CYHBanner

La teología como juego

Por Juan Manuel Gómez Salazar

“Una teología como juego posibilita la producción de fábulas e instituciones, pero también iría superándose continuamente. En ese proceso, los mitos que sofocan la alegría y la justicia serían transgredidos o transfigurados, o un poco de ambas cosas.”

Harvey Cox

Quienes me conocen de cerca saben que me gusta hacer bromas, distensionar las presiones que generan ciertas dinámicas de vida enmarcadas en la seriedad y en ciertos convencionalismos sociales del día a día, flexibilizar la responsabilidad y el acatamiento de la norma que nos exigen los compromisos o deberes de la madurez, que como bien lo expresara Walter Benjamín, termina siendo una máscara que lleva por nombre «experiencia (…) siendo esta inexpresiva e impenetrable, buscando siempre la mesura de la infantil embriaguez, para por fin conducirnos a la larga sobriedad de la vida formal».

La presente reflexión quiere estar en sintonía con la propuesta de este espacio, presentando mi experiencia sobre lo que ha sido hacer teología, lo cual podría definir en una sola palabra, sin algún atisbo de duda: jugar. Hacer teología debe ser un juego.

Desarrollando una analogía con la famosa tira cómica de Bill Watterson, Calvin y Hobbes (personajes inspirados a su vez en el reformador protestante Calvino y en el filósofo inglés Thomas Hobbes), el teólogo, o el creyente, que busca hacer teología debería situarse desde esta perspectiva. Volvernos como niños es la propuesta inicial de estas reflexiones. Calvin representa una actitud de juego frente a la vida. Hobbes, el tigre imaginario, sería nuestra subjetividad traducida en creatividad. Desde esta analogía podemos entonces preguntarnos: ¿Y si nuestra fe es ese niño con deseo de juego y su subjetividad la experiencia de lo sagrado traducido a pensamiento? Si, para Kant, Dios es un postulado racional de la razón práctica y una hipótesis sensata de la razón teórica, no es entonces ninguna arrogancia la pretensión de esta afirmación: ¡Dios es una experiencia que da que pensar!

Calvin & Hobbes

Así, la teología como juego, presentaría dos sentidos: la diversión y la reinvención.

La diversión como puro goce, sin ningún tipo de propósito, lo que el teólogo norteamericano Harvey Cox llamaría como juego «inútil», que no tiene ninguna pretensión, ninguna finalidad. Como una «empresa» que no sirve a ninguna meta, profanando ese sistema sagrado del quehacer productivo, característico de una cultura del rendimiento.  

El hombre y la mujer no sólo viven para el trabajo y la configuración del mundo, también viven para disfrutar del mismo, para gozar, para divertirse. El relato de la creación del Génesis bíblico presenta un ejemplo significativo: cuando Dios termina su creación, pareciese que tomase distancia para contemplar lo que había creado y decir complacientemente: «esto es bueno».

La vida es un gran libro que nos ha sido entregado, un libro complejo, con algunas líneas difíciles de entender, incluso aquellas que nosotros mismos hemos escrito. Y hacer teología debe ser una experiencia de «notas de pie de página», pues ella no es la obra completa sino que hace parte de la gran obra que es la vida. La importancia de hacer teología no radica en el oficio agotador de quien escribe una suma teológica para ser reconocida y citada por todos, sino, como la vida misma, el ejercicio del goce personal y sencillo de quien lee esas notas de pie de página.

Hacer teología se disfruta más desde abajo, como el pasaje de Jesús en la casa de Marta y María en el evangelio de Juan. Mientras su hermana Marta preparaba en la cocina una «suma teológica» con el fin de agasajar al invitado, María sencillamente disfrutaba sentada a los pies de Jesús.

Es cierto que muchos juegos tienen un carácter competitivo y buscan un logro, pero, en esencia, no tienen otro propósito fuera de sí mismo, independientemente del resultado, su fin es el propio disfrute.

Un segundo sentido que puedo hallar en el ejercicio teológico es el de reinventar, el de transformar una realidad dada o determinada a través de la creatividad. Ya nos proponía el teólogo brasilero Rubem Alves «la teología como juego» y esta como una forma de inventar, nombrar, crear. Es saltar entre las tradiciones para armar, como si fuesen piezas de lego, un castillo en el que logren armonizar, para la experiencia de vida, nuevas enseñanzas, nuevas formas de ver la realidad, las cosas.  

La teología como juego no se refiere solo a la diversión, se refiere también a la imaginación y a una elevada forma de consciencia que es consecuencia de su primer sentido. Nos han vendido la teología no como un hacer jugando creativamente (re-creo), sino más bien como un manual de reglas inamovibles para «jugar bien» (credo).  En pocas palabras, nos han dicho cómo deben ser las reglas del juego, sin lugar para otros órdenes o configuraciones, y no lo creo así. Hacer teología es como jugar: son necesarias las reglas, pero estas pueden ser modificadas, alteradas, remodeladas o reemplazadas. Reconfigurando los contextos, haciendo relectura de estos y aprovechando las circunstancias como pretexto, se abre la posibilidad de señalar nuevas alternativas y posibilidades latentes que una teología anquilosada en la formalidad no permite. La madurez significa echar raíces, pero muchas raíces no nos permiten avanzar.

El joven teólogo

Entonces vino un joven teólogo y le dijo: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar el estatus científico?
– Jesús le dijo: Si quieres ser un «duro», anda, deja de lado el academicismo y ven a jugar y a inventar con nosotros.
Oyendo el joven teólogo esta palabra frunció el ceño, marchándose enojado porque tenía muchos compromisos de profunda seriedad.
– Entonces volvió a decir Jesús: ¿Les digo la verdad?, difícilmente entrará un teólogo maduro en el reino de los cielos.
Y tomando a un niño entre sus brazos les dijo:
– Si ustedes no hacen teología como niños, no podrán entrar en el Reino, porque el Reino es de ellos.

Creo que la teología debe enseñar a especular, no a partir de metafísicas que generan discusiones interminables, sino más bien a partir de esas situaciones que se nos dan en el día a día, trocando símbolos sagrados, apelando a nuevas metáforas, trazando diferentes rutas de comprensión, explorando en esas reservas de sentido que las circunstancias, o ciertos eventos, nos presentan en nuestro caminar.

Si hay una crisis en la teología esta no consiste en su falta de rigurosidad científica, sino en su falta de significado para la vida de los hombres y de las mujeres que luchan constantemente por sobrevivir y que no encuentran en sus propias tradiciones religiosas un referente de sentido aterrizado a sus necesidades. Son teologías que no se hacen carne en las circunstancias y experiencias de vida de los menos favorecidos, que son incapaces de descalzarse para caminar a la par con los descalzos de nuestra sociedad y de nuestra historia.

Cuando éramos niños, si el juego se agotaba en una de sus dinámicas, decíamos: ¡juguemos otra cosa! Se cambiaba de juego, pero la diversión seguía de otra forma. Que la teología, como el hombre maduro, deje su «logia» y venga a jugar. Que deje de ser teo-mainstream y sea Teounder, que deje la aridez de los conceptos y sea teopoética; que sea otra cosa a través de la imaginación y la creatividad; que sea reinvención, recreación; que sea muchas cosas que hagan de la vida de los seres humanos una carga más llevadera, así como es la vida de los niños que juegan.

Juan Manuel Gómez Salazar nació en Cali, Colombia en 1972. Es licenciado en Filosofía y magíster en Investigación Social de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. 
Es docente de filosofía del Colegio Colombo Americano y docente de ética y ciudadanía en la Universidad Piloto de Colombia. Además es colaborador del libro “Modelos disruptivos: prácticas pedagógicas en el aula” publicado por el área de Humanidades de la UPC. 
Share on facebook
Share on twitter
Share on email