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DOS AMIGOS PARA ESTE TIEMPO. Segundo domingo de adviento.

Hay amigos de todo tipo. Amigos que nos alegran con sus ocurrencias, amigos que nos animan cuando estamos tristes, hay amigos sabios y otros ocurrentes, hay amigos difíciles que nos enseñan mucho y otros que necesitan de nuestra ayuda; hay amigos incómodos y otros con los que nos sentimos muy bien, hay amigos lejanos y otros cercanos. Los amigos le dan un color especial a nuestra historia.

En esta época del adviento, la liturgia de la Palabra nos presenta dos profetas, dos amigos que nos acompañarán en este camino de preparación:Isaías y Juan el Bautista. Del primero tomamos la lectura del Antiguo Testamento (Is 11:1-10), al segundo, también llamado por el evangelista Juan “el amigo del novio” los escuchamos en Mateo 3: 1-12. Este profeta del Nuevo Testamento tiene el rol del precursor, el que prepara el camino de Jesús para su ministerio.

El libro de Isaías es el más extenso de los libros proféticos en la Biblia. Fue testigo de un tiempo turbulento, lleno de invasiones, luchas de poder y opresión que hacían poner en tela de juicio no solo la presencia de Dios en medio de su gente sino la relevancia de la fe en medio de una situación caótica. 

La labor de este profeta fue anunciar y recordar la presencia de Dios como una fuerza salvadora que no juzga con favoritismo sino que siempre está a favor del oprimido, del esclavo y del pobre:  “No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con justicia al desamparado y con equidad dará sentencia al pobre; herirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío. Será la justicia su ceñidor,la fidelidad apretará su cintura.” 

Como resultado, vendrá un tiempo de paz, en el cual incluso  los enemigos naturales serán capaz de vivir en armonía

Habitará el lobo con el cordero,

la pantera se echará con el cabrito,

el novillo y el león pacerán juntos

y un muchachito los apacentará.

La vaca pastará con la osa

y sus crías vivirán juntas.

El león comerá paja con el buey.

Nos recuerda además no solo las exigencias éticas y morales  de la ley sino también la alegría de la pronta llegada de Dios para redimir a su pueblo. 

El mensaje de este profeta en este tiempo de adviento hincha el corazón de esperanza, de confianza en la bondad de Dios que viene a salvar, de alegría por la pronta manifestación del Salvador. Las profecías de este libro nos invitan a esperar con confianza y a celebrar con gozo. Este amigo es, definitivamente, un invitado imprescindible a la fiesta. 

La presencia de Jesús entre nosotros es, sin duda alguna, un gran motivo de alegría y de celebración, pero también confronta nuestro egoísmo, nuestro consumismo, nuestra apatía hacía el dolor y el sufrimiento de los demás.

Por otra parte, Juan Bautista es un amigo extraño, un solitario que vivía en el desierto con un estilo de vida poco convencional (su dieta, su manera de vestir y de hablar). Sus palabras causaron gran impacto entre los habitantes de Judea, muchos de ellos, inclusive, se hicieron sus seguidores y se dedicaron, como él, a practicar el bautismo como preparación para la llegada del Mesías.

Para el bautista, el acontecimiento de la llegada del Reino de Dios era un asunto inminente y bastante serio. Se trataba de la soberanía de Dios que llegaba a reinar de manera definitiva sobre su pueblo. Por lo tanto, la gente debía prepararse para acoger este momento que partiría la historia en dos.

En algún momento de la historia Jesús y Juan se encuentran. Este lo reconoce como el él al Mesías anunciado en el Antiguo Testamento. Al bautizarlo, Juan sabe que con Jesús se inaugura ese momento esperado, por eso se hace a un lado para que el Reino de Dios siga su rumbo.

La predicación del solitario del desierto era una fuerte sacudida para la gente que lo escuchaba, porque los retaba a transformarse para acoger la llegada del Mesías. Sus palabras fuertes y su radicalidad inspiraba a algunos y asustaba a otros. Él  buscaba sacudir la conciencia del pueblo para que no se acomodara en su mediocridad. La presencia de Juan Bautista en la época de adviento es, quizás, extraña. Es como aquel amigo incómodo que nos confronta con nuestra realidad, que tal vez no piensa como nosotros y que nos reta a salir de nuestra zona de confort para crecer como personas.

Ese amigo es bastante útil en estos días, porque las decoraciones, las luces, las celebraciones, las fiesta, la música, la ilusión de los regalos, pueden ser distracciones de nuestra responsabilidad y del verdadero sentido de lo que vamos a celebrar. Él nos recuerda que el adviento es una época para sacudirnos, para revisarnos, para detenernos un momento y ajustar ciertas actitudes y formas de pensar que no están en consonancia con los valores del Evangelio.

Quizás si Juan predicara en estos tiempos sería considerado un “aguafiestas” porque su mensaje no endulza el llamado constante del evangelio a convertirnos. La presencia de Jesús entre nosotros es, sin duda alguna, un gran motivo de alegría y de celebración, pero también confronta nuestro egoísmo, nuestro consumismo, nuestra apatía hacía el dolor y el sufrimiento de los demás.

Hay amigos que, aún siendo molestos, hacen que las celebraciones y la vida en general sean auténticas porque nos ayudan a descubrir su verdadero sentido.

Al escuchar nuevamente las palabras consoladoras de Isaías y las fuertes exigencias de Juan, pidámosle al Señor que nuestro corazón se llene de esperanza por su venida, pero que también sea capaz de desacomodarse para salir a su encuentro; que nuestros deseos de paz y bienestar no sean un endulzado mensaje de tarjeta de navidad, sino un compromiso por vivir una vida más justa y coherente.

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