Bad Wörishofen. Meister Eckhart. (Skulptur), 2012

Meister Eckhart: Dios y la Nada

Meister Eckhart es un predicador de la serenidad. Reconoce a Dios como una ausencia, una presencia que solo puede ser vivida en medio de la nada.  

Eckhart de Hochheim nació en 1260 en Tambach, Alemania. Muy pronto ingresó a la Orden de los Dominicos en Erfurt y se fue a estudiar a Colonia y a París, donde también fue en dos ocasiones Lector de Teología –privilegio repetido que solamente había alcanzado Tomás de Aquino.

En 1323 se inició contra él un proceso inquisitorial por herejía, y el 27 de marzo de 1329 se declaró por parte del Papa que veintisiete de sus textos eran peligrosos. Su obra fue prohibida, incluso quemada después de su muerte en 1328. Algunos de sus sermones fueron conservados y leídos de modo clandestino, bajo pseudónimos.

Fue a comienzos del siglo 19 cuando se rescató su obra, especialmente sus predicaciones, y se reconoció la importancia subterránea que tenía este pensador en la filosofía y teología alemanas, en particular en el pensamiento de Lutero y en él énfasis que este pone en la gratuidad.

El punto central de la enseñanza de Eckhart es la Gelassenheit, la dejación, el vaciamiento. El predicador invita a una serenidad atenta al encuentro con el Misterio, una apertura a la apertura, la atención a las múltiples posibilidades que ofrece la vida cuando ya no hay nada, o cuando descubrimos su verdadero ser: la nada.

«Tu propio yo ha de ser nada, atraviesa todo ser y toda nada», dice el místico. Este despojamiento no se trata de una práctica ascética de moralidad o de piedad, sino de recibir la gracia que sale a nuestro encuentro por iniciativa de Dios. No hay que hacer nada para alcanzar el don, solo saltar como niños, desnudos de toda doctrina.

Del Maestro Eckhart aprendemos que la serenidad está más allá del ejercicio de la libre voluntad humana y del dominio sobre las cosas. Es un abandono en donde pasión y acción se interpelan y alimentan. Serenidad es dejar ser a las cosas lo que son y abrirse ante el Misterio. No hacer, no tener, ni saber, ni querer. Solo esperar a que lo abierto se abra y nos abra sin encerrarlo en interpretaciones sólidas, inmóviles. Quien busca lo sagrado está en una actitud de espera, la vida es la apertura que lo abre.

La apertura al mundo es un vacío en frecuente remolino. Desierto refulgente. En términos místicos, abismo: «Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas» (Sal 42,7). Y es aquí donde Dios nace en el alma humana, en el desapego.

En el desapego también nos damos a la vida. Y se empieza por desapegarse de Dios: «ruego a Dios que me salve de Dios», dice Eckhart. Con esto invita a eliminar los elementos que atribuimos a la divinidad que no son su fondo con el fin de no convertirlo en un ídolo, en una marioneta movida por los hilos de los dogmas.

Se puede experimentar a Dios como la nada, no limitada a la carne humana sino expandida al cuerpo de la tierra. Su metáfora es el desierto, lugar de despojamiento como encuentro. Dios brota cuando estamos al borde de la desaparición, cuando lo que pensamos de él es removido. Su imagen no es la saciedad, es la sed.

El desierto es el camino de la disponibilidad y la apertura. Hallamos a Dios entre la arena cuando el yo se derrama entre los dedos. Se trata de morir al mundo, al espíritu, incluso a Dios mismo, para hallar su huella en el desierto. Este es el lugar del aniquilamiento sin límite, símbolo del silencio y despojamiento de las palabras. El desierto es un lenguaje callado, no tienta el significado, no busca la imagen, desnuda.

La unión mística consiste en abismarse en el abandono de Dios. Por esto no hay un encuentro directamente con Dios, este sería apenas un ídolo limitado a nuestras preconcepciones. Hay que dejar de ser en su retiramiento. 

Dios no puede ser nombrado con términos precisos. Por esto la metáfora de la desnudez es una de las más apropiadas a su ser. En la Kénosis, Dios se desnuda de sí mismo (Fil 2,5-11). Y en el vaciamiento el ser humano se desnuda de Dios y de los conceptos que tiene para acercarse a lo divino. Dios y el ser humano se encuentran en el vacío. El místico está vinculado a la nada porque se mantiene en búsqueda de lo que no es, el deseo de ser diferente de sí, y por esto siempre está cambiando.

Esta búsqueda, a veces angustiosa, puede concebirse como la serenidad. Serenidad que está más allá del ejercicio de la libre voluntad humana y del dominio sobre las cosas vistas como algo fijo y sólido. Abrirse al Misterio es una actitud de espera y movimiento, y el ser es la apertura que lo abre. En la en la pobreza espiritual se da la liberación.

La enseñanza de Eckhart desnuda al silencio mediante la palabra. Ella habla o susurra aquello de lo que se calla. Dios le habla al místico en el silencio y este le responde en los sermones o en el canto. Ambos se oyen en la comunidad, o en la estepa, que es otra forma de comunión con el Misterio.  

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