Colonización

N. T. Wright y su lectura de la justificación:

Peleando la buena batalla decolonial
(y él no se da cuenta)[1]

Por Álvin Góngora

Justo ahora cuando escribo estas líneas, la propagación de un virus mortal nos tiene a todos en suspenso. Y con miedo. El número de muertos sigue trepándose. El de casos confirmados en casi todos los continentes va cuesta arriba de manera incesante, rumbo a una cumbre que aún no se puede prever. A diferencia de las plagas de antaño o las que devastan comunidades geopolíticamente sin relevancia, la amenaza del coronavirus de hoy se desliza sobre la cresta de la actual ola globalizada. Los esfuerzos para combatirlo son, como el virus, de naturaleza multilingüística, plurinacional y colectiva. Se acerca rápidamente una tragedia para recordarnos que no estamos aislados. Irónicamente, es una tragedia inminente que también nos lleva de vuelta a la mesa comunal que somos tan propensos a abandonar, reduciendo así el diálogo al soliloquio, las conversaciones a los monólogos, las polifonías a los discursos en un solo idioma.

El destino humano común y el drama también dan lugar a buenas noticias de esperanza y redención. Sí. Las catástrofes nos ponen a todos en Modo Supervivencia y ponen en peligro nuestro sentido de solidaridad. Sin embargo, también abren nuevas y ya largamente probadas avenidas hacia territorios de interés mutuo. La oscuridad fomenta nuevos amaneceres. Lo que nos es común no nos viene de centros que buscan colonizarnos.

De manera similar, las buenas noticias de los sueños de Dios de liberación, redención y salvación, noticias que en mi caso llegaron y siguen viniendo en Jesucristo, arribaron a nuestras costas del sur global a lomo de tragedias: con la espada de los conquistadores, las cadenas de los esclavistas y el aliento fétido de sus misioneros acompañantes. El colonialismo resultante, un coronavirus histórico mortal, no fue lo suficientemente letal como para sofocar la salvación. A pesar de que logró erigirse como el eje central alrededor del cual las sociedades colonizadas se han definido históricamente, el colonialismo no pudo reprimir, ni suprimir, el fermento revolucionario del evangelio. Intentó, eso sí, definir los términos por los cuales la vida humana y el medio ambiente deberían justificarse, pero lo sobrecogió el terror cuando el evangelio gritó su propio mensaje de justificación y clamó: “no es la mentalidad aristocrática del colonialismo sino la justicia de Dios en acción en la historia lo que a la postre recupera para la humanidad y la creación su dignidad fundante”. 

Sin embargo, todavía se habla de tal mensaje de salvación en idiomas que hacen eco de las culturas dominantes. Tal fue la situación cuando Europa salió de sus pestes negras y se apoderó del mundo entero, construyó imperios cuyos tentáculos alcanzaron los recovecos más ocultos de las culturas y territorios humanos y difundieron sus cosmovisiones, idiomas, valores y fútbol (por lo cual os perdonamos, ¡oh pérfida Albión!). Los misioneros españoles y portugueses llegaron a América Latina; los protestantes, a la parte norte del hemisferio occidental y otras partes del mundo. Todos parecían trabajar en sincronía cuando se trataba de servir a sus amos terrenales, sin importar cuán amargas fueron sus rivalidades. Solo ve y pregúntale a los monarcas españoles e ingleses; ve y ausculta a Trento, y Augsburgo, y Dordt, y Westminster.

Simplemente ve y sumérgete en los mitos occidentales fundacionales de la justificación.

La plantilla que usaron para escribir sus respectivos guiones fue la misma: tan solo hay justificación en el modelo blanco occidental androcéntrico. 

Aquí viene N. T. Wright, su hacha en la raíz de un árbol que ha afirmado serlo durante al menos quinientos años, lista para despejar el camino y llevarnos de regreso allí donde quizás podamos escuchar el evangelio. Wright se esfuerza minuciosamente por crear un espacio en el que podamos sentarnos, saborear una taza de café, tomarnos un mate, disfrutar una copa de vino, alegrarnos con algo de ron, probar una taza de chocolate humeante cultivado localmente, dejar que un poco de tequila nos encienda… Wright viene para que redescubramos juntos, como comunidad de personas reconciliadas, un evangelio que no es la ideología del amo colonial (ahora neocolonial). Es, más bien, el evangelio cuya voz susurra: “Relájense, puesto que Dios es justo ustedes están justificados; no es porque tengan que seguir a sus amos de piel clara que les enseñaron a menospreciar sus lenguas maternas, sino que por la terquedad del Gran Misterio, el mismo que habitó en un oscuro carpintero en Galilea, aquello que el patrón les arrebató es lo que les da validez a ustedes. Misterio y carpintero odian las cadenas y la opresión y los involucran a ustedes y a la creación en la lucha por traer salvación”.

Irónicamente, esta vez N. T. Wright toma su lugar en la mesa en una conversación que alguien podría descartar por su hálito neocolonialista. Wright sostiene un debate con John Piper, quien es más conocido por estos vecindarios nuestros debido a sus credenciales de evangélico purasangre. Wright y Piper podrían quedarse solos en sus debates domésticos como si se tratara de un asunto que solo puede incumbir a dos dignos herederos de imperios desaparecidos (Wright) e imperios, supuestamente, aún vigentes (Piper). Además, agregaría nuestro crítico hipotético, en sus disputas los dos voceros occidentales ni siquiera se molestan en aventurarse fuera del rincón del Atlántico Norte en el que viven. Por ejemplo, todos los autores por ellos citados, nuestro comentarista imaginario continuaría diciendo, provienen de Estados Unidos o de Inglaterra, con algunos alemanes esparcidos aquí y allá.

De hecho, N. T. Wright menciona a los teólogos con tanta familiaridad que un lector fiel de sus libros como yo se siente incómodo como si él (es decir, yo) fuera un entrometido en la intimidad de un jardín interior donde dos pesos pesados luchan con problemas que no son de (mi) interés.

En efecto, esos temas no me involucrarían si no fuera por la retórica evangélica hoy reinante en los cotarros cristianos del mundo hispanohablante y que parece estar a tono con la expuesta por John Piper. La de Piper es la voz que insiste en que uno se justifica porque emite un enunciado que lo pone a uno del lado de una propuesta teológica con un largo historial de aprobación de desigualdades sociales y económicas de cuño colonial. La justificación llega, dicen Piper y sus cofrades evangélicos, porque a un Dios por fuera de la historia se le ocurrió un buen día declarar justo a un sector de la humanidad. Si un parroquiano acepta eso, se salva, pero tiene que validar que ese Dios, en su soberanía, esconde sus tesoros para el bien de su élite elegida. Curiosamente, a lo largo de la historia de esa teoría, esos afortunados coinciden con quienes detentan el poder en regímenes occidentales excluyentes. Hasta hubo uno de esos regímenes que predicó la elección a partir de la raza. Blanca, desde luego.

A pesar de reducirse enfermizamente a la parcela noratlántica, la conversación Wright-Piper puede ser relevante para nosotros en el sur global y, particularmente, para su sección de habla hispana. No obstante, un lector empedernido como este amanuense puede encontrar decepcionante que en el alegato una figura tan imponente como N. T. Wright ignore totalmente las contribuciones de los eruditos no occidentales. Solo un botón de muestra: es difícil aceptar que una voz relevante como la de Elsa Támez, principalmente la que se escucha en Contra toda condena: La justificación por la fe desde los excluidos,[2] no haya llamado la atención de Wright. Por supuesto, sin que ello menoscabe su solidez, un trabajo académico como el de Wright no puede dar cuenta de todo lo que sucede bajo el sol. Algunas íes necesariamente se van a quedar sin sus puntos. El neocolonialismo no para mientes en polifonías.

Sin embargo, a pesar que ese debate se desarrolla en acentos neocoloniales, lleva consigo las semillas de una nueva siembra que algunos están regando hoy en día. Son las semillas para una sementera de esperanza. En este momento América Latina está siendo pretendida por aquellos que temen que sus privilegios estén en riesgo. En todo el continente vemos el surgimiento de una combinación peligrosa: la de las políticas autoritarias de extrema derecha y la de un discurso pseudo neocalvinista en el que esas políticas buscan su justificación. Los lazos comunes que unen a las comunidades se debilitan intencionalmente a medida que las políticas públicas traen al escenario político la equivalencia a la “salvación individual” tan característica de una soteriología evangélica, que Wright se esfuerza por desmantelar. A lo largo de esas líneas soteriológicas, según las cuales el medio ambiente y la solidaridad humana no tienen ningún papel a desempeñar en los sueños de liberación y redención de Dios, el primer violín lo ejecuta la destrucción total de la naturaleza para complacer un consumismo sin fondo centrado en el ego. Es una ejecución que todos podemos escuchar y ver. Ese futuro distópico que los evangélicos aprendieron a cultivar (cortesía del dispensacionalismo) como el punto Omega de fuego y azufre hacia el que se dirige el cosmos, todavía ocupa vastas extensiones del imaginario colectivo, por lo cual mis correligionarios no se esfuerzan en absoluto por construir alternativas de justicia, paz y reconciliación unos con otros y con el medio ambiente.

Es posible que a N. T. Wright le sorprenda (y que, tal vez, no le provoque el más mínimo gesto de aprobación) descubrir que su libro sobre justificación en la literatura paulina pulse cuerdas con una fuerte carga política no intencionada como las que aquí se pulsan. Sin embargo, en su conversación con Piper se hace evidente que la justificación como actor clave en el drama de la salvación juega un papel principal en el aquí y ahora, en la trama que se está desarrollando en la historia de este lado de la eternidad, en el lodazal de lo histórico-político.

En torno nuestro se libra una batalla que busca llevar las instancias del poder público a los pies de un cristo justificador de un ordenamiento excluyente en el que tan solo caben los redimidos. El discurso pseudo neocalvinista legitima a exponentes como, Bolsonaro, Jeannine Áñex, Nayib Bukele, y brinda apoyos bíblico-pastorales a los Trump, los Putin y los Netanyahu de este mundo

N.T. Wright

El debate Wright-Piper es, entonces, útil. Ellos se embelesan citando académicos aquí y allá, y dan la impresión de que no les importa si nosotros seguimos su razonamiento o no. Al fin y al cabo, no somos angloparlantes nativos. Podrían fruncir el ceño ante nuestro acento extranjero si nos atreviéramos a levantar la mano en la sesión de preguntas y respuestas. Y preguntas es lo que tenemos. Por ejemplo: “¿toda esa justicia de Dios que Wright rastrea desde Daniel 9 (una oración anticolonialista), tiene algo que decirle a un continente tan victimizado que no estamos seguros de si nosotras y nosotros (mujeres, el medio ambiente, comunidades aborígenes, campesinos, estudiantes, los urbanos pobres) somos los que hemos de ser perdonados? ¿No será, antes bien, al contrario? ¿No será, acaso, que el perdón deba venir de nosotras y nosotros y que la justificación deba ser preocupación de otros actores? ¿Cuál justicia es la que está en juego cuando le oímos a Pablo –vía Wright- hablar de justificación?”

La contribución de Wright es relevante para América Latina; es de una importancia crucial para una dinámica que nos lleva a poner en perspectiva crítica los matices cristianos de los grandes relatos aún vigentes, los cuales excluyen a muchos de la mesa de la comunidad a la que la justicia de Dios nos invita a todos. Excluidos han quedado las mariposas y los árboles, los seres humanos y los ríos, las ciudades bulliciosas y los arroyos burbujeantes, las fiestas ruidosas y las alondras, los feos y las arañas, los maricas y los páramos.

Siguiendo la empresa de Wright que destaca el siglo en el que Pablo vivió y trabajó y desde el cual nos habla, redescubramos nuestros propios momentos históricos mientras luchamos con nuestro sentido de justificación o su ausencia. No es, como sugieren algunas versiones del posmodernismo, que la historia haya alcanzado su punto de Game Over. No estamos siendo arrojados a un presente interminable que se extiende sin rumbo hacia un vacío. El mensaje de justificación revela la falacia de la mentalidad neoliberal actual que manufactura una realidad monocromática e insiste en que la rica variedad de la vida debe sacrificarse en el altar del mercado para ser declarada digna. ¿Ante qué dioses y deidades se erigen esos altares?

En lugar de ver a nuestro continente, sus habitantes, sus paisajes como atados a los grilletes de su larga historia de violencia y violación colonialista, volvamos nuestros ojos a una justificación cuyas raíces se hunden profundamente en un pacto de resistencia y celebración entre Dios, el medio ambiente y las personas. Redescubramos la relevancia de tal mensaje -el mensaje de que nuestra existencia se justifica porque en justificación fuimos creados- le asesta un golpe mortal al coronavirus del colonialismo rampante.

[1] En torno a N. T. Wright, Justification: God’s Plan and Paul’s Vision, Londres: SPCK, 2009, en donde Wright responde a la critica que, desde orillas evangélicas, le plantea John Piper. De próxima aparición en español con el sello editorial de JuanUno1 Ediciones. 

[2] Elsa Támez, Contra toda condena: La justificación por la fe desde los excluidos, San José, Costa Rica: Editorial DEI, 1991.

Sobre sí mismo, Alvin Góngora nos comparte: 

 

“Digamos que hay maestrías en Sociolingüística (UniValle), Teología (Tyndale University, Toronto), Filosofía Política (U. de Toronto) y estudios doctorales en Teología Política en la U. de Toronto que se quedaron a mitad de camino. En lo del doctorado, la investigación teórica fue sobre San Agustín, lo que me llevó a descubrir un San Pablo político (influencia de Jakob Taubes), que es mi religión actual. Hay que aclarar que no soy doctor, no sea que termine de alcalde de Bogotá o, peor aún, de presidente del Congreso. Pero en todo eso me he ganado la vida como docente y traductor”.

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