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Libro recomendado: Santos accidentales, de Nadia Bolz-Weber

“Bienaventurados los fracasados” 

¿De qué se habla cuando se habla sobre algo que escribió alguien? Sin duda, de lo que entendió y vivió aquella persona que lee mientras recorre una historia, o una serie de ellas, vividas por otro u otra, desconocido/a hasta ahora, que narra lo que vive a la vez que se va mostrando; como una especie de conocido al que invitas a conversar en la tarde, tomando un café, y que se narra a través de una serie de sucesos. 

Me hubiera gustado titular este artículo con algo como “Santos accidentales, encontrando a Dios en las personas equivocadas. O cómo hacer del encuentro una presencia de la divinidad en mí y en el otro, que, al ser reflejada en el acto amoroso y consciente de ver lo otro me permite verme; y al amarlo, amarme; y al perdonarlo, perdonarme”.  Pero resultaba no solo largo, sino también difícil de entender. Aunque podría funcionar como una invitación a leer el libro del que hablo para comprender, por experiencia propia, a qué me refiero cuando digo esto sobre el texto de Nadia Bolz-Weber. 

Debo aclarar también que, dada mi formación como psicóloga  -y esperando haber dejado por sentado que hablaré no solo de lo que escribió Nadia, sino, y sobre todo, sobre mi experiencia con sus palabras y desde mis experiencias de acompañamiento a personas que buscan por el camino de la vida interior una respuesta a preguntas como ¿quién soy? o ¿qué es esa divinidad que dice amarme?- veo en cada vida una historia de autoconocimiento y sanación, donde la “santidad” es comprendida no como una condición estática, idealizada, rebosante de luz y armonía, sino, al contrario, terrenal, ambivalente y problemática; es decir, verdaderamente humana, tal como se predica y se dice que Jesús  fue. 

Dicho esto, puedo contar que recorrí su historia como si nos hablara desde el diván de su terapeuta, comprendiendo cada encuentro como un paso del viaje del héroe -o la heroína- pues su viaje, como el de Jesús y Buda, como en el monomito de Joseph Campbell, pasa por el oscuro reino de la sombra para encontrar algo de luz en la consciencia que se nos refleja en el otro, en lo otro. Y todo esto, como diría San Agustín, accediendo a la Verdad que habita en el propio corazón, en lo más íntimo de nuestra humanidad. 

Dios nos ama ahora, especialmente con los pies sucios

Nadia Bolz-Weber, fundadora de House of All Sinners and Saints, una congregación de la iglesia evangélica luterana en Denver, Estados Unidos, nos regala, a través de su libro, Santos accidentales, una imagen renovada de la gracia, y, a su vez, da cuenta de los líderes religiosos que ahora, más que nunca, necesitamos. Su cuenta de instagram, con más de cinco mil seguidores, nos permite ver su estilo y su personalidad. Suele llevar su clergyman con unos pantalones vaqueros negros enmarcados en una correa con una encantadora chapa que resalta una imagen de la Virgen María. En otras fotos, con sus pantalones camuflados y sus camisillas, nos deja ver, en sus tatuajes, sus aretes y anillos, su forma de llevar el pelo y su estar y portar un cuerpo, un estilo propio que encanta por su desencajo en la rigidez en la que se nos ha hecho creer que debe estar enmarcado un o una líder espiritual.  

En la estética de su ser, en la ternura y honestidad de sus palabras, y en el acogimiento que ha dado a cientos de fracasados, ovejas negras y raros, que no son más que seres humanos con una profunda humanidad intimidada por el apabullamiento que han sufrido en otras comunidades religiosas, nos enseña que ella, también, ha sido la oveja negra, si es que esto existiera. Y no se arrepiente de esto. 

Con su estola negra, donde una poderosa y llamativa estrella blanca que contiene un puño rojo como símbolo de la lucha, la resistencia pacífica y la revolución del amor, nos recuerda que el encuentro es un acto fundamental para la teología y la pastoral, y nos invita a preguntarnos por la santidad en aquello sencillo, cotidiano, recurrente, y a veces ignorado: el otro.

Santos accidentales: encontrando a Dios en las personas equivocadas, es un libro escrito en el 2015 -y traducido al español en el 2019 por JuanUno1 Ediciones- por la ministra luterana y teóloga Nadia Bolz-Weber, escritora que ha sido seleccionada entre los bestsellers por New York Times. 

Traducción al español: Alvin Góngora

¿Dónde está Herodes en el pesebre?

Es poco común hablar de aquello que está en nuestra sombra. Mucho menos común, en la literatura cristiana o pastoral, escuchar o leer a líderes religiosos hablando en primera persona de sus emociones, sus miedos, sus errores y su más plena y profunda humanidad. Por el contrario, parece que atravesamos una particular exacerbación de perfeccionismo espiritual, donde pareciera que ser santo es sinónimo de una suerte de superioridad moral que nos deshumaniza. Ella, por el contrario, nos plantea un Luteranismo que combate la idea de que ser santo es estar en gracia con la divinidad, pues el solo intento es “bullsihit”. 

No por azar, algunas filosofías orientales y foráneas han permeado la vida y la práctica de cientos de personas en occidente, quienes a través de “mandamientos” en instagram y perfiles felices, se esfuerzan en demostrar que se es “iluminado” cuando nada pasa, cuando un asfixiante estado de armonía y bienestar se repite de manera automática, sin entender que, parafraseando a Nadia, en este curioso ideal buscamos “no acercarnos a Dios, sino querer ser como Él”. 

El querer ser como los dioses, tentación que profirió la serpiente en el paraíso, es un tema arquetípico. La tentación aquella que nos permitiría ser conscientes de nuestra más profunda humanidad, imperfecta e inestable, en constante movimiento, no ha sido completamenten comprendida por el cristianismo, ni mucho menos predicada y ejemplificada en la vida de sus líderes y creyentes. 

“Quizá no queremos que nuestros líderes tengan necesidades”, asevera Nadia, comprendiendo, creo yo, la profunda importancia de lo que hace con su testimonio, y alertándonos de que, como seguidores o aprendices de un líder espiritual, no debemos esperar que ellos hayan resuelto todo en la vida, y que puede ser bastante peligroso ver a la divinidad donde solo hay poder, pues idealizamos a un humano que, además, en uno que otro caso, alimenta su ego con la admiración, la cartera y la obediencia de sus feligreses.  

Y ¡claro!, si es arquetípico querer ser como dioses y enfrentar la limitación de no poder serlo, al no lograr comprender en nosotros mismos esta finitud, podemos fácilmente proyectar sobre maestros, superhéroes o iluminados ese estado deseable que se nos hace imposible. Entonces, podríamos decir que no es “idealizar” lo que puede resultar extraño a la psique humana. Lo que nos trae problemas pareciera ser la incapacidad de reflexionar lo que esto conlleva, terminando, torpes como somos, en otros casos, idealizándonos a nosotros mismos. 

“Estoy siendo Cristo”, confiesa Nadia que llegó a pensar cuando acompañaba a otros en su camino de fe, y cuánto sabemos actualmente del falso altruismo de aquellos que aseguran “haber sido bendecidos para bendecir”.

“Estoy siendo Cristo”, confiesa Nadia que llegó a pensar cuando acompañaba a otros en su camino de fe, y cuánto sabemos actualmente del falso altruismo de aquellos que aseguran “haber sido bendecidos para bendecir”, una declaración peligrosa para un ego con hambre de poder que puede, incluso, ser el nuestro. Darle un lugar a Herodes en el pesebre, sería entonces darle lugar a nuestra necesidad de asumir la oscuridad histórica, la de los otros, la que habita en nuestro propio corazón y que podría llevarnos a una gracia liberadora. 

Preguntarse por el lugar de Herodes en el pesebre es entonces recordarnos que la presencia de Cristo está en los migrantes que son recibidos, en los hambrientos que son alimentados, en los enfermos que son atendidos, en los odiosos que son amados, y no en nosotros, tan santos como pecadores, tan necesitados como todos los demás. ¿Dónde está Herodes en el pesebre? ¿Dónde nuestros líderes espirituales conscientes de su sombra y capaces de soportar la sombra en los otros? Bienaventurados los fracasados, porque de ellos es el Reino en la tierra, en la luz y en la sombra.

El escándalo del evangelio es que nos arranca de la adicción de ser buenos

Entre galletas horneadas para el Día de todos los Santos, que le permiten a Nadia hablar de la Gracia y la Santidad, pasando por conferencias y sencillas homilías en La Casa, viajamos constantemente a temas teológicos como el rapto o el arrebatamiento, el apocalipsis y la crucificción. Allí, donde la sombra de la divinidad se le presenta al ser humano como un ladrón en la noche oscura, también ella ve el acto de Dios, un Dios que rapta lo inútil, lo que ya no le sirve a nuestra búsqueda espiritual. La divinidad, esa anunciada por el evangelio, nos recuerda en la sombra que somos humanos y que debemos “limpiar” nuestra adicción a ser buenos. En la sombra, la psique sana, organiza, le da forma y transforma ciertas ideas y creencias que ya no son necesarias en el proceso vital de nuestra experiencia divina.

La divinidad, esa anunciada por el evangelio, nos recuerda en la sombra que somos humanos y que debemos “limpiar” nuestra adicción a ser buenos.

¿Qué significa pues “ser bueno” antes los ojos de Dios? Dijo María, madre de Jesús, cuando todo aquello le fue anunciado: “He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (LC 1, 38). Aceptando la gracia, es decir, el amor de Dios, María es una revolucionaria. Se sabe inmerecedora, pero a la vez recibe el favor con el que ha sido vista. Ser amado por la divinidad, tal como soy, tal como somos, es una experiencia única, pero “el comportamiento bueno se igualaba a la piedad” en las iglesias cristianas, se hace con él un razonamiento lógico cuando siempre ha sido algo sensitivo, es decir, experiencial, y con esto se nos olvidó, como creyentes, que  Dios mira con favor a su creación. 

Hemos masculinizado la experiencia -y, subrayo esto que quien escribe quiere, y debe decir, de lo que leyó- no es una simple coincidencia, en este caso, que el texto sea escrito por una mujer, una que entiende, en la esencia de su ser, que la religión no es, ni debe ser, escapista, pues “perdemos la trama si usamos la religión como el lugar donde escapamos de las realidades difíciles en lugar de tenerla como un lugar en el que esas realidades difíciles tienen un significado”.  

Y si borramos la emoción, borramos el sentido y la comprensión. Así, pretender que todo está bien no ayuda a nadie, nos recuerda Nadia en medio de su historia, y nos invita, con su imaginación creativa, a preguntarnos “¿cómo podría responder Jesús a nuestra ignorancia de la (esta) realidad, que favorece un idealismo emocional?” 

“Las cosas santas que necesitamos para nuestra sanidad y sustento -nos recuerda- son casi siempre las mismas que comúnmente tenemos justo frente a nuestros ojos”: la belleza, la vida, el amor en la cotidianidad y en la expresión sana de las emociones, incluso, de las de nuestros demonios.

La verdadera salvación ocurre, entonces, cuando decimos la verdad acerca de cómo todos y todas participamos en nuestro propio sufrimiento y en nuestra propia salvación. Esta es la libertad de la esclavitud del ego que me mostró Nadia en su libro. Pues en últimas, así, a secas, y tranquilamente como lo escribe, como quien se lo dice a su mejor amiga, Dios es más poderoso que todas nuestras cagadas.

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