LO QUE LE CORRESPONDE A DIOS

Domingo XXIX del tiempo ordinario

Hace algunos años me entró un interés casi desesperante por aprender más y más acerca de finanzas personales y familiares. Hasta creamos un grupo con mis primos para estudiar el asunto y poder resolver algunos desajustes económicos personales. Una de las cosas que aprendí fue cómo hacer presupuestos. Hay ciertos porcentajes establecidos para cada obligación y gasto, como por ejemplo lo destinado a ofrenda o caridad, o sea, lo que ponemos en la canastita de la iglesia los domingos. Siempre me sentí muy incómodo con ese rubro porque había que discernir cuánto era lo correcto. Era como pensar cuánto le corresponde a Dios.

El evangelio de este domingo (Mateo 22,15-21) sugiere esa misma pregunta. Si hiciéramos una tabla de presupuestos, ¿qué le corresponde a Dios? ¿Es necesario hacer una distinción? ¿No le correspondería todo, ya que Él lo da todo? Las preguntas podrían extenderse al infinito.

El escenario es una trampa, llamémoslo así, puesta por ciertos líderes religiosos a Jesús para atraparlo en algún comentario que les sirva de acusación en su contra. ¿Debemos o no debemos pagar impuestos al imperio romano?

Aunque hay una mala intención en la pregunta, la respuesta de Jesús nos hace pensar en muchas cosas. Pero queda resonando aquella expresión: “den pues al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios”. Y ¿qué es de Dios?

La primera lectura de este domingo (Isaías 45, 1.4-6) nos puede dar una pista para aproximarnos a una respuesta.

El profeta Isaías hace una interpretación de la historia de Israel bastante osada, considerando la intervención de Ciro, rey de Persia, como fundamental para el regreso del exilio en Babilonia. Fue un designio de Dios, llevado a cabo por un rey pagano. En ese sentido, según la interpretación del profeta, prevalece la voluntad salvífica de Dios, no limitada a ciertos paradigmas o esquemas humanos. La gloria y fama de Ciro, según el criterio del profeta, fue haber llevado a cabo el plan libertador de Dios para su pueblo. Todo el poder y el esplendor de su reinado no son más que un don del Creador del universo para liberar a un pueblo oprimido y desterrado.

La historia recordará al rey Ciro de Persia como quien propició el retorno de Israel a Jerusalén. Isaías lo recordará como quien llevó a cabo el plan divino de salvación. El crédito del retorno de Israel a su tierra no le corresponde del rey, es de Dios.

Lo interesante es que Dios no reclama para sí mismo lo suyo, al contrario, sigue ofreciéndolo a manos llenas para vivir libertad y con dignidad. Por otra parte, lo que yo retengo y reclamo como mío, mi propiedad, no es, nada más ni nada menos, un don hermoso de Su amor, entregado para mi bien y el de quienes me rodean.

Cuando los fariseos preguntan a Jesús sobre el impuesto al César, no están buscando un criterio moral superior para conducir sus decisiones o defender la dignidad de la nación. Quieren, de manera maliciosa, buscar una forma de acusar a Jesús de herejía o falsedad y así poder deshacerse de él. ¿A quién le corresponde la moneda? Pregunta Jesús, “al César” responden ellos. “Pues devuélvanle al emperador lo que es de él, y a Dios lo que le corresponde.”

¿Y qué le corresponde a Dios?

Esta es mas bien una pregunta retórica. En el fondo, el Dios Padre de Jesucristo no necesita de un tributo, una ofrenda o un sacrificio para aumentar su poder o ser más compasivo. El César sí, el tributo al emperador era necesario para sostener su estilo de vida y demostrar su poder.

La respuesta de Jesús abre muchas posibilidades a la vez que nos entrega la responsabilidad de discernir en cada circunstancia aquello que le corresponde a Dios, más allá de las cosas. En este punto, Jesús insiste constantemente en sus confrontaciones con los líderes religiosos: Dios se glorifica (es decir, se reconoce y aprecia su divinidad) en las acciones de liberación favorecidas por Él hace, por un lado, y en la defensa de la por la libertad, la dignidad y el bienestar de los demás, por otra parte.

No se trata pues de un tributo, una ofrenda, o un sacrificio entregado para después despreocuparse de la responsabilidad con los otros, como si fuera un tranquilizador de la conciencia. Se trata de la construcción conjunta del proyecto de salvación, iniciado por Dios en nosotros y en la historia y continuado en el mundo por la ayuda de su gracia y la disposición de quienes atienden su llamado.

En palabras de San Pablo a los Tesalonicenses, “las obras que manifiestan la fe.”

Jesús no da motivos a los fariseos y herodianos para ser acusado de “colaborador del imperio” o “revolucionario”. De hecho, su respuesta es bastante ambigua. Pero sí nos invita a considerar hay algo más que una solapada moneda tirada y olvidada en una canasta. A Dios le pertenece todo aquello que hacemos con y por amor, aquello en lo que ponemos el alma y dejamos un poquito de nosotros mismos. Le pertenece porque es Él mismo quien se nos da, quien se entrega, quien no se reserva nada para sí.

Lo interesante es que Dios no reclama para sí mismo lo suyo, al contrario, sigue ofreciendo a manos llenas para vivir libertad y con dignidad. Por otra parte, lo que yo retengo y reclamo como mío, mi propiedad, no es, nada más ni nada menos, un don hermoso de Su amor, entregado para mi bien y el de quienes me rodean.

 

 

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