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El Black Metal: sombra de la sociedad

Se anuncia la gira de una banda de rock por Latinoamérica y dos fuerzas colisionan. El grupo de Black Metal sueco, Marduk, amenaza con hacer música y los grupos cristianos más radicales pretenden detener su avanzada.

En varios países, algunos líderes políticos han elevado campañas para impedir que este grupo toque en diferentes ciudades. En Colombia, el concejal de Bogotá Marco Fidel Ramírez, el cual se hace llamar «Concejal de la familia» , ha hecho una campaña de recolección de firmas para impedir el concierto de Marduk. Su consigna es que esta banda «ofende los valores fundamentales de la cristiandad y corrompe a millones de jóvenes alrededor del planeta» .

Al parecer, los grupos cristianos más conservadores han ganado la partida, puesto que algunos conciertos han sido cancelados parcial o totalmente, bajo distintos pretextos atribuidos a una mala organización.

No voy a discutir aquí lo que ya es sabido por muchos: que los evangélicos latinoamericanos buscan usar las estructuras de puestos de poder con el fin de imponer sus creencias a los demás. En este sentido, violan las constituciones de nuestros países, las cuales abogan por la libertad de cultos, libertad de reunión, libertad de expresión y de pensamiento. Muchos evangélicos, a quienes hace muchos años la sociedad católica consideraba «hijos del diablo» , seguidores del «blasfemo Martín Lutero» , el sacerdote que se casó con una monja, ahora ocupan la silla de verdugos para prohibir expresarse a quienes son diferentes a ellos. En ocasiones disfrutan perseguir a quienes no piensan igual, incluso valiéndose de medios públicos para evitar que las demás libertades puedan expresarse. Esto no ha sucedido solamente frente a grupos de Black Metal, como Marduk, sino frente las creencias indígenas, afrolatinoamericanas, e incluso frente al catolicismo.

Pero de lo que quiero hablar es de otra cosa: del Black Metal como una expresión indigenista de los jóvenes del norte, la cual ha hecho un nido en nuestros pueblos del sur.

El Black Metal es una señal de descontento ante la cultura impuesta, y la búsqueda o creación de sentido a través del retorno –simbólico o real– a los instintos animales que llevamos dentro.

Este género surge hacia finales de los años 80 y comienzos de los 90 en Escandinavia. Influenciados por el estilo de cuentos de terror de Black Sabbath y por las historias paganas de Venom, algunos jóvenes rockeros de Noruega deciden emprender el viaje por un género de música aún más pesado que el Trash y el Death. Los nórdicos regresan a su propia mitología a través de la música, reconocen que antes del cristianismo sus valores culturales y símbolos religiosos eran diferentes, y deciden hablar sobre ellos en sus canciones, así como encarnar este modo de vida precristiano (y premoderno, a la vez que postmoderno).

Musicalmente desarrollan técnicas crudas y fuertes, como la aceleración de la batería y las guitarras agudas, el poco volumen de los bajos, la distorsión de las voces en gritos y lamentos, y el deseo de que la producción suene casera, sucia.

A los blackmetaleros, como a la mayoría de las subculturas, les interesa ser muy llamativos. Por esto inician actos simbólicos que caracterizan su movimiento. No sólo se trata de vestimentas negras, pinturas en el rostro y uso de artefactos medievales, sino también de acciones que pueden ser consideradas como una protesta contra la sociedad y la religión establecida. Algunos de estos actos se han pasado de los límites del respeto por el Otro, como la quema de más de cincuenta iglesias en Noruega, a mediados de los años noventa, donde los primeros blackmetaleros querían responder a los cristianos con las mismas armas con las que ellos invadieron su territorio y destruyeron sus templos, siglos atrás.  

Historias de venganzas personales, enfrentamientos físicos e incluso uso de armas circulan alrededor de los miembros fundadores de este género. No descreo de estas historias, pero las interpreto como el deseo de retornar a los valores de los vikingos, para quienes la venganza personal ante una ofensa era considerada una virtud.

Estos actos, evidentemente violentos, no son muy diferentes a los cometidos en nuestras sociedades latinoamericanas, donde la venganza también ha jugado un papel muy importante en el tejido familiar, en la construcción de sociedad, e incluso en algunos discursos políticos.

Los fundadores del Black Metal –muy jóvenes e ingenuos en aquella época– pretendían seguir a los vikingos en la destrucción de los símbolos que atentaran contra sus tradiciones (una temporada frente al televisor viendo la serie Vikingos nos ayudará a comprender que estos jóvenes metaleros querían vivir no como el diablo sino como el legendario rey nórdico, Ragnar Lodbrok). De allí que algunas tendencias del Black Metal se caractericen por ser nacionalistas (étnicas), e incluso a veces racistas.

Esta es una forma de neoindigenismo, que se entiende como el retorno a las raíces por parte de quienes sienten que han perdido su identidad. La sociedad postmoderna genera una aldea global en la que las personas son consideradas sujetos y objetos del mercado, y cada quien busca diferenciarse del otro, organizándose en pequeñas tribus. Los músicos de Black Metal quieren formar una identidad precristiana, premoderna y a la vez postmoderna, en la cual se valen de los elementos de la tecnología eléctrica y digital y se benefician de los derechos humanos. Pero a la vez estos grupos –en una línea muy similar a otros religiosos extremistas– defienden su derecho a la expresión, pero dentro de este derecho pretenden insultar y negar al Otro.

No es cierto que todas las bandas de Black Metal usen simbología satanista y anticristiana. Con conocimiento de caso, puedo afirmar que el Black Metal aborda temáticas diversas. Hay bandas que dedican sus letras al tema de la exaltación a la naturaleza (Immortal); otras, a obras literarias como la de J.R.R. Tolkien (Summoning); y algunas, a la violencia y su relación con los símbolos cristianos, como es el caso de Marduk.

Es verdad que algunas canciones de Marduk se caracterizan por insultar las creencias del cristianismo y por provocar intencionalmente a sus seguidores. En sus letras observamos una fuerte crítica a la institucionalidad cristiana y sus grandes devastaciones en la historia, como por ejemplo la Inquisición (Holy Inquisition). No hay que llamarse satanista para reconocer que el cristianismo en todas sus denominaciones tiene una sombra destructiva que ha acabado con poblaciones enteras.

También las canciones de Marduk expresan símbolos opuestos al cristianismo, como en la canción Glorification to the Black God, donde asocian a las brujas y a los demonios con prácticas de fe que están más allá de las permitidas para los cristianos.  

Como oyente de este género musical –y también de muchos otros–, debo afirmar que Marduk no está entre mis bandas preferidas, ni sus críticas al cristianismo suelen ser tan certeras como, por ejemplo, lo son la filosofía de Nietzsche o los sermones de Kierkegaard.  Pero no podría condenar su puesta en escena por el mero hecho de que su estética no sea tan atractiva para mí, como sí lo es la de otras bandas.

A mi modo de ver, las letras y los símbolos generados por las bandas de Black Metal se deben entender como un género literario en el cual se crea una atmósfera de miedo. Como cuando se va al cine a ver una película de terror, con la intención de experimentar profundidades tenebrosas que no están afuera de nosotros, sino adentro. Este género explora el mundo de nuestros propios miedos y de los instintos más primitivos del ser humano.

No sólo en el Black Metal hay provocaciones contra el cristianismo y guiños a los símbolos de la oscuridad, sino que también las hallamos en la literatura, en el cine y el teatro. Estas expresiones de la cultura buscan a través de imágenes violentas y escandalosas reflejar las condiciones que proyecta la sociedad de la que provienen. La forma de interpretarlas depende de la madurez y la aproximación hermenéutica del intérprete.  

(El cristianismo también tiene dimensiones profundamente oscuras, pero las disfraza con ropajes de luz, tales como la intolerancia a las creencias diferentes, el deseo de imposición de sus ideas desconociendo la pluralidad de la sociedad, y sus estructuras de poder y dominación, aliadas casi siempre a los gobernantes de turno).

Que algunos blackmetaleros –especialmente los más jóvenes e ingenuos– traten, a través de esta música, de adorar a Satán, personificación del mal, es un asunto personal, el cual está contemplado en la libertad de conciencia y de culto de todos los ciudadanos de cualquier país moderno. Y también, si algunos de ellos actúan con violencia hacia sí mismos o hacia otras personas, no creo que sea responsabilidad del género musical, sino de la educación que recibieron y de la sociedad que reflejan. (Expresiones más violentas he hallado en los narcocorridos y en la cultura que los rodea).

No me sorprende que los cristianos se escandalicen por la presencia Marduk en América Latina. Muchos de estos músicos tienen como objetivo llamar la atención, y nada mejor que la propaganda negra para hacer publicidad. Muchos especialistas en el género Metal sospechan que el escándalo que algunas de estas bandas han generado a lo largo de la historia tiene que ver más el show que con la música.

Pero son más risibles aquellos que se toman a pecho el discurso de las letras de bandas de Black Metal como una verdadera adoración a Satán, ya sean los seguidores ciegos de una invención musical como los oponentes agresivos que usan los medios y el poder político para tratar de impedir su existencia. Hay problemas realmente serios ante los cuales hay que trabajar desde la política y los movimientos sociales, y los diversos géneros del Metal los han denunciado con fiereza desde sus canciones.

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