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La fe, resistencia al poder

Decía Epicuro, el filósofo griego, que «de la misma manera que de nada sirve un arte médico que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tampoco hay utilidad ninguna en la filosofía si no erradica el sufrimiento del alma». Así, la teología, tan cercana a la filosofía, pareciera ser, para algunos, un arte que solo es útil si se acerca al sufrimiento y a la dignidad de la vida real. Este vínculo resulta claro para quienes consideran el Nuevo Testamento y la figura de Jesús como eje central de sus doctrinas, pues las opresiones y el abuso de poder al que él se opuso, dan cuenta del sentido profundo del mensaje de los Evangelios.

Edwin Alexander Villamil nació en Colombia, pero ahora vive en Holanda. Es teólogo. Fue pastor de una de las iglesias bautistas más importantes de la ciudad de Cali, hizo parte de la refundación del Congreso de los Pueblos, de la Mesa por la Paz con la que fue a la Habana y del Colectivo de Profesores Red Universidades por la Paz, espacios en los que ha buscado reactualizar la fe que tanto ha predicado.

Para él, la relación entre el activismo judicial y su fe tienen mucho sentido, ya que «el primero tiene que ver con una confianza expresa en la justicia, en que es el lenguaje de lo justo lo que puede dirimir las diferencias y contribuir a la restauración de la dignidad». Y su fe se manifiesta también en la confianza de que esta abarque la reconciliación, la paz, la dignidad de las víctimas y los victimarios, pues esta es la justicia que propuso Jesús en sus evangelios.

La afirmación de la confianza en la justicia se empezó a parecer en mí a una confesión de fe. Cada vez que confieso que es posible la acción de la justicia, estoy confesando parte de mi fe.

Como teólogo sabe que la comprensión que exige la lectura del texto sagrado permite entender que «el apostolado y las formas de ser iglesia del Nuevo Testamento son figuras de organización social alrededor de la fe que se formaron en momentos de represión social». Y por esto considera que el llamado a quienes trabajan desde la fe, para la fe y por la fe, es que no olviden este momento constitutivo: la fe es fe, siempre, en relación o en resistencia con un poder opresor.

Esta comprensión, comenta, debería permitele al creyente distinguir dónde hay un ambiente represivo para llevarlo a la reflexión y a la acción enmarcada en lo social, pues «el mayor regalo posible de Dios en la Cruz es la libertad, y todo aquello que quiera minar el florecimiento de la libertad, de abrazar libremente, de amar libremente, de expresar libremente, de perdonar libremente, de encontrarse con el otro libremente, bajo ideales de pureza racial, ideológica o religiosa, debe ser combatido».

El apostolado, entonces, tiene que ver con ese combate para defender la libertad que le ha sido dada al ser humano y este sólo puede llevarse a cabo con paz, con amor, con creatividad, con gracia, para resistir a la maldad, la hipocresía y la represión.

La fe cristiana nació como una respuesta de gracia frente al odio. Si vemos odio tiene que haber mucha más gracia. El discipulado debería girar en torno a esto.

Hace casi tres meses Edwin se radicó definitivamente en Holanda. Desde que llegó, esa nostalgia que produce no estar en casa y aprender a reinventarse bajo nuevas reglas y costumbres empezó a rondar su corazón. La pregunta por la ciudadanía y la identidad, esa que se hace presencia en la distancia, rápidamente se convirtió en crisis, y él, siempre que está en crisis, busca a Dios.

Corren tiempos difíciles en Colombia, y para Edwin la pregunta, la crisis y la preocupación toman forma en el activismo, ese que siempre lo ha caracterizado. La manera de manifestar su desacuerdo con el resultado de las pasadas elecciones presidenciales en su país fue, por ejemplo, organizar una marcha como respuesta a la aniquilación sistemática de líderes sociales en Colombia, fenómeno que, en lo que va del 2018, ha acabado con la vida de más de 120 líderes en el país.

Gracias a la motivación de este teólogo el pasado 7 de agosto día en que se posesionó el nuevo gobierno colombiano del que Edwin es opositor por su resistencia al cambio y su democracia represiva, una de las calles principales de Holanda se llenó de mariposas amarillas que volaban junto a una delegación que llegó desde Bruselas, donde marchaban víctimas del conflicto armado colombiano que llevan años luchando por tener visibilidad en Europa.

Con sus mariposas y sus historias caminaron hasta La Haya y allí narraron sus experiencias y testimonios, redescubriendo que, el dolor, cuando se cuenta, abre posibilidades liberadoras de aquello que nos hace vivir el dolor sin dignidad.

«Compartieron sus experiencias en una narrativa de esperanza y eso fue revelador. Escuchar eso me hacía creer de nuevo en la justicia, porque aparece la verdad en el relato. Se ve la diferencia entre quien sufre y relata desde la superación del rencor y del odio y de quien solo se dedica a circunscribir odios usando el dolor de los demás. Ahí veo el fariseísmo expresamente escrito, una estructura discursiva que logra apropiarse de la tragedia del otro para circunscribir odio. Eso es el fariseísmo hoy en día, y se ve en las instituciones que estorban con los procesos de sanación de las víctimas. Por eso hay que tener una firme confrontación ideológica con todo lo que se parezca a esa hipocresía del poder».
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El camino en el que se encuentran la teología y la acción política ha estado lleno de símbolos y experiencias trascendentes para Edwin, y la búsqueda de la justicia siempre ha estado presente. De pequeño admiraba la sabiduría de la abuela y relacionó siempre la fuerza en la vida, la tenacidad, la lealtad familiar, la disposición y el afecto con su rosario y sus velas encendidas a la Virgen María, imágenes que guarda en su corazón como parte vital de su historia. Dice que «encontraba estos símbolos muy poderosos porque no entendía cómo era posible que esas pequeñas piezas pudieran gozar de toda la devoción que ella les daba».

Edwin nació en Bogotá, Colombia. Hoy tiene 35 años. Cuando tenía 15 años fue monaguillo en una iglesia católica y varias veces le comentó al cura de la parroquia acerca de su vocación sacerdotal, pero este siempre «le recomendaba otra cosa». Entonces, esa búsqueda profunda que no encontraba respuesta allí lo llevó al camino de la academia. Un día, en un evento donde presentaba una ponencia en la ciudad de Cartagena, conoció a una joven cristiana de la que se enamoró perdidamente, y por la vía del amor conoció a los protestantes y a los bautistas.

Llegó a una iglesia donde lo recibieron con los brazos abiertos y donde sintió que sus dones eran vistos. «Ahí recreé todo lo que antes me imaginaba sobre Dios», dice. También por amor decidió estudiar teología y la iglesia de la que hacía parte lo envió al Seminario Teológico Bautista actualmente Unibautista en Cali. A pesar de que hoy entiende que esta formación teológica era muy conservadora, agradece que también era muy creativa, y que en ella, su mente inquieta no dejó de lado los debates filosóficos.

Para ese momento de su vida ya estaba casado. Afianzar las relaciones y sus dones en la comunidad a la que pertenecía lo llevó a convertirse en uno de los pastores más jóvenes de la iglesia bautista más influyente de la ciudad. Tenía 22 o 23 años. Esta experiencia, cuenta, fue muy intensa y repercutió en una serie de «crisis profundas» que lo llevaron a cuestionarse el tránsito de una teología conservadora a una liberal y a pasar de ser pastor a preguntarse por el activismo social.

La teología fue como un espejo en el que yo mismo me estaba re-conociendo.

Con estas crisis profundas vinieron una serie de cambios en su vida, y así, comenta, «comenzó la teología, con el significado de crisis. Ahí creo que se recrean las inquietudes fundamentales de la existencia humana. En mi caso todo comenzó con la pregunta por el amor».

Con el tiempo se divorció y por esta decisión salió del ministerio. Retornó entonces al camino de la academia. Se fue Costa Rica donde realizó una especialización en Investigación Social en el Departamento Ecuménico de Investigaciones, una de las escuelas más abiertas de América Latina donde se sentía con fuerza la influencia de la Teología de la Liberación. El trabajo social y el activismo desde la fe se incrementó allí. Unos años después regresó a Colombia y empezó a buscar cada espacio donde pudiera «recrear la actividad de la fe en reclamo a las injusticias que se vivían en en el país».

Después se ganó una beca para realizar una maestría en Educación Intercultural en la Escuela de Londres y ahora trabaja para el Consejo Mundial de Iglesias en Ámsterdam, ciudad en la que comenzará próximamente su doctorado en Teología.

En este momento de mi vida veo la Teología como una poesía dramática. Mientras veo cómo Dios es quien la inspira, algo me mueve a declamarla y darle cuerpo, mi cuerpo. Eso sucedió en La Haya: un colectivo se encontró con esa poesía que Dios inspira, y salimos a la calle a declamarla, y al dramatizarla se desató el poder de la reconciliación.

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