Jesús transexual: anotaciones al poema “Y el verbo se hizo látex” de Hugo Oquendo-Torres

Jesús,

cuando en el horizonte se desgranaba la última brasa del sol,

   bajó del madero y entró al confesionario.

Tomó de abajo del reclinatorio la cartera de maquillaje

   para transformar su rostro empalidecido.

Con una banda plástica disimuló sus cojones, luego se ajustó

el pantalón con lentejuelas púrpuras

                                       que María le había confeccionado.

Con dos formas de espuma abultó los senos; ocultando

la herida de perro callejero, se ciñó al corpiño un corsé negro.

En el perchero colgó la corona de espinas,

                            cepilló la cabellera y se aplicó lápiz labial.

Después de ponerse las botas de cuero, como amuleto de suerte

guardó entre su pecho una navaja y tres condones.

Levantó la mirada y lanzando un grito al cielo,

   encomendó su cuerpo al Padre y vivió. Ahora él, ella,

mariposa púrpura que danza bajo los ojos azules de la noche,

   hasta las seis de la mañana,

           cuando acabe su jornada de piel, se llamará Samanta.

Ella con la cabellera suelta, salvaje, seduce las miradas

ansiosas del cáliz de su sexo, su pan y su vino. Hoy querremos

comulgar con su cuerpo consagrado. En la esquina de la avenida,

cerca al semáforo, Samanta fue abordada por una camioneta, allí

nuevamente fue penetrada con el falo de la razón. Una y otra vez

fue violada con la verdad. Su rostro fue torturado, masacrado fue

su vientre y raída desde la espalda. Se repartieron su ropa y

se sortearon la túnica. La muerte ha vuelto a tener otro orgasmo.

Treinta monedas de plata cayeron sobre el pavimento que

   era mordido por la lluvia.

Lluvia de agua-sangre que escurre entre las cloacas,

   alimentando el silencio de los ojos.

Su maquillaje, serpentina de la aurora, se hizo una acuarela

con la boca magullada. Pero ni una sola lágrima de sus ojos

de gata medialuna fue derramada, porque pudo más el coraje

   que la locura.

Samanta al tercer día, después de la misa de seis, resucitará.

El carnaval de su lápiz no se ha borrado de su boca roja.

HUGO OQUENDO-TORRES

Francis Bacon, "Una crucifixión es un autorretrato".

Hugo Oquendo-Torres (1982) nació en Chigorodó  (Colombia). Ha trabajado como docente y pastor de la Iglesia Colombiana Metodista. También ha realizado estudios de teología con la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica y, en la actualidad finaliza el Programa de Maestría en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Ha publicado libros de poesía, como Poesía del cuerpo desnudo (Metanoia, Río de Janeiro, 2014) y Días de fuego (2019) y  también el libro de cuento Lo secreto (Klepsidra, Pereira, 2018).

Como pastor metodista, su trabajo se caracteriza por reivindicar a las comunidades y sujetos Queer. Como creador literario, ha hecho de estos personajes protagonistas de su obra, pues considera que este modo de existencia es un acto subversivo que desafía a las estructuras de poder y genera un cambio de paradigma en la sociedad y en la cultura. Como teólogo, Oquendo-Torres enfatiza que la teología se expresa de múltiples formas, como en el prisma de las identidades sexuales se asumen los cuerpos. El punto de partida es el cuerpo, ya sea de hombres o mujeres, heterosexuales, homosexuales, bi o transexuales que pretenden percibir lo divino en su materialidad.

Oquendo-Torres considera que la creación poética y el erotismo van de la mano a la hora de hacer teología. Por esto, a diferencia de Adélia Prado, por ejemplo, para quien la poesía es una expresión mística, en Oquendo-Torres la poesía es una forma de crear imágenes divinas a partir de los sujetos de la historia y de sus cicatrices.  

 “Y el verbo se hizo látex” es un poema narrativo que reinterpreta el relato de la muerte de Jesús a partir de la encarnación de Dios en la realidad latinoamericana del siglo XXI. El autor aplica el mecanismo de la relectura proveniente de la Teología de la Liberación para contextualizar a Jesús, como lo hiciera Vicente Leñero en El evangelio según Lucas Gavilán, en un ambiente de prostíbulos y miseria.

El desarrollo narrativo del poema se asemeja a la idea de Nikos Kazantzakis en la cual Jesús se baja de la cruz. Pero aquí es un Cristo crucificado en una iglesia, quien usa el confesionario como tocador, del cual saca la cartera y se maquilla, y se lanza a la noche como una transexual para buscar trabajo y placer. Este es el Dios de los pobres, del cual predican los sacerdotes y pastores de la liberación. Pero también, y ante todo, es un Dios Queer de cuerpo transfronterizo. Su carne es lugar donde lo sagrado acontece.

El poeta y pastor, de la mano de Marcella Althaus-Reid, radicaliza la forma de hacer teología latinoamericana y ya no llama Juan o María a sus personajes, campesinos asexuales, idealizados por muchos agentes pastorales, sino Samanta, vestida de negro y lentejuelas, con una clara intención de gozar el reino de la noche, dejándose penetrar por ella, y enfrentar sus laberintos. 

El joven escritor combina el erotismo de la piel con el pan y el vino, el cuerpo consagrado, los testículos de la mujer trans y la santa cena cristiana. No lo hace por el mero hecho de ser irreverente, sino porque –y aquí llega el punto de encuentro entre Samanta y el Jesús de los evangelios– la mujer es violada y asesinada por hombres que buscan aleccionarla a ella y a la población, aterrorizándola de poder. 

Las similitudes son adrede: los violadores se reparten su ropa y sortean la túnica, caen las treinta monedas de plata sobre el pavimento. Jesús es asesinado en Samanta. O Jesús-Samanta es asesinado, otra vez crucificado. Sin embargo, y como un panorama abierto, Oquendo-Torres proclama la resurrección, anuncia la esperanza de un tercer día, después de la misa, y espera que Samanta vuelva a ponerse el lápiz rojo sobre los labios para seguir viviendo el erotismo.

El escritor colombiano rompe la concepción de sacralidad o sacraliza lo que antes había sido visto como impuro. Su poesía pretende ser una expresión que esté más allá del bien y del mal, que sea encarnación que resalte lo que significa la carne humana, sus erecciones y sus orificios. Así, su escritura busca ser testigo de una trasgresión política, cultural y religiosa, una estética profética que denuncia las cárceles de la moralidad y los castigos brutales de los aleccionadores callejeros. Jesús es también crucificado con las crucificadas de las calles.

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