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Historias y rupturas espirituales

Por Shirley Ruiz 

Era el año de 1978 y una pequeña bebé nacía un 26 de abril, ese mes donde hay un ciclo climático distinto porque el verano empieza a desaparecer y se acerca el invierno. Tal vez podría decir que abril, “el mes donde nacen las flores” (como decimos en mi país), es como una dulce primavera.

Mi nombre es Shirley y soy de Costa Rica, la mayoría me dice “Shir” y algunos agregan “la tica”. Yo los invito a mi sala y a compartir un café mientras les cuento historias…

Para algunos soy la tercera hija de un hogar y para otros soy la primogénita de mis padres. Mi papá fue el segundo esposo de mi mamá y se conocieron cuando ella ya tenía 2 hijos (1 hombre y 1 mujer). Un año después de mi nacimiento mis padres se casaron y se hicieron cristianos. ¿Por qué les cuento esto? Más adelante sabrán por qué.

Crecí en un barrio del Sur, en ese tiempo era un lugar tranquilo conformado por familias de clase media – baja. Mi madre, una costurera y mi padre, un taxista, con mucho esfuerzo compraron una casa y nos dieron un techo digno a 4 hijos (2 mujeres y 2 hombres). Mi madre, una mujer con un carácter muy fuerte y mi padre, un hombre súper dócil. Podría decir que hacían la pareja perfecta porque mientras mi madre ponía orden, mi padre nos sacaba miles de risas.

Como les conté, al año de yo haber nacido mis padres se casaron y luego se hicieron cristianos y allí empieza lo que hoy podría llamar #HistoriasNoMenosQueReales.

Crecí en un hogar cristiano. Asistíamos a una iglesia pentecostal que luego pasó a ser neo-pentecostal. En ese tiempo eran un poco legalistas. No usábamos pantalones o, por ejemplo, me acuerdo cuando a Yiye Avila se le ocurrió decir que el televisor era el cajón del diablo y mis padres, súper obedientes a lo que decía el pastor, dejaron a 4 niños sin televisión. Mientras todos los niños del barrio veían programas infantiles, nosotros leíamos la biblia. 

Ya sabrán, nunca entendí porqué nos habían quitado el televisor. Por dicha, luego se dieron cuenta de que el diablo no estaba allí, sino en otras cosas. Y volvimos a tener televisor.

He leído la Biblia completa por lo menos unas 10 veces en mi vida.

Era el año de 1985. Yo tenía 7 años y se escucha en la casa: “Apúrense que vamos para el culto de liberación de demonios”. ¿Qué rayos era eso? ¡Ni idea!

Pero íbamos toda mi familia para la iglesia a un seminario de una semana completa donde había un movimiento pentecostal en el que la “guerra espiritual” era el pan de todos los días. Los demonios se veían, encontraban y se paseaban por todos lados, por lo que había que luchar contra ellos y, por supuesto, lo normal era que había que sacar los que estaban dentro de las personas.

Dice el pastor al iniciar la semana de guerra espiritual: “Hay que enseñar a nuestros hijos a “guerrear””. Nos sentaban en las bancas y, cuando la gente empezaba a manifestarse, los niños y niñas decíamos: “la sangre de Cristo nos cubre”, y así esos demonios no entrarían en nosotros. ¿Se imaginan?

Yo tenía 7 años y en esa banca solo había una niña con miedo escuchando a la gente adulta hacer ruidos extraños. Unos vomitaban, a otros les salía espuma y otros hacían voces raras con gestos que asustaban y yo solo decía: “la sangre de Cristo me cubre”, sin animarme a mirar a la gente porque temía verles. Y así llegaba a mi casa y me acostaba con aquellas imágenes de terror para luego no poder dormir pensando en lo que había pasado en ese “culto de liberación”.

Eran cosas que a mi edad no entendía, pero sí habían muchos sentimientos y el mayor de ellos era el miedo, seguido de confusión.

A mis 8 años ocurre un episodio muy triste en mi vida que me marca para nunca más volver a ser la misma niña, o la misma mujer (pero algún día si me animo a escribir un libro se los contaré) por lo que vamos a brincarnos unos años para seguir contando más historias.

Voy creciendo, en medio de una creencia donde me hablaban de un dios amoroso pero que al mismo tiempo era castigador si yo no le obedecía. Frases como: “dios ama al pecador pero aborrece el pecado”, o “como ladrón en la noche vendrá y, si no se arrepienten, se irán al infierno”, eran las que escuchaba todos los días por diferentes medios o personas.

Entonces, a esa edad, tengo el primer quiebre o desencuentro con ese dios y allí empiezo a escribir, poco a poco, sobre eseamor-odioque sentía hacia el dios de la religión, por decirlo de algún modo, que, además era el único que me habían presentado.

Un cuaderno con hojas blancas y un lápiz fueron mis mejores amigos y empiezo a escribir todo aquello que sentía dentro de mí y que solo podía expresarlo ahí,en secreto, para que nadie lo leyera, porque allí me permití dudar, maldecir y putear a ese dios que para mí era más lejano de lo normal.

Y así aprendí a escribir historias, poemas o frases que me ayudaban a desahogarme, porque no podía contarle a nadie lo que sentía ya que cada vez que expresaba algo de lo que hacían mis padres me enviaban a “citas de liberación” o a terapias, porque era una niña rebelde con pensamientos anormales y debían sacarme los demonios e ideas herejes que se paseaban dentro de mi cabeza.

Voy creciendo, en silencio, en medio de personas que creían en una sola verdad y un solo camino, con prédicas condenatorias, películas del estilo de “Como ladrón en la noche”, “El infierno”, “La hija del peregrino”, etc; y en lecturas de libros como: Cerdos en la Sala, Él vino a libertar a los cautivos, Lucha contra principados demoníacos, y así una larga lista. Películas y libros que en medio de mi niñez, pre-adolescencia, adolescencia y juventud eran el pan de todos los días, por lo que crezco siendo una experta en temas de liberación de demonios, Espíritu Santo, avivamientos y otros, mientras mis compañeras hablaban de temas de actualidad o de cantantes como Chayanne y Madonna, o se organizaban para asistir a  conciertos que para mí eran prohibidos porque la música secular (no cristiana) era del diablo y era pecado escucharla.

Llego a la edad de 12 años e inicio mi etapa en el colegio, ingreso a uno de sólo mujeres y surge el temor de que me haga lesbiana, por lo que me reúnen con algunos líderes y me hablan sobre ese tema tan temido. Yo tenía la opción de entrar al colegio donde habían estado mis otros hermanos, que era un colegio privado y cristiano, pero no quería estar allí y escogí un colegio público en el centro de la ciudad, así que pasé de ser una niña de barrio a viajar sola todos los días a la pequeña capital para ir a estudiar.

El colegio me abrió un mundo desconocido pero extremadamente maravilloso. No les voy a mentir, a mí me gustaba ir a la iglesia pero nunca fui, ni me consideré religiosa. Era de esas que no se perdían un culto, me involucraba en cuanta cosa se hiciera, estuve en el coro, en la danza hebrea, en teatro, fui líder de G12, del grupo de baile contemporáneo y luego pastora de 2.500 jóvenes, pero nunca usé el lenguaje cristocéntrico, ni esas frases positivas o motivadoras de “siempre bendecida o en victoria”.

Siendo pastora, me gustaba hacer actividades diferentes, donde los jóvenes encontraran un refugio y no un lugar de prohibiciones, pero la mayoría de veces siempre encontraba un “alto” de mis ex líderes.

Mi personalidad me llevó siempre a ser muy activa y sólo veía 2 caminos en mi vida:

1-  Esconderme y odiar al mundo por lo que había vivido.

2-  No temerle al mundo y enfrentarlo cada día.

Así que escogí la opción 2 y aprendí a hacer del dolor, el silencio y los miedos una fortaleza.

Me gustaba ir a la iglesia e involucrarme en cuanta cosa se hacía, pero al mismo tiempo les dije que el colegio me dio un giro y allí aprendí a vivir el mundo tal como era. En el colegio fui presidenta de clase y secretaria del Tribunal de Elecciones, estuve en la Cruz Verde que era de primeros auxilios, pertenecí a un grupo de baile que se llamaba “Las Madonas”, y etc; realmente disfruté mucho esa etapa, a pesar de que la mayoría de estas cosas las hice a escondidas de mis padres y líderes, porque para la religión todo eso era “del mundo, y pecado”.

Llevaba una doble vida según los parámetros pentecostales: la división iglesia/mundo, por lo que todas las noches debía arrepentirme por las cosas que hacía porque si esa noche sucedía “el rapto” y Cristo venía por su iglesia, yo me quedaría por hipócrita y pecadora, y me iría al infierno. Así que también soy una experta orando y pidiendo perdón por mis pecados.

Me brincaré también mi vida amorosa porque ese no es el tema, como les dije, si llego a escribir un libro allí contaré mis mayores secretos…

A mis 19 años amaba bailar. En ese tiempo, con toda la fuerza de la juventud, era muy buena bailando. Como en la iglesia era prohibido, se me ocurrió hacer un grupo de “coreografía cristiana” para poder bailar dentro de la iglesia. No pedí permiso. Ya lo dice el dicho: “es mejor pedir perdón que pedir permiso”. A escondidas de los pastores convoqué a jóvenes de la iglesia y empezamos a hacer coreografías con música de Carman, DC Talk y otros. No tienen idea de cuánto amaba yo a ese grupo de jóvenes rebeldes que se habían animado a hacer algo diferente dentro de la iglesia, ya que lo tradicional era la danza hebrea.

Llegó el momento de presentarnos ante la comunidad y dar a conocer nuestro grupo clandestino de baile. Compramos overoles y camisas de cuadros y presentamos una canción de Carman que era música country. Era como estar en el paraíso, pero no nos duró mucho la alegría. 

Después de presentarnos ante la iglesia los pastores me llamaron y me dijeron: “Shirley, ¿cómo se le ocurre haber hecho algo así y bailar en el púlpito en pantalones?”. Y me pusieron en disciplina (una vez más) porque mi vida en la iglesia siempre estuvo llena de disciplinas por hacer cosas que a los pastores no les parecía o yo no había pedido permiso para hacerlas.

Llegó el momento de terminar mis estudios secundarios y debía escoger una carrera. Mi sueño era estudiar Relaciones Internacionales. Sabía muy bien que no era una carrera fácil para alguien tan dispersa como yo y con un aprendizaje distinto, pero aún así era lo que soñaba estudiar,. Era una carrera de unos 7 años y que iba a absorber bastante mi tiempo.

Pero ¡claro!, debía pedir permiso a los pastores porque en ese momento era líder y “primero el reino de dios y su justicia y bla, bla, bla”.

¿Pude estudiar lo que quería? No. Esa carrera no me permitía seguir como líder y a dios no le gustaría, por lo que tuve que hacer un cambio y escoger dos carreras más cortas y que no exigieran tanto tiempo de mí. Estudié Auxiliar Contable y Secretariado Ejecutivo, algunos cursos libres de la carrera de Trabajo Social, Globalización y Teología.

No me arrepiento de haber estudiado esas carreras. Pero sólo ejercí lo de Auxiliar Contable durante dos años. Después de pasar ese tiempo en una oficina, casi me muero encerrada y nunca más trabajé para una empresa formalmente, así que me dediqué a trabajar en lo propio.

En 1997 empieza otro avivamiento: “La unción del Espíritu Santo”. Allí conocí personalmente a Cash Luna, Alberto Motessi, entre otros pastores famosos. Había seminarios y noches de sanidad y llenura del Espíritu de dios. Veía a la gente reír por horas, días y semanas, brincar, temblar, hablar en lenguas. Decían poseer oro en las manos, escarcha santa en las palmas y nubes de gloria.

Recuerdo que solo había que disponerse y dejarse tocar por dios; aún así, sinceramente, nunca experimenté en carne propia que de mí saliera algún demonio o el tener alguna reacción a la llenura del Espíritu Santo. Eso era frustrante. Se supone que si uno se disponía, alguna de esas cosas debían pasarle. Pero no, yo llegaba a llorar a mi casa y le decía a dios que por qué no sucedía nada en mí si yo se lo pedía. Aún así, el silencio entre ese dios de la religión y yo era tan normal que nunca hubo respuestas, o supuestamente lo que yo esperaba como una revelación.

Cuando tenía 22 años mi papá se enferma de cáncer y allí viene otro quiebre o desencuentro fuerte entre ese dios, la religión y mi espiritualidad. En la iglesia decían que mi papá estaba endemoniado, por lo que era un desfile de pastores y líderes llegando a la casa a orar y liberar a mi papá para sacarle los demonios de la enfermedad y que el cáncer desapareciera, ¡Por dios!, como odiaba a toda esa gente junto con su dios y plegarias.

Pasaron 10 meses y estábamos enterrando a mi papá a sus 45 años. De pronto, el nuevo discurso se escuchó: “¡Era la voluntad de dios y Luis (mi papá) ya había cumplido su propósito en la tierra y dios (ese dios amoroso) lo quería con él”. Y por supuesto: “a los que aman a dios todas las cosas les ayudan a bien” y “alegraos que hay fiesta en el cielo”.

Fue un momento donde me quedé sin palabras, no sabía cómo explicar lo que sentía en ese episodio de mi vida, solo sé que ese dios se hacía cada vez más lejano y extraño para mí.

No les he contado que soy hija de Pastores (pequeño detalle que había olvidado) y mi familia sigue en la iglesia. Mi mamá es aún Pastora y pertenece al grupo de mujeres de Enlace o Canal 23. Como se pueden imaginar, oran por mi vida para que vuelva a los caminos de su dios y no me vaya al infierno.

Ese año en que mi papá murió, había una “Fiesta de la Cosecha”, una actividad donde todos llevábamos ofrendas, artículos, joyas, y las “sembrábamos en el reino”. El discurso era que al dador alegre, dios bendice. Al mismo tiempo era una reunión a la que llegábamos todos, en un solo culto se hacía una única celebración y había un tipo de “fiesta espiritual”. Esa fiesta era justo una semana después de que mi papá había fallecido y yo estaba a cargo de las coreografías y presentaciones artísticas. Recuerdo que no tenía ánimos de nada. Mi papá ya no estaba y yo me sentía muy confundida. El pastor me llamó a su oficina y me dijo: “Shir, a su papá le habría gustado que usted se presentara y él, allá en el cielo, se va a sentir orgulloso de usted”. Recuerdo que con todo el dolor de la muerte, ese día me presenté. A partir de esa fecha no pude hacer el duelo, ni llorar a mi papá, porque los hijos de dios siempre están con gozo y en victoria y todo lo que nos sucede tiene un propósito para bien, por lo que siempre tuve que ser muy fuerte y ese momento no era la excepción.

Fui pastora de 2.500 jóvenes. Estuve en retiros donde llevábamos a unos 120, una vez al mes, y les hacíamos todo un proceso que iba desde arrepentimiento, sanidad interior, liberación y llenura del Espíritu Santo. Teníamos las charlas preparadas junto a canciones, historias y frases (todo un ritual) para obtener el resultado que deseábamos en cada joven. Hoy entiendo más que nunca la palabra: “manipulación”.

Yo fui la única hija que nació fuera del matrimonio y me tocó asistir a un retiro donde tenía que quebrantar y romper maldiciones por haber nacido fuera de la bendición de él. No olvido a mis papás pidiéndome perdón por haberme concebido “en pecado”.

Voy a llegar hasta aquí en mi relato, porque contar en pocas hojas 30 años de vida en una Iglesia neo-pentecostal es muy difícil. Han sido más de la mitad de los años de vida que tengo y donde fui testigo de muchos tipos de abusos.

Después de 30 años me echaron de la iglesia, ya que un defecto, o una virtud en mí, ha sido siempre decir lo que pienso y eso causaba descontento en los pastores. Así que llegó el momento en que era mejor tenerme lejos de ellos, y me llamaron a una reunión pastoral. El pastor general, un tipo de 1.80, sumamente violento y molesto, me gritaba que él deseaba que yo pidiera perdón ante el consejo pastoral por diferentes expresiones de sinceridad ante sus prácticas. Al no “sujetarme” me echaron.

Al día siguiente, después de tener esa reunión tan agresiva, fui a la iglesia y ese día, a los que yo llamaba amigos, aquellos con los que había crecido y consideraba parte de mí, dejaron de hablarme. Me miraban como si tuviera lepra y pasé de estar rodeada de muchas personas a estar sola.

Recuerdo que hace 14 años caminaba por mi barrio y la gente de la iglesia, al verme, cruzaba la calle para no pasar al lado mío. La mayoría me bloquearon de redes sociales y no volvimos a tener ningún tipo de contacto. Hasta la fecha, cuando me encuentro con alguno en algún lugar de mi país, cambia su mirada para no hablarme o saludarme.

Lloré mucho los primeros meses. Aunque ya sabía lo que era la soledad, esta era una soledad distinta y así empezaba un nuevo camino en mi vida.

Empecé un proceso de deconstrucción. Me permití aún cuestionar más todo y cada una de las cosas en las que creía. Personas que amaba se alejaron y me juzgaron fuertemente, mi familia lloraba, y hasta la fecha oran para que vuelva a los caminos de la religión, quiera pertenecer a una iglesia y retome el llamado divino.

Ese dios lejano de pronto tomó otra forma. Y aunque muchos piensan que soy atea, realmente me permití vivir en plenitud mi espiritualidad y encontrar a ese dios o a esos dioses en cada uno de mis caminos, en el otro-otra, en un abrazo, en un beso, en una caricia, en una compañía, en el amor, en la risa o el llanto.

Olvidé cómo orar, o tal vez entendí que la oración era algo más concreto que abstracto y que no encontraría respuestas haciendo plegarias, sino simplemente las respuestas serían las que con mis actos y decisiones, poco a poco, la vida me iría mostrando en el caminar acompañando mis deseos, sueños y anhelos. Entendí que la oración era un acto, y que yo era la respuesta a la oración de muchos, como muchos eran la respuesta a mis deseos. Allí, en medio de ese actuar, encontraba a ese dios de amor y dulce compañía.

Hoy, en mi pequeña biblioteca tengo la Biblia tradicional, pero igual tengo la Biblia Maya y todo tipo de literatura. Pero sé que nunca más volveré a tener aquellos libros excluyentes que me enseñaron que ese dios era solo para unos pocos y que la mayoría no éramos dignos de él.

Tengo a mi hermosa hija que crié fuera de la religión y creo que ha sido el mejor regalo que le puedo haber dado. Ella, cuando sea adulta, podrá decidir en lo que quiera creer.

Junto a mi hija vivimos entre budas, diferentes expresiones de espiritualidad y en medio de la naturaleza, los principios, valores, y aquello de “ama a tu prójimo como a ti mismo” intentamos vivirlo aún así mi familia y conocidos me sigan enviando al infierno y condenando mis caminos.

Hoy no necesito de etiquetas, me da igual si me llaman cristiana o no. No necesito asistir a un templo para vivir mi espiritualidad, porque hasta en una mesa con conversaciones banales y llenas de humanidad encuentro en los demás a esos dioses que alimentan mi espíritu. No idealizo a las personas porque hasta las que se llaman “progres” o “liberales” me han sacado de sus círculos, así que intento vivir el día a día sabiendo que lo que hoy creo puede ser que mañana ya no lo crea y sabiendo que mucho camino me falta por recorrer, descubrir y aprender.

No sé si algún día ellos (mi familia y conocidos) aceptarán esta parte de mi vida, pero solo sé que no hay verdades absolutas ni religiones perfectas, que no hay un solo camino y que todo aquello que me enseñaron desde niña fue parte de una historia pasada y que muchas cosas las veo hoy con otra mirada. Pero sí creo que cada uno de nosotros vive una espiritualidad y como dijo el teólogo: “Somos seres espirituales viviendo una experiencia humana”. En medio de mi experiencia, la vida también ha sido amable y me ha permitido conocer a otros y otras que lejos o cerca han vivido o transitado algo parecido a lo que yo he vivido, y eso ha sido una compañía para mi vida y para no sentirme tan sola a pesar de estar sola.

Antes no supe guardar silencio, ahora tampoco encuentro motivos para hacerlo.

Shirley Ruiz es costarricense. 

Es gastrónoma y artista plástica. 

En alguna ocasión fue pastora pentecostal y ahora vive una espiritualidad politeísta. 

Actualmente en medio de la naturaleza y la siembra, se dedica a la escritura literaria y al arte objeto.

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