Enviados

DOMINGO MUNDIAL DE LAS MISIONES

Este fin de semana celebramos en la Iglesia Católica el Domingo Mundial de las Misiones. Una celebración que inició en 1926 por un llamado del Papa Pío XI a orar por las misiones y los misioneros.

Si bien es cierto que esta celebración tiene como objetivo apoyar espiritual y financieramente a los misioneros en el mundo, creo que también es importante que este domingo nos ayude a ser conscientes del llamado que tenemos todos los cristianos, y los seres humanos en general, a ser misioneros. Sugiero varias comprensiones de esto.

Este domingo leemos en el evangelio de Mateo (28:16-20 como el Señor Jesús, después de su resurrección, y antes de ascender al cielo, se reúne con sus discípulos y les entrega este encargo: “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado”. Esta comisión  no solo nos habla de la identidad de la Iglesia como comunidad en salida, sino que nos une a la identidad de Jesús, quien es  enviado por el Padre.

La palabra “misión” proviene del latín missio que significa “envío”. Jesús, entonces, es esencialmente un misionero, enviado del Padre, porque recibe de Él el encargo de anunciar en el Reino de Dios en medio de los hombres. Su naturaleza, divina y humana, se define en ese ejercicio constante de la misión que le encomienda su Padre celestial.

La Iglesia, comunidad de creyentes, comparte con Jesús su identidad humana y recibe de Él su naturaleza divina como don, al recibir la tarea (envío, misión) de salir, anunciar, compartir y vivir con todos los seres humanos lo que enseñó.  Este encargo (misión, envío) es para todos, no sólo para un grupo distinguido o exclusivo.

Del mismo modo, la naturaleza misionera de la Iglesia (enviada y en salida constante) nos dice algo sobre nuestra propia condición humana. Hemos recibido el don de la vida como un envío al mundo para ser agentes de esperanza, para acoger, anunciar, y compartir con otros la experiencia del Reino de Dios, su presencia activa en este mundo que todo lo transforma y lo recrea.

La misión comprende el llamado que tenemos todos los seres humanos a salir de nosotros mismos para compartir con otros el don de la vida por medio del ejercicio de los talentos, los dones, las habilidades individuales, de modo que se enriquezca la vida de todos.

Una comprensión reducida de la misión de la Iglesia nos hace pensar que este envío sólo tiene un carácter proselitista, que el anuncio del Reino se refiere únicamente a la afiliación a una institución por medio de un anuncio exclusivamente religioso. La misión comprende algo más profundo. Se trata del llamado que tenemos todos los seres humanos a salir de nosotros mismos para compartir con otros el don de la vida por medio del ejercicio de los talentos, los dones, las habilidades individuales, de modo que se enriquezca la vida de todos.  

Para nosotros los cristianos hay una intencionalidad en ese “salir y compartir”,  y tiene que ver con el Reinado de Dios. Jesús enseña a sus discípulos que el Reino de los Cielos es la presencia del Padre en medio de los seres humanos, a veces es pequeña y desapercibida, pero con una fuerza incalculable capaz de transformar la vida de las personas, de devolverles la dignidad restaurando en ellos la imagen divina con la que fuimos creados. Esa manifestación de lo divino se vuelve fuerza que impulsa a salir, que pide ser anunciada y compartida, no impuesta.

De modo que al tomar conciencia de nuestro ser en el mundo, no como un accidente de la naturaleza, sino como un fruto del amor, la vida se vuelve misión al compartir la presencia divina que nos habita y nos transforma. Es lo que hace la Iglesia y al celebrarlo recordamos que todos, sin exclusión, tenemos parte de este envío, de esta misión y de este compartir.

Son misioneros los maestros que enseñan a comprender el mundo; son misioneros los profesionales y trabajadores de la salud que van en ayuda de los enfermos; son misioneros los empleados públicos que hacen de sus trabajos un servicio a los más necesitados; son misioneros los que comparten con los pobres y excluidos un pedazo de pan, una sonrisa, una ayuda; son misioneros todos los seres humanos que salen de sí mismos para entregar un poco de los que son y tienen, para el beneficio de los demás.

En este Domingo Mundial de las Misiones, recordamos nuestro propio llamado a salir de los encierros y egoísmos para compartir con otros los regalos que el buen Dios nos ha dado: oramos por todos aquellos que han dejado las comodidades de sus casas y sus tierras para esparcir las semillas del Reino en lugares lejanos; agradecemos el don del Reino de los Cielos que se nos ha entregado y que nos impulsa a hacer de este mundo un lugar más justo, amoroso y fraterno.

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