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Tiempo de angustia, confianza en Dios.

XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Ahora, en el ministerio personal, al no realizar muchas actividades comunitarias por la restricción de las visitas, llamo a los hermanos por teléfono para saludarlos, escucharlos. Con algunos las conversaciones son largas y tendidas, con otros un simple saludo y el “¿todo bien?” son suficientes para consolar tanto sufrimiento.

El miedo es una reacción natural ante las situaciones desconocidas, es parte del instinto de supervivencia. Pero me inquieta el temor de muchos de ellos por contraer el virus, porque están enfermos y por la incertidumbre en sus vidas. 

Constantemente leemos en la Biblia un reto a esa reacción natural, un llamado a no tener miedo, sino a confiar. La confianza, entonces, es una virtud cultivada por el corazón como respuesta al miedo generado por las situaciones desconocidas o desconcertantes de la vida.

 Claro, este virus es particularmente desconocido, los datos apenas se recolectan y las conclusiones no son consistentes. Vamos aprendiendo sobre la marcha algo nuevo. Eso genera mucha ansiedad.

Pero creo que el camino del discipulado nos hace poner la mirada en otro escenario, no en lo desconocido o lo incierto de la vida, sino en lo que Jesús nos ha revelado del Padre con sus palabras, sus acciones y su vida entera.

Jesús y sus discípulos vivieron en circunstancias económicas y políticas particularmente difíciles e inestables que amenazaban constantemente la vida. El miedo se había convertido en una actitud generalizada. ¿Quién puede vivir en un permanente estado de miedo?

El Reinado de Dios anunciado por Jesús ofrece una alternativa a la angustia de la existencia, al temor por el futuro incierto, a la incapacidad de controlarlo y preverlo todo. Este Reinado es la soberanía del amor y el servicio del Dios Padre tierno y compasivo que cuida de su creación y de sus hijos e hijas.

El Reinado de Dios anunciado por Jesús ofrece una alternativa a la angustia de la existencia, al temor por el futuro incierto, a la incapacidad de controlarlo y preverlo todo. Este Reinado es la soberanía del amor y el servicio del Dios Padre, tierno y compasivo, que cuida de su creación y de sus hijos e hijas.  

La noción del Dios protector no es exclusiva del Nuevo Testamento. La antigua tradición judía vio en Yahvé un aliado de los oprimidos, perseguidos y excluidos. Un rastro de ello lo encontramos en el profeta Jeremías al clamar, en medio de la persecución y la angustia, por el Dios de sus padres que cuida al desvalido: Pero el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado; canten y alaben al Señor, porque él ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados”.

Esa misma certeza es la que acompaña el anuncio del Reinado de Dios. El Padre del Cielo es, sobre todo, cuidador de su creación. Incluso, la realidad de la muerte palidece ante la certeza de un padre que no abandona a su hijo, sino que lo acompaña en la hora del sufrimiento y lo levanta cuando se le acabaron las fuerzas para seguir luchando: “¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo”.

Esta confianza de Jesús en su Padre hace un contrapeso enorme a las distintas cosmovisiones de su época -y la nuestra- que ven la existencia como un juego fatal a merced de las fuerzas destructoras de la naturaleza. A esta perspectiva fatalista que hace la vida pesada, oscura e insoportable, Jesús responde invitando a los discípulos a confiar en el amor providente del Padre.

Incluso, en nuestra mentalidad cristiana, a veces se cuelan estas ideas o visiones del universo, pensando en poderes que tienen el control total y la última palabra sobre nuestras vidas. 

La pandemia nos ha recordado cuán frágiles y vulnerables somos, cuán fácil es perdernos en el horizonte de la incertidumbre y divagar en visiones catastróficas de la existencia abriéndole la puerta a la angustia y al terror. 

Las palabras de Jesús son un pequeño recordatorio para quienes hemos decidido seguirlo: fuimos creados por amor, su amor nos sostiene, en medio del dolor y la tristeza, la última palabra la tiene Él, y su Palabra, que es Jesús encarnado, es vida en abundancia.

Trato de tener esa certeza a la mano cada vez que hago una llamada a algún parroquiano. A veces el dolor impide comprender las palabras de Jesús y parece que no tuvieran sentido. Pero ellas son semillas de vida plantadas en el corazón de mis hermanos. El Espíritu las hará crecer y dar fruto a su tiempo.

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