LIBERTAD Y CUIDADO. XIV Domingo del tiempo ordinario

Esta pandemia nos ha impuesto una cantidad de exigencias, muchas de ellas difíciles de asumir, como, por ejemplo, estar confinados, compartiendo un espacio reducido, o en el caso de muchos, sin poder obtener el sustento diario. El encierro hace que los ánimos se alteren, la hipersensibilidad florezca y, como resultado, las relaciones se afecten profundamente.

Las medidas de cuidado durante la pandemia, aunque necesarias, se pueden volver insoportables. Quisiéramos salir a la calle, no usar máscara, volver a la vida normal, en fin, tener un reposo.

La situación nos pone frente al dilema del uso de la libertad y la responsabilidad frente a los demás. En un estado adolescente, el ser humano se asombra frente a la libertad y disfruta de sus mieles, pero debe aprender, no sin dificultad y a veces con dolor, que ser libre sin ser responsable puede ser otra cara de la esclavitud. Como dice el columnista Ryan Cooper, parafraseando el viejo adagio: “tu libertad de esparcir una nube de partículas de enfermedad termina en la punta de mi nariz”.

Sin entrar en muchos debates, el caso de este país (Estados Unidos) es bien interesante. La cifra de infectados va en aumento y las medidas de prevención han sido debatidas, objetadas, y hasta rechazadas, en un nivel práctico, por muchos gobernadores y líderes políticos del país. La pandemia se ha vuelto un asunto político. Quedamos los ciudadanos de a pie, sin mucho poder en las decisiones tomadas a nivel mundial o local, pero con la posibilidad de asumir esto de una manera distinta, más proactiva y menos egocéntrica.

La Liturgia de la Palabra de este fin de semana nos da una luz para vivir esta situación con responsabilidad y esperanza.



Jesús ofrece un descanso a todos ellos, humildes y sencillos trabajadores del reino, muchas veces anónimos o no reconocidos. Su labor, al ser fuente de solaz y descanso para los pobres y necesitados de este mundo, se revierte hacia ellos convirtiéndose en su misma fuente de consuelo y reposo.

Por un lado, tenemos la carta de Pablo a los romanos (Rom 8, 9. 11-13) con un mensaje bastante apropiado para estos tiempos. El apóstol hace un llamado a los cristianos para que sus vidas no estén sometidas a los deseos egoístas, como si fueran niños. Advierte de manera profética: “quien vive de ese modo será destruido”, pero no por causa de un castigo divino o de la furia implacable de Dios, sino como consecuencia de sus propios actos autodestructivos.

En este sentido y de manera muy concreta, usar máscara, evitar salir innecesariamente, lavarse las manos, guardar distancia, etc., son actos de libertad responsable. Todo esto supone unas restricciones un poco molestas. Inclusive para muchos, todas estas medidas son devastadoras para su subsistencia. Entonces la solidaridad con aquellos que son más vulnerables, no solo física, sino emocional y económicamente, se convierte en nuestra “regla de conducta”, contrario al “desorden egoísta” del que habla San Pablo.

Por otra parte, el evangelio de Mateo 11, 25-30 nos recuerda que la misión evangelizadora también produce cansancio, fatiga y a veces desánimo. La voz empática y compasiva de Jesús resuena como un bálsamo aliviador para todos aquellos cansados y agobiados por las cargas que conllevan ese trabajo misionero.

Vale la pena recordar aquí que la misión de la Iglesia, y en general de todos los cristianos, no se reduce meramente a la predicación de la Palabra, a la instrucción catequética, al adoctrinamiento o cualquier otra actividad proselitista. El servicio amoroso a los otros, el cuidado, la protección de la vida, y la dignidad de las personas, son labores evangelizadoras en la medida en que esparcen la semilla del reinado de Dios y su justicia. Quienes lo hacen luchan, muchas veces incluso, asumiendo el riesgo de perder sus propias vidas, contra los órdenes injustos establecidos en el mundo, contra la apatía y el egoísmo de muchos concentrados en su propio beneficio.

Notemos aquí el contraste entre los que se comportan como niños caprichosos que no quieren asumir su parte en la tarea de cuidarnos todos, y la gente sencilla, o los “pequeños” (nepioi) mencionados en el evangelio, a quienes se les revela la sabiduría divina.

Jesús ofrece un descanso a todos ellos, humildes y sencillos trabajadores del reino, muchas veces anónimos o no reconocidos. Su labor, al ser fuente de solaz y descanso para los pobres y necesitados de este mundo, se revierte hacia ellos convirtiéndose en su misma fuente de consuelo y reposo. Es la recompensa de la sabiduría divina ofrecida como don gratuito de Dios que equipa la vida con herramientas de empatía, compasión y amor para anunciar la llegada de su reinado.



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