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“La marca visible del pecado es la violencia contra las mujeres”: Elsa Tamez

“Usaron la biblia para esclavizarnos. Hoy la interpretamos para liberarnos”

Marce Huck

Es 11 de marzo de 2020. Hace un par de días miles de mujeres en el mundo nos tomamos las calles de cientos de ciudades para encontrarnos, para visibilizar nuestra lucha, para seguir exigiendo nuestros derechos, para conmemorar a todas aquellas que, desde diversas trincheras del conocimiento, han labrado el camino de la igualdad. 

Soy observadora, más que nada, y en este ver espiritual y teológico no puedo más que hablar de mi experiencia introvertida, es decir, hacia adentro, con esta ola femenina que está haciendo vibrar la tierra; experiencia que me permite seguir respondiendo a preguntas que, desde mi saber, deben ser reflexionadas, repensadas y vueltas a hablar. 

Como psicóloga comprendo el alimento de lo femenino en el mundo, reconozco cada vez con más consciencia a “lo sagrado” de los movimientos femeninos que venimos experimentando como colectivo. Los círculos o encuentros de mujeres, espacios que, desde siempre, han sido escenario para el ritual y la sanación, se representan hoy en las calles. En el recorrido he visto a las pequeñas exigiendo sus derechos, como símbolo de lo nuevo; cuerpos gritando que se detenga la violencia y el abuso sexual; desnudos que claman a la tierra la sangre derramada por las mujeres asesinadas; las voces unidas en cánticos y arengas, que como oraciones o mantras, hablan al corazón humano.  

Como teóloga, la pregunta es más nueva. En los últimos años he seguido los movimientos de las colegas en países como España o Alemania, quienes han venido haciendo sus revueltas. No con alegría, pero sí con cierta esperanza, seguí también lo que el movimiento #METOO generó al interior de las comunidades religiosas cuando las hermanas, cansadas ya del miedo que ha girado en torno al abuso de poder contra las mujeres al interior de la iglesia, rompieron el silencio. 

Y este 8M, en medio de cientos de poderosas imágenes que resumieron el día, encontré una que llamó mi atención: “Usaron la biblia para esclavizarnos. Hoy la interpretamos para liberarnos”, decía. Sosteniendo el cartel, está Marcela Huck, estudiante de teología, argentina, sonriendo. La foto se la tomó su amiga Natalia Morbelli, y el cartel fue escrito por Gabriela Merayo.  

"Usaron la Biblia para esclavizarnos, hoy la interpretamos para liberarnos".

Entonces, tal como ellas me han enseñado, con las palabras de Marce, las de Mercedes, las de Nadia y las de Ivone, de quienes escribí en este espacio anteriormente, tejí mis ideas con la pregunta fundamental por el lugar de la Biblia en todo esto y con una grata conversación que tuve hace algunos meses con Elsa Tamez, a quien le pregunté también por la construcción y el lugar del feminismo en la iglesia. 

Claro, hablar con Elsa, teóloga mexicana, nacida en 1951, es, como dice la analista Clarissa Pinkola, “hablar con la que sabe”. Ella, como las sabias de los textos sagrados, no solo sabe sino que también ha estado ahí. Elsa me invita, por ejemplo, a reconocer en esta lucha a todas aquellas que nos han precedido, pues este empuje al interior de la iglesia y de la teología, no es nuevo. En los años 70 y 80, cuando el Concilio Vaticano II dio surgimiento a la Teología de la Liberación, ella, con otras cuantas mujeres, religiosas y laicas, comenzaron a alzar sus voces y a elevar sus ideas sobre lo que este discurso implicaba para aquellas, pobres entre los pobres, las mujeres. 

Eso de entregar la vida por el pobre y desvalido, me decía Elsa, era una suerte de pleonasmo. ¿Acaso no habían ya entregado su vida a otros y por otros las mujeres? ¿Acaso el sacrificio no había dejado de ser ya para ellas, según la Iglesia y el cristianismo, un acto sagrado, para convertirse en un gesto sumiso? ¿No estaban clamando las miles de madres, hermanas, esposas e hijas de los desaparecidos y asesinados, que preserváramos la vida sin tener que sacrificarla? ¿No era acaso su necesidad imperante un acto de liberación de la opresión?

No puedo ufanarme de ser una gran lectora de Elsa. Solo he tenido la fortuna de tenerla cerca, de escucharla, de conversar con ella. Pero tampoco soy desconocedora de sus presupuestos teológicos. Para ella, como biblista, sí que cae como anillo al dedo aquello de “interpretar el texto para liberarnos”. En sus exégesis ha definido la importancia de hacer de la sagrada escritura una lectura poscolonial, es decir, descubrir las interpretaciones colonialistas conscientes e inconscientes que se han hecho a lo largo de la historia, y por esto propone que revisemos siempre el texto haciendo hincapié en las formas en que se representan, por ejemplo, los migrantes y las mujeres. Una vez encontrados los referentes, una teología feminista ha de preguntarse cuáles son los efectos del texto en la sociedad y si estos promueven la justicia. Las respuestas, con una perspectiva de género, son, no solo evidentes, sino también alarmantes. 

Los estudios sobre derechos sexuales y reproductivos, las cifras de feminicidios y abusos sexuales en contra de las niñas y mujeres, el empuje que nos ha dado el feminismo, nos permiten y nos exigen hacer hoy una lectura hermenéutica y una apertura para renovar las prácticas opresoras por prácticas liberadoras en los ámbitos religiosos y espirituales. Elsa es una gran biblista, y por eso usa siempre este diálogo hermenéutico.

Elsa Tamez. Foto del documental "Él entre nosotros".

No tiene ningún problema en decir concretamente qué hacer cuando nos encontramos con textos bíblicos que promuevan el abuso contra las mujeres, que enseñan la violencia o la dominación hacia ellas: “Estos textos no se pueden permitir. Es así de simple”. Me dice. Además, la lectura de los Evangelios nos permite ir más allá y preguntarnos por la actitud de Jesús hacia estos temas y hacia los “marginados”. Aunque las narraciones y, por ende, las acciones del Salvador están permeadas por los autores y son escritas mucho tiempo después de haber sucedido, deben ser lo central, sin olvidar una exégesis que nos permita hacer una reconstrucción socio histórica, tan necesaria en nuestras iglesias, pues aquellos textos responden a una experiencia de fe de un pueblo en particular, en un contexto particular.  

No se aceptan pues ciertas perícopas porque entendemos que la revelación de Dios se da en la historia humana y esta, desde siempre, ha sido violenta. La violencia, sin embargo, no se puede aceptar. Mucho menos la violencia contra las mujeres existente en el texto. Sin embargo, podemos entender que estas narraciones muestran nuestra realidad, son un espejo de lo que somos, es una historia humana que se cuenta con el fin de escandalizarnos, y la contradicción que aparece en la misma escritura nos da la posibilidad de reflexionar para rechazar ciertos textos, pues dan cuenta de que lo que está allí escrito y revelado no puede ser fundamentalista ni literalista.

 Algunos autores bíblicos, como Pablo, evidencian esto en sus discursos contradictorios y androcéntricos. Sus fórmulas pre paulinas, muestran, por ejemplo, que la mujer “no puede enseñar en el templo”, lo que es, sin duda, contradictorio. Jesús no trató así a las mujeres, recuerda Elsa, en el periódo de los apóstoles hay muchas mujeres líderes encargadas de las comunidades, pero luego se les trata de manera negativa y se les niega el derecho a hacerlo, pero si se les niega es porque lo tenían. 

Por eso seguimos buscando la emancipación a través de la Biblia, y trabajamos por construir ese Reino, un mundo donde quepan muchos mundos. Con la suma de estos esfuerzos las mujeres en la iglesia hemos aprendido a rescatar nuestra voz, porque “éramos la voz de los sin voz, pero ahora tenemos voz”, insiste Elsa con una tranquilidad que da cuenta de su profunda convicción. Aquellas “subalternas” para el sistema eclesial se han convertido hoy en actitudes que hablan contra la institución, incluso dentro de la institución. Las mujeres de ayer y las de hoy, las que participan en las comunidades eclesiales de base, las radicales y las que no lo son tanto, las que desde la teoría o la práctica militan en la transformación del pensamiento, somos todas igual de valiosas para esta tarea conjunta. “Todos los frentes son válidos”, insiste Elsa. La evolución y la revolución están en curso, “porque hay distintos grados de consciencia del feminismo. Lo que nos une en la diversidad es la preocupación por las mujeres, pues la marca visible del pecado estructural del modelo económico patriarcal y quiriarcal es la violencia contra nosotras”.

Esta es una historia de todas, me dice como infundiéndome esperanza, pues en esa posibilidad de hacerlo diferente tenemos la opción de elegir el respeto a esta forma en la que las mujeres, juntas, podemos transformar el mundo. “La única esperanza -dijo Leonor Exguerra-  para que la humanidad no siga rumbo al precipicio al que nos lleva el patriarcado, es rescatar lo femenino”. Y esta es, entonces, una verdadera invitación a la liberación.

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