa. Jesús no busca ser popular sino fiel a su misión, y lo mismo espera de sus seguidores.

En el evangelio de este domingo, dirigiéndose a todos aquellos que lo siguen, Jesús dice: “Si alguno quiere seguirme y no me ama más que a su padre o a su madre, a su esposa, a sus hijos, no puede ser mi discípulo”. Palabras fuertes y chocantes para algunas personas, si además tenemos en cuenta que la traducción del verbo griego misei varía desde “odiar” o “aborrecer” (un poco más preciso sería decir “amar menos”). ¿A qué se refiere Jesús cuando les pide a sus discípulos hacer este tipo de opciones radicales?

Hay dos aproximaciones que podemos hacer a esta exigencia. Primero, desde las relaciones familiares, y segundo, desde el sentido de la cruz.

En la época de Jesús, la familia era una institución muy importante y representaba la seguridad, la estabilidad, inclusive la supervivencia. Las relaciones familiares no solo proporcionaban identidad a las personas, sino que se convertían en la posibilidad de sobrevivir. Pero también las relaciones familiares podían ser una carga o un lastre para muchos. El padre tenía toda la autoridad, y muchas veces la ejercía de maneras poco amorosas. Los demás miembros de la familia estaban en función de dicha autoridad. De modo que las familias podían ser un lugar de opresión.

Jesús pide a sus discípulos preferirlo a él por encima de los padres, las esposas o esposos, los hermanos y hermanas, los hijos e hijas. Se trata entonces de establecer nuevos vínculos, desde el amor y el servicio más que desde el autoritarismo servil, y segundo, de poner todas las seguridades a un lado y aventurarse a recorrer un camino que exige libertad, desprendimiento, inclusive que puede costar la vida.

No se trata de renunciar a nuestras relaciones familiares, no se trata de salir corriendo de la casa o dejar de amar a nuestros seres queridos. Se trata de aprender a poner a un lado todo aquello en lo que nos apoyamos buscando falsas seguridades, las cosas o las personas que nos ofrecen opciones sin riesgos, pero estériles, seguras y acomodadas, pero vacías de sentido, muy atractivas en lo inmediato, pero peligrosas a largo plazo. Se trata de caminar al ritmo de un mensaje que puede traer muchas situaciones inesperadas, impredecibles, difíciles, inclusive que van más allá de nuestro control, que exige una confianza profunda en Dios.

Segundo, al invitarlos a anteponerlo a él antes que padres, parejas e hijos, Jesús añade: “El que no carga su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo”. Hemos oído tantas veces este texto que ya no nos escandaliza. Imagínense lo que pudieron sentir los primeros discípulos cuando lo escucharon por primera vez. Tomar la cruz era como ponerse un revólver en la sien y estar dispuesto a ser asesinado por causa de este evangelio. Así de dramático podría sonar.

Pero, ¿qué es la cruz? Muchos años después de la muerte y resurrección de Jesús, los cristianos comprendieron que la cruz no era solamente un instrumento de tortura y dolor. Ella representaba la entrega generosa de la vida como ofrenda por el Reino de Dios, una entrega que no es fácil, que puede traer dolor, contradicciones, a veces angustia y sufrimiento, pero al mismo tiempo la libertad en el amor. Al entender la cruz  en este sentido, como el precio que se paga por entregar la vida, más aún, como la consecuencia de seguir a Jesús de manera decidida, valiente y determinada, el mensaje no deja de ser escandaloso y duro de aceptar, pero adquiere otros matices y sentidos que nos hacen pensar que vale la pena el riesgo.

Calcular los costos de seguir a Jesús significa tener claro que este es un camino de libertad, de realización plena de la vida, pero también es un camino que nos confronta.

Por lo tanto, calcular los gastos, los recursos, los costos de seguir a Jesús significa tener claro que este es un camino de libertad, de realización plena de la vida, pero también es un camino que nos confronta, que nos empuja a límites a veces difíciles de aceptar, a veces contradictorios y escandalosos, pero al final de cuentas es la única forma de transfigurar el mundo, porque el mensaje de Jesús tiene el poder de transformar la realidad.

Por eso con Salomón, en la primera lectura (Sabiduría 9:13-19), pedimos a Dios la sabiduría para aprender a calcular los gastos en nuestro seguimiento de Jesús, para tener claras las consecuencias, pero sobre todo para confiar en Dios que tiene todo bajo control y nos acompaña por un camino difícil pero seguro, un camino de entrega y de alegría, un camino de salvación.  

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