Amar a lo que hemos sido llamados XIII domingo del tiempo ordinario


Cada ocupación, cada profesión, cada rol en la vida tiene retos. Para algunas personas son alicientes y motivadores, para otros se pueden convertir en una carga insoportable.

¿Qué es lo más difícil de ser papá, o mamá, empleado, profesor, estudiante, o de desempeñar cualquier oficio? ¿Qué es lo más satisfactorio de tu trabajo? 

Lo cierto es que cualquiera sea la ocupación, no se puede prescindir de las dificultades, y si no dejemos de verlas como enemigos y las abrazamos con amor, nuestra misión en el mundo no podrá ser efectiva o relevante. Junto con los desafíos están las recompensas, esas pequeñas o grandes satisfacciones que vienen después de haber respondido positivamente a las exigencias de nuestra ocupación o profesión. 

Este fin de semana tenemos, en el evangelio de Mateo 10, 37-42, una colección de instrucciones para los discípulos, particularmente para los misioneros. Podríamos entenderlas como  los retos, los desafíos y las recompensas propias del seguimiento de Jesús y la misión cristiana.

La vida cristiana tiene una identidad y un carácter misionero, pero más que un trabajo o una labor puntual se trata de una actitud vital, una forma de vivir el discipulado.

Creo necesario entonces una nueva forma de entender el significado de la evangelización y, por lo tanto, de la misión.  Si por “evangelio” entendemos un conjunto de doctrinas, de preceptos y normas, entonces estaremos reduciendo el mensaje de Jesucristo, y de paso toda la economía de la salvación, a un código o una ley,  quitándole así la fuerza vital y gozosa del Espíritu.

Si comprendemos el evangelio como la buena noticia de salvación de Jesús que inaugura el reinado de Dios, liberadora y sanadora, de perdón y reconciliación, creadora y recreadora de la realidad, la evangelización y la misión ira mucho más allá de los adoctrinamientos. Al final de cuentas Dios no es una teoría para aprender.

 

uno de los retos de  seguir a Jesús es comprender cómo Dios se nos manifiesta y nos habla en los acontecimientos y las personas, y cómo, a través de ello, nos invita a vivir en consonancia con los valores del evangelio de Jesús, desde el amor, el perdón y el servicio generoso.

Con esta nueva perspectiva, podremos decir que uno de los retos de  seguir a Jesús es comprender cómo Dios se nos manifiesta y nos habla en los acontecimientos y las personas, y cómo, a través de ello, nos invita a vivir en consonancia con los valores del evangelio de Jesús, desde el amor, el perdón y el servicio generoso.

Es un reto porque no se trata simplemente de seguir órdenes o instrucciones, tampoco de “hacer esto o hacer aquello”, sino de discernir constantemente las manifestaciones de Dios, o sus ausencias, para actuar en favor de su reinado.

Es mucho más fácil seguir un manual de instrucciones o cumplir órdenes, pero discernir, meditar, consultar, crear consensos, ponernos de acuerdo y vivir la vida en consecuencia, tener paciencia con los procesos propios y los de los demás, es un trabajo dispendioso, pesado, de todos los días, que exige nuestra mejor disposición. Creo que esa es la cruz.

Para abrazar la cruz, Jesús nos pide fundamentar cualquier relación en nuestra vida en el amor a él, a Dios Padre y al evangelio.  Porque cuando uno ama vale la pena cualquier esfuerzo, cualquier riesgo, cualquier dificultad. El Señor no pide un amor excluyente, sino construir, desde esta buena noticia de salvación, todas las demás relaciones en la vida.

 ¿Cuál es entonces la recompensa de esta decisión? El evangelio habla de “recompensa de profeta”. Para el profeta en Israel, su mayor paga no eran honores o exaltaciones públicas sino la conversión del corazón como apertura a la voz de Dios que habla desde el clamor del pobre;  prestar atención a las injusticias y corregirlas. La recompensa es la alegría del reinado de Dios instaurado y efectivo en este mundo.

Piense nuevamente cuáles son los retos y los desafíos de su misión en la vida. Piense en todo aquello que le exige un gran esfuerzo para ser consecuente y fiel a los compromisos adquiridos como la posibilidad de experimentar la vida plenamente.

Si, no podemos negar que este camino nos pone al límite de nuestras capacidades y a veces de nuestra paciencia. A veces incluso sentimos que la vida se nos escapa. Pero Jesús nos invita a perder la vida para ganarla. Para san Pablo ese perder la vida no es un caminar hacia la nada o el sinsentido que la muerte supone para muchos, sino hacia la consecuencia misma de la muerte de Jesús que es la resurrección. “…Fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva” comunicada por Jesús abundantemente a sus discípulos, como consecuencia de su seguimiento alegre y decidido.

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