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GAUDETE. Tercer domingo de adviento

¿Han visto alguna vez un animal que ha sido abusado o abandonado, cómo se repliega en un rincón o se vuelve agresivo para que nadie lo toque por miedo a ser maltratado nuevamente? Hace algunos meses acompañé a un amiga que quería adoptar un perro. Fuimos a un hogar de paso donde había muchos animales enjaulados. El encargado nos dio un pequeño tour y mi amiga se enamoró del perro más feo.. Estaba encerrado en su jaula acurrucado y temblando, con una mirada realmente devastadora. Cuando nos acercamos, mi amiga se puso de rodillas y empezó a hablarle con una voz muy cálida y suave, a lo que el perro respondió parándose en sus paticas y ladrando con todas sus fuerzas. Dejó salir la fiera salvaje que trataba de defenderse de dos desconocidos que, tal vez en su mente, querían maltratarlo. Nos tomó más de media hora calmarlo, hasta que mi amiga por fin pudo tocarlo. Salimos de allí con una pequeña fiera herida que solo quería ser cuidada y protegida.

Tal vez muchos de nosotros hemos vivido situaciones de abuso o de injusticia. Esas experiencias se nos han metido en el corazón y han bloqueado o anulado la capacidad de ver el futuro con esperanza. Cual perros abusados y abandonados nos replegamos en nuestras guaridas para que nadie nos toque, para que nadie nos dañe nuevamente. Preferimos la falsa seguridad del aislamiento y la soledad para no volver a sentir el terror ante el riesgo de un abuso. 

Las palabras de este fin de semana del profeta Isaías y de Jesús, resuenan como un bálsamo que cura y restaura, como un alivio que trae un nuevo comienzo: “Alégrate y regocíjate, tu Dios está aquí”.

En la comunidad católica y luterana, la comunión anglicana, entre otras denominaciones,  este fin de semana es llamado “Gaudete” (¡alégrate!) como un eco de la expresión del profeta Isaías que escuchamos en la primera lectura: (Isaías 35:1-6.10) “Regocíjate, yermo sediento; que se alegre el desierto y se cubra de flores”.

El profeta sigue su mensaje: Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mudo cantará. Volverán a casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría; serán su escolta el gozo y la dicha, porque la pena y la aflicción habrán terminado”.

El cambio de color en la liturgia, del púrpura al rosa, también indica un cambio en la actitud y el incremento de la expectativa por la llegada de Mesías. 

El camino del adviento nos invita, en este punto, a confrontar los miedos, los fantasmas del pasado y del presente, a la vez que los ponemos en manos de Dios con la certeza de que las promesas de salvacion y restauracion son concretas y personales

Posteriormente, en el evangelio (Mateo 11:2-11) escuchamos a Jesús responderle a Juan el bautista su inquietud acerca del Mesías y su llegada. Como muchos de los judíos de su época, Juan también estaba a la expectativa, esperaba un mejor tiempo de libertad y justicia, el tiempo del reinado de Dios. Las señales estaban dadas: “Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

Señales de liberación y esperanza, señales de vida y de restauración. De alguna manera, los que esperaban (y siguen esperando) la llegada del Mesías, son aquellos que experimentan el dolor, la angustia, la muerte. Es a estos a quienes se les invita a regocijarse y a estar alegres, porque ya llega el Señor con su salvación, con su poder, a restaurar lo arruinado, a levantar lo caído, a fortalecer lo débil. 

Podemos entonces decir que el anuncio de la llegada del Mesías, que es el mensaje del adviento y de la navidad, es una proclamación para todos los hombres y mujeres de cualquier condición. Pero son los oídos y los corazones de los pobres, los afligidos, los relegados y los que sufren, los que prestan una atención especial, porque ellos, los desposeídos, están ansiosos de recibir algo, de encontrar el sentido de la vida, la felicidad, la realización de sus sueños. 

Creo entonces que este domingo es un buen día para pensar en aquellos sueños frustrados que nos han amargado un poco (o mucho) el corazón. Es importante preguntarnos cuáles son aquellas circunstancias o experiencias que nos han dañado y nos han robado la capacidad de soñar, de pensar que algo bueno puede pasar en nuestra vida, que podemos ser felices y alcanzar nuestros sueños, a la vez que escuchamos con atención al profeta: “¡el corazón desierto florecerá y el espíritu seco volverá a ser verde!”.

El camino del adviento nos invita, en este punto, a confrontar los miedos, los fantasmas del pasado y del presente, a la vez que los ponemos en manos de Dios con la certeza de que las promesas de salvacion y restauracion son concretas y personales, es decir, relevantes en para nuestra existencia. Son promesas de mejor futuro que comienzan por sanar las heridas, la cegueras y las sorderas que quedan por causa de los maltratos a los que hemos sido sometidos. Al transformar nuestra historia, seremos transformadores de la historia de otros. 

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