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Paul Tillich: Teología existencial y diálogo con la cultura

A comienzos y mediados del siglo XX, el pensamiento occidental profundizó en la sospecha de que no hay un sentido para vivir. Filósofos como Martin Heidegger y Jean Paul Sartre, artistas plásticos como Edvard Munch, y literatos como Albert Camus y Emil Cioran, no hallaban valor trascendental en la existencia. Ante la pregunta de por qué es importante el ser, y no más bien la nada, muchos de ellos optaron por la nada. La teología se enfrentó a esta pregunta que dejaba al humano desnudo ante el vacío, y se dio a la tarea de pensar cuál es el mensaje cristiano para las personas que afirman esta conciencia desgarrada.

Una de las respuestas más contundentes es la de Paul Tillich —y lo es porque asume como verdad muchos de los postulados del existencialismo, del nihilismo, del socialismo y del psicoanálisis—.

Paul Tillich (1886-1965) nació en Starzeddel, Brandeburgo, Alemania. Estudió Teología y se doctoró en Filosofía, por lo que conocía hondamente el pensamiento y el arte europeos, en especial la filosofía de la religión, el idealismo alemán y el existencialismo. También era pastor luterano, lo cual le permitió acercarse a personas que vivían en graves condiciones de pobreza y vio la necesidad de cambios sociales y políticos radicales en el mundo. Fue profesor de Filosofía de la religión y Filosofía de la cultura en Dresden y Leipzig. Dio clases de Teología en la Universidad de Berlín y en la Universidad de Frankfurt, donde desarrolló un trabajo en conjunto y una respetuosa amistad con los filósofos Max Horkheimer y Theodor W. Adorno. Tillich, incluso, fue el supervisor de la tesis de habilitación para que Adorno llegara a convertirse en profesor universitario.

Dos aspectos de las guerras mundiales fueron determinantes en la vida de Tillich. El primero fue haber servido como capellán del ejército alemán en la Primera Guerra. Allí comprendió que el idealismo alemán  había llegado a su fin y que la cultura humana no había alcanzado el máximo nivel del espíritu, sino la total destrucción a través de la razón instrumental. El segundo aspecto fue la subida de los Nazis al poder. Estos consideraban el pensamiento socialista de Tillich una amenaza para los ideales de la nación y le quitaron la licencia para ser profesor universitario. Por esto se exilió en los Estados Unidos, convirtiéndose en profesor de Teología en el Union Theological Seminary de New York, y después en la Universidad de Chicago y en la Universidad de Harvard, trabajando muy de cerca con filósofos de la religión como Mircea Eliade y Paul Ricoeur.

Los últimos años han revelado algunos escándalos en  la vida personal de Tillich que lo hacen más lejano a los intérpretes fundamentalistas, y más cercano a creyentes que exploran otras formas de relaciones humanas. Como Barth, Tillich también experimentó una relación matrimonial abierta con su esposa Hannah. Hace poco se publicaron los diarios de su pareja, donde revela que tanto él como ella tenían experiencias eróticas con otras personas, bisexuales en el caso de ella, y de fetichismo sadomasoquista por parte él. Esto, como veremos, es un reflejo más del pensamiento de Tillich, el cual muestra que el ser humano habita en el desgarramiento, entre el viejo y el Nuevo Ser, y sólo puede hallar sentido en la gracia.

El pensamiento de Paul Tillich es un reflujo entre la Teología y la Filosofía. A diferencia de lo que piensan algunos teólogos judaizantes, quienes dicen que el cristianismo se corrompió cuando entró en contacto con el mundo griego y olvidó sus raíces judías, Tillich considera que no es justo que critiquemos a los teólogos cristianos de habla griega  por haber utilizado algunos conceptos filosóficos de su época, ya que ellos no disponían de otras expresiones manifestaran el encuentro del hombre con su mundo.

Para Tillich, las expresiones a través de las cuales el cristianismo se ha dado a entender, incluso las expresiones judías que están en la Biblia, son símbolos temporales, y nunca deben limitarse a un sentido literal ni mucho menos eterno.

A diferencia de la teología de Karl Barth, el pensamiento de Tillich se funda desde abajo, desde el ser humano en la situación de revelación, y no desde «arriba», desde desde una ley sagrada que se impone en contra de la cultura.

De la Teología desde abajo surge el método de Tillich, conocido como el método de correlación. Esta forma de trabajo establece una correlación entre las preguntas existenciales del ser humano y las respuestas que ofrece el mensaje cristiano, las cuales no están aisladas del contexto, sino que también hallan sus raíces en la cultura y la sociedad, aunque siempre más allá del propio entorno.

La pregunta desde la cual surge la Teología está anclada en lo que Tillich entiende como una preocupación existencial, la Preocupación última (The Ultimate Concern), que es el modo en que este pensador nombra a Dios.

En lenguaje místico, Dios es una forma de nombrar a la profundidad de la vida y su carácter inagotable. Otros lo han llamado Abismo. En el lenguaje filosófico, Dios es la forma, el elemento de significado y de estructura de la vida, el Logos. En el lenguaje religioso es llamado Espíritu. Todo lo que decimos de Dios es simbólico.

Que Dios sea personal no significa que sea una persona. Significa que Dios es el fondo de todo lo personal y que entraña el poder ontológico de la personalidad. Dios, entonces, es una relación, o el fondo de toda relación. En su vida están presentes todas las relaciones humanas y naturales, el Eros, que es el amor al conocimiento, y el Ágape, que es el amor a los humanos.

La Teología es una pregunta filosófica por la búsqueda humana del sentido o por la Preocupación última. Como disciplina cristiana, es la interpretación crítica de los contenidos de la fe. Mientras el filósofo de la religión investiga y analiza desde afuera el fenómeno religioso, el teólogo está comprometido con ese mensaje y de algún modo lo predica. Sin embargo, el teólogo no está en el mismo lugar que cualquier creyente, puesto que debe observar el mensaje cristiano con distancia. Por eso, escribe Tillich:

«Todo teólogo está comprometido y alienado; siempre está en la fe y en la duda; siempre está dentro y fuera del círculo teológico».

Al hacer Teología, se dialoga con cuatro fuentes principales: la Biblia, la Historia de la Iglesia, la Experiencia y la Historia de la religión y de la cultura.

La Biblia es la fuente primordial de la Teología. Es el documento original que nos relata los acontecimientos sobre los que se establece la Iglesia cristiana. Sin embargo, la palabra «documento» no debe entenderse en modo jurídico, como un libro lleno de leyes y estipulaciones. El carácter documental de la Biblia descansa en el hecho de que contiene el testimonio original de quienes participaron en el encuentro con el Cristo.

Pero Tillich piensa que la «palabra de Dios» no está limitada a las palabras de un libro, y que el «acto de revelación» no se identifica con la «inspiración» de un «libro de revelaciones». El mensaje cristiano abarca más (y también menos) que los libros bíblicos, y por lo tanto la fe no debe encerrarse en un manual. La Biblia es una antología de literatura religiosa, escrita, compilada y publicada a través de los siglos. Pero la palabra de Dios es el Cristo.

La Historia de la Iglesia es una fuente para la reflexión teológica, tanto en sus aspectos positivos (la historia de los mártires, por ejemplo), como en sus aspectos negativos (las cruzadas y la inquisición). Sin embargo, este pensador no le da a la tradición la importancia que le dan otras formas de cristianismo, como es el caso de los católicos y de los ortodoxos. Como buen protestante, Tillich argumenta que un teólogo debe poner en duda las tradiciones de su propia iglesia.

La Experiencia es fundamental en la Teología cristiana, puesto que la Teología es importante solo para quien participa de la fe en modo activo. Pero Tillich es cuidadoso ante las formas de religión que privilegian la experiencia como la fuente más importante de la Teología, tal como es el caso del pentecostalismo, porque nuestras experiencias también pueden ser engañosas.

Tillich añade al método teológico un aspecto nuevo: la Historia de la religión y de la cultura. La vida espiritual de una persona está modelada por su encuentro social e individual con la realidad. Tal encuentro se expresa en el lenguaje, la poesía, el arte y la filosofía de la tradición cultural en la que se ha crecido. De este modo la Teología siempre es un diálogo con la cultura y no una negación de ella.

Sin embargo, Tillich es fiel al principio protestante de la diferencia radical entre Dios y el ser humano, y nos recuerda que el ser humano está desgarrado de su relación con la Preocupación última. Por esto la Teología dialoga con la cultura pero no la considera una revelación final. Y no solamente sospecha de la cultura, sino incluso de la Iglesia y de los textos bíblicos, ya que ninguna de estas fuentes puede ser considerada como el mismo Dios, ni como la revelación en sí, sino como testimonio de la preocupación por la realidad última.

El ser humano está roto, separado de la plenitud que busca. Esto es lo que el cristianismo ha llamado tradicionalmente «pecado», y los protestantes han enfatizado como «naturaleza caída». El ser humano, piensa Tillich, está alienado de su verdadero ser. Para esto se apoya, además, en la filosofía de Søren Kierkegaard y de Martin Heidegger para mostrar que el ser está arrojado, y en este arrojamiento nada puede consolarlo ni suplantar su sensación de arrojo. Además, interpreta la simbología del pecado y del mal desde una perspectiva psicológica, al considerar que los ángeles y los demonios son nombres mitológicos con los que se designa a los poderes constructivos y destructivos del ser, poderes ambiguamente entretejidos y en mutua lucha en el seno de una misma persona, de un mismo grupo social y de una situación histórica. Los ángeles y los demonios no son seres sino poderes que pueden llegar a dominarnos.

Ante la alienación del ser humano de su fondo, de lo que llamamos Dios, Tillich ofrece la respuesta cristiana de la fe en Jesús como el Cristo. Pero no se trata de un mensaje de salvación trasmundano, que ocurra después de la muerte. La salvación consiste más bien en una metamorfosis personal (en medio de la paradoja) del ser humano en su individualidad y en su existencia histórica y social. No se trata de aniquilar al hombre y a la mujer y a su cultura, sino de encontrar sentido en medio del arrojamiento:

«El Mesías no salva a los hombres conduciéndolos fuera de la existencia histórica; el Mesías existe para transformar la existencia histórica. El hombre entra, pues, en una nueva realidad que incluye a la sociedad y a la naturaleza. Según el pensamiento mesiánico, el Nuevo Ser no exige el sacrificio del ser finito; muy al contrario, lleva a la plenitud la totalidad del ser finito al vencer su alienación existencial».

Paul Tillich Park, Indiana.

El Cristo es el símbolo del Nuevo Ser, del «poder ser», la imagen que vence a la alienación existencial. Por esto, para Tillich, experimentar el Nuevo Ser significa experimentar el poder que en Cristo ha vencido la angustia y la perturbación de la ruptura. El ser humano ya no es no es objeto de la voluntad de otros, ni de circunstancias, ni de instituciones, sino que habita en el reino de la gracia y del poder para decidir sobre aquello que lo dominaba previamente.

Sin embargo, la aceptación del Nuevo Ser no elimina la finitud y la congoja, la ambigüedad y la tragedia, pues asume las negatividades de la existencia como parte de la unidad de la vida. Esta es la fe, la cual se basa en la experiencia de sentirse embargado por el poder de ser, gracias al cual son vencidas las consecuencias destructoras de la alienación.

En este sentido, el creyente vive a la vez la cruz y la resurrección, y ambos símbolos afectan su modo de relacionarse con el mundo, no siendo solamente crucificado, sino también resucitado.

Salir del antiguo ser y situarse en el Nuevo Ser es la salvación. Y esta salvación se recibe por la fe, o lo que Tillich entiende como el «coraje de ser». Se trata de un arrojo que nos permita vencer la angustia de la finitud, encontrando un sentido de unidad, en la vida y en la muerte, en el individuo y en su entorno:

El coraje último se fundamenta en nuestra participación en el poder último del ser.

En síntesis, podemos hablar del pensamiento existencial de Paul Tillich como una teología relevante para nuestra época. Contraria a la teología clásica protestante, que ve en la cultura principalmente manifestaciones del pecado, este filósofo abre la posibilidad de un diálogo ecuménico con lo que el catolicismo de la liberación ha llamado «los signos de los tiempos» y la filosofía comprende como la razón humana. En su modo de trabajo, cabe el encuentro con las ciencias sociales, las artes y la cultura, y abre un camino para ver a Dios también afuera de la Iglesia, a Dios afuera de Dios.

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