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Teología del Guasón: Crítica a una cultura de la máscara

“Todos son unos payasos
Cobardes que se esconden detrás de
una máscara”
Thomas Wayne (película el Guasón)
Allí, frente a ellos, Jesús se transformó. Su cara comenzó a brillar como el sol, y su ropa se volvió tan blanca como la luz.
Mt 17:2

Luego del exitoso estreno de la película “Guasón”, del director Tood Philips e interpretada magistralmente por el actor de origen puertorriqueño Joaquin Phoenix, sin duda son muchas las opiniones y los debates que han girado alrededor de esta producción desde que en el año 2008 se originara el estreno de “Batman-el caballero de la noche”, del director Christopher Nolan, donde el personaje que se robó todas las miradas fue precisamente el famoso criminal, personificado en su momento por Heath Ledger, quien fuera aclamado por la crítica mundial debido a la performance que construyó alrededor de su figura. 

El Guasón es uno de esos personajes que trascienden la historia del cómic para convertirse en un icono de la cultura, encarnando en su compleja personalidad las más variadas expresiones y dinámicas que caracterizan lo humano, la pluridimensionalidad que nos atraviesa a través de lo social, lo ético, lo político, lo estético, entre otros ámbitos. 

Con relación a lo anterior, las siguientes líneas no pretenden ser una reflexión centrada en el famoso payaso, pues considero que es un trabajo de los fanáticos de los cómics, así como de los “jokerólogos”, que por estos días abundan, aprovechando el estreno de la película, sino más bien, una deliberación sobre algunas de las relaciones e implicaciones que este personaje, por absurdo que parezca, puede aportar al desarrollo de una teología que reconozca la imperiosa necesidad de deconstruir esas representaciones hegemónicas que no dan lugar a otras formas de pensar y de creer, así como una crítica a esas interpretaciones oficiales clausuradas, anacrónicas, que ya no generan ningún tipo de significado. 

El Payaso: Crítica a una cultura de la máscara

Una de las figuras más atrayentes de la cultura del espectáculo y del arte, a través de la historia, sin duda alguna, es la figura del payaso, desde diversas puestas en escena que incluyen el teatro, las comparsas de calle, el circo, pasando a propuestas más formales como la pintura, la escultura y el cine. La imagen del caricato ha sido fundamental para comprender el sentido de lo humano, así como también se ha convertido, en muchas ocasiones, en el catalizador de una profunda crítica a dicha condición humana. 

Uno de los principales artistas exponentes de este fenómeno fue el pintor francés Georges Rouault (1871-1958), quien supo, con mucha perspicacia, proyectar las luces y las sombras de la sociedad a través de la imagen del payaso. “He visto claramente que el payaso era yo, éramos nosotros. Ya que ese traje rico y cubierto de lentejuelas nos lo da la vida, todos somos payasos más o menos. Puestos que nos escondemos detrás de nuestras propias máscaras personales”, le explica en una carta a un crítico de arte.

Joaquín Phoenix. Película Guasón- 2019.
Georges Rouault. Cabeza de Cristo. 1905.

Su pasión por el fenómeno del circo y del payaso, no tiene nada que ver con una visión tradicional caracterizada por la alegría o la diversión. Su arte no obedecía a intereses decorativos o exclusivamente estéticos, sino más bien a la construcción de una metáfora existencial que diera cuenta de la tragedia y la comedia que en muchas ocasiones representa la vida. Cuando en una ocasión le preguntaron por qué pintaba cosas feas y desagradables, él contestó que era un pintor cristiano, y desde esa profesión de fe, las cosas no deben ser bonitas, pesimistas u optimistas, sino más bien realistas. Todos somos payasos que necesitamos ser confrontados con nuestras máscaras. 

La vida como voluntad de máscara: Crítica al rostro que enmascara

“Todo lo profundo ama la máscara. 
Más aún, en torno a todo espíritu profundo 
va creciendo continuamente 
una máscara”
F. Nietzsche.

Uno de los filósofos que abordó el problema de la máscara, o una filosofía de esta, fue el pensador alemán Friedrich Nietzsche. En muchos de sus escritos, implícita o explícitamente, deja clara la importancia sobre este problema y las implicaciones para la experiencia de vida de los sujetos. Nietzsche asume la máscara como una metáfora que ilumina la condición humana principalmente en dos sentidos, negativo-positivo. En el primero de ellos, el autor de “Así habló Zaratustra”, no duda en señalar que la máscara o el disfraz es algo que no nos pertenece por naturaleza sino que es una posición que se asume deliberadamente, teniendo un fin o un interés específico. Frente a este significado, Nietzsche arremete y denuncia su doblez, su hipocresía, considera que se toma la máscara como si fuera el auténtico rostro, como la esencia de la persona, la verdad. Por el contrario, en el significado positivo discurre sobre la necesidad y la importancia de la máscara, la urgencia de rescatar su carácter relativo, irónico, que supera la rigidez de lo verdadero y sus tensiones con lo falso.    

En su libro “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” (1873), el filósofo alemán acusa al conocimiento occidental como la más grande ficción producida, encargándose de ocultar el miedo, la incapacidad y la debilidad del ser humano que, debido a su estado natural de indefensión frente a las fuerzas que le superan, adopta la máscara del intelecto como arma para contrarrestar su carencia: “El intelecto, como medio de asegurar la supervivencia del individuo, donde desarrolla sus principales fuerzas es en el fingimiento; pues éste es el medio por el cual sobreviven los individuos débiles, menos robustos, a los que está vedado luchar por su existencia con cuernos o recia dentadura de fiera”  

En este sentido, la máscara no cumple la función de una representación libremente asumida o aceptada, sino que efectúa una función de encubrimiento. Es la predisposición de quienes se niegan, por temor, a exponer su insuficiencia o vulnerabilidad. 

En la filosofía del Guasón, es esta la crítica que elabora a su enmascarado enemigo. El hombre murciélago le increpa, trata de desligarse de su adversario arguyendo que el disfraz de payaso es una impostura, máscara que oculta un vacío, que reprime la verdadera faz. Por el contrario, su famoso enemigo considera la máscara como la oportunidad de descubrir lo que se es, o lo que se puede ser, no lo que se coarta. En la película “Batman” (1989) del director Tim Burton, el Guasón, interpretado magistralmente por Jack Nicholson, confiesa la importancia de la máscara en el develamiento de las verdaderas intenciones: “Dale a un hombre una máscara y saldrá a relucir su verdadera personalidad”. Desde esta filosofía, la máscara libera lo que el rostro en muchas ocasiones enmascara. A diferencia del payaso villano, Batman la utiliza no solo para ocultar su personalidad, sino también su trauma. Batman simula cordura y disimula locura en la máscara de Bruce Wayne. 

Frente a esta situación, el Guasón de la sospecha toma su “filosofía -martillo”, y rompe los “rostros-máscaras” del convencionalismo moral. Como dice Nietzsche, “ninguno se arriesga a presentarse tal como es, sino que se enmascara como hombre culto, científico, poeta, político. Si tocamos tales máscaras creyendo que se trata de cosas serias y no hacen la comedia-pues todos ellos afectan seriedad-, súbitamente encontramos en las manos tan solo un montón de harapos y retazos.

Es necesario enfatizar que Nietzsche no se opone a la máscara, sino al rostro que se vuelve careta, que abandona la representación y se vuelve exclusivamente identidad. Por el contrario, aboga por una vida como voluntad de poder, a saber, como “voluntad de máscara”, que significa una actuación genuina sin la necesaria exclusión de la ficción, ya que la máscara no se toma como verdad sino como lo que encarna, como simulación libre y honesta: “seguir soñando sabiendo que se sueña”. ¿Qué es entonces “la voluntad de máscara”? En las mismas palabras del filósofo alemán unas líneas atrás, sería “quitarse la chaqueta y ser lo que se quiere parecer”.  

Sobre este tema, unas consideraciones finales del filósofo italiano Gianni Vattimo, en su libro “El sujeto y la máscara” – Nietzsche y el problema de la liberación: “La buena voluntad de máscara como arte, tiene la tarea de recordarnos la esencia heroico-irónica del mismo conocimiento, hacernos presente la buena voluntad de apariencia como hecho abarcador de la existencia, y no como elemento constitutivo del mundo real”

Trasponiendo esto a una ontología del Guasón, la tarea no consiste en ser sólo Batman (el héroe-Apolos-la seriedad). Tampoco solamente su adversario. (el juglar-Dionisio-la ironía) Consiste más bien en reconocer, tal como se presenta en los evangelios, que la representación es una cuestión inherente que no podemos desplazar, pues en el decir somos Babel, en el hacer somos los hermanos de la parábola, en el ser somos legión: somos muchos, somos otros. 

No se trata de eliminar las máscaras, o de establecer solo una de carácter oficial desde una moral unidimensional. Se trata más bien de considerar la subjetividad como la posibilidad de todas las posibilidades, la oportunidad de más-caras. La alternativa de asumir lo dionisiaco y lo apolíneo, la ironía y la seriedad, el instinto y la razón, a Harry y su lobo estepario, a Pessoa y Alberto Caeiro, en síntesis, acoger y amar los heterónimos que nos habitan, la legión que somos. Para aquellos que quieren eliminar, a través de una moral convencional, alguna de estas representaciones, abolir alguna de estas máscaras, es necesario recordar lo que el Guasón le dice a Batman en el caballero oscuro, cuando el héroe fuera de sí, y cargado de principios de superioridad, castiga con golpes inútilmente al juglar que se burla de él: “¿Matarte? ¡No quiero matarte! ¿Qué haría yo sin ti? ¿Regresar a los comerciantes de la mafia? No, no, tú… me completas”:

El cristianismo como máscara: Crítica a la máscara del cristianismo

Respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, 
sino por la blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te haces Dios.
Juan 10: 33
Haya, pues, en vosotros este sentir 
que hubo también en Cristo Jesús,
el cual, siendo en forma de Dios, 
no estimó el ser igual a Dios 
como cosa a que aferrarse, 
sino que se despojó a sí mismo, 
tomando forma de siervo, 
hecho semejante a los hombres.
Filipenses 2: 5-7

En el evangelio de Mateo se halla la narración del juicio de Jesús ante el sanedrín (Mt 26: 57-65). Como solía suceder en las fiestas de las altas cortes y sus llamativas distracciones, Cristo, como el bufón, es rodeado por las preeminentes autoridades religiosas de su tiempo, quienes le interrogan con insistencia observando atentos el acto prodigioso que el acusado llegase a ofrecer. Es el típico proceso de una función circense. Además de observar con sospecha y malintencionadamente, los administradores del templo le acusan por sus acciones profanadoras, por burlarse de la misma Ley de Dios en sus narices. Hacen mofa de sus dichos y juegan a cubrir su rostro para agredir. Es una figura exótica, un espectáculo a los ojos de los hombres que genera pasiones y contradicción.  

En el reciente estreno de la película “Guasón”, su protagonista, un escuálido y atormentado hombre llamado Arthur Fleck , es conducido o invitado a un set, a un escenario para que hiciera parte de la diversión. Tanto el público, como el anfitrión del programa, lo observan con extrañeza y prejuicio. Le exigen actuación mientras se mofan de su escasa gracia, de su precariedad histriónica, de su falta de oficio. Arthur no se ajusta a los estándares estéticos de la masa, sabe que ha sido invitado para el consumo de un público y de una audiencia dispuesta a sacrificar lo humano en los altares del esparcimiento y el rating. En el mercado del espectáculo, lo humano es cosificado y es exhibido como mercancía. 

Frente a esta dinámica a la que es sometido, el payaso invitado dispara ironía. Confiesa a la luz de la opinión pública la justicia que él ha hecho por su propia mano. Apunta con sus palabras a una realidad que los asistentes no quieren escuchar, develando la hipocresía latente de su moral burguesa, quitándoles las máscaras de prestigio que pretenden llevar y señalando la doblez de una reputación que valora unas vidas más que otras. Como era de esperarse, esto genera un malestar general entre la audiencia, así como el repudio del famoso conductor quien se encarga de despedirlo. Acto seguido, con un arma de fuego en mano, el payaso lleva a cabo su revancha. Luego, como quien termina una gran función, enciende un cigarrillo, y espera en silencio su captura. 

Haciendo una reflexión análoga de dicha escena, Jesús también se burla de sus adversarios como el bufón de turno lo haría en la corte del rey. Jesús resiste sus ataques con una respuesta irónica que hizo eco entre quienes le juzgaban: “¿Por qué me preguntan a mí? todo lo hice en público, vayan y pregúnteles a ellos”. Como buen mimo, sobre el escenario y frente a sus espectadores, Jesús no solo hace cara a sus enemigos desde la ironía, sino también desde la coherencia de su testimonio. Lo que representa (como Hijo de Dios) no se modifica según las circunstancias o los intereses de turno como efectivamente sí lo hacen los religiosos de su tiempo. Por esta razón los llamó “hipócritas”, “sepulcros blanqueados”, quienes por fuera mantenían la máscara de la belleza, pero por dentro eran huesos que hedían. 

Arthur Fleck y Murray Franklin. -Guasón (2019) / George Rouault -Cristo y sumo sacerdote (1946).

El escándalo que Jesús representó para la tradición religiosa de su tiempo, entre otras situaciones de orden moral y político, consistió en la gravedad de lo que él decía personificar, a saber, llamarse Hijo de Dios y con esto hacerse igual a Dios. Particularmente, es en el evangelio de Juan donde se narra la intención que tenía la multitud de apedrearlo por la blasfemia de asemejarse con el eterno. (Jn 10:33). A partir de esta constante de Jesús de adjudicarse la misma dignidad del Padre, la reflexión del “cristianismo como máscara” toma relevancia. Para esto es necesario hacer una distinción entre “el cristianismo como máscara” y “la máscara del cristianismo”. Igual que en Nietzsche, la primera apunta a una representación, a la posibilidad de ser otro/a; mientras que la segunda se dirige a una fijación, a una delimitación sin la posibilidad de modificarse, un anquilosamiento que oculta, que encubre. 

Son varias las referencias en el evangelio que sustentan la presente propuesta. Jesús se presenta como la “máscara” de Dios, a saber, su rostro humano. Señala el apóstol Pablo en una de sus cartas, que “Él es la imagen del Dios invisible” (Col 1.15). Dios mismo adoptó una máscara, tomó como bien lo menciona el himno de filipenses en el capítulo dos, otra forma, otro semblante. 

Desde esta perspectiva, la idea de un “cristianismo como máscara” no es en definitiva ningún exceso o exabrupto, así como su contraparte, “la máscara del cristianismo”. En el fondo, ambas responden a dos funciones básicas que vale la pena considerar. Por un lado, la máscara sirve para velar; en otro sentido, se utiliza para revelar. Esto se relaciona con el significado del pasaje de Jesús frente al sanedrín. 

Mientras Jesús era acusado de hacerse Hijo de Dios y Dios mismo, aspecto que causó consternación entre las autoridades religiosas, estos también asumen una representación que no podían soslayar. Si Jesús fue el Dios que se hizo hombre (revelándose), sus verdugos fueron hombres que (velándose) se hacían Dios. Consecuentes con su representación, y arrogándose el carácter de jueces divinos, no dudaron en utilizar la violencia condenando al hombre que, indefenso, guardaba silencio.

Haciendo un paralelo entre Arthur Fleck y Jesús, ambos se encuentran en el escenario de los disfrazados. El set de grabación es el nuevo templo, el público del programa son los religiosos del sanedrín, Murray Franklin se enmascara de Caifás, el reproche y abucheo de ser una mala representación de payaso es el equivalente a la condena por blasfemia que se le imputa a Jesús.  Ante las preguntas del famoso presentador, Arthur Fleck dice la verdad: “yo soy el payaso”. Jesús al interrogatorio del sumo sacerdote, también responde: “Yo soy el Hijo de Dios”. Ambas confesiones son una revelación que devela el enmascaramiento de quienes les juzgan y condenan, a saber, el ocultamiento de querer ser dioses siendo mortales, el simulacro de jugar a ser humanos, mientras en términos morales, asumen el rol de la divinidad. Jesús y el Guasón no niegan la re-presentación, sus adversarios por el contrario la rechazan acogiéndola como fidelidad, como identidad.  

A diferencia del proyecto divino descrito en el himno de Filipenses, para nadie es un secreto que, en nuestras actuales circunstancias históricas, muchas de las llamadas comunidades cristianas no tienen, paradójicamente, “el mismo sentir que hubo en Cristo-Jesús”, es decir, se niegan a tomar otro semblante (un rostro más humano) asegurándose desde el poder y el privilegio, “el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (la máscara del cristianismo). Por el contrario, Jesús es la imagen, el símbolo de Dios, su otra forma. 

Esto no significa, como en la filosofía (Dioniso-Apolo), que la complejidad sea reducida a un solo perfil.  Así lo expresa muy bien un teólogo como Edward Schillebeeckx, en su libro “Los hombres, relato de Dios”: “Jesús mismo no solamente revela a Dios, sino que también lo oculta”. 

Como se puede observar, asumir la complejidad de nuestra condición es asumir a su vez el fecundo sentido de la máscara, porque la máscara es el “otro” que soy yo, significando no solo el próximo-prójimo en el cual me convierto, sino también ese otro/a ajeno/a que no se me permite dominar, que es alteridad, que me libera de una sola máscara, del esencialismo, de ser un solipsista caradura. Una vez más las líneas del reconocido teólogo holandés vienen a darnos luz sobre este asunto:  

Todas las “experiencias de revelación” nos conducen, por la vía de la desintegración de nuestra identidad cotidiana, a una reinterpretación de la propia identidad nueva, que nos hace felices, que nos trae la salvación o nos da la plenitud (…) Toda “experiencia reveladora” comporta conversión: revisión de la vida, reorientación (nueva representación) (…) la vida de una persona (máscara) es, como un todo, la “revelación” de lo que ese hombre es en lo más profundo de sí mismo, si bien se requieren en el observador una apertura benevolente y desinteresado salir al encuentro del otro, para que pueda percibir, experimental  e interpretativamente, la vida de ese otro tal como realmente es”.  

Tal vez este sea el significado más profundo de la fe cristiana, el de abrazar la resurrección como apertura a otras formas de representación propias y ajenas. Abrirnos a la posibilidad de otras revelaciones y cada vez menos a pre-jucios y ocultaciones. Cuando Jesús resucita, se presenta a los suyos con más-caras, otras muy diferentes al rostro que estos conservaban en la memoria. Jesús es “el hortelano” que habla con una afligida María (Jn 20:15). Es “el forastero” que interpela a los discípulos de Emaús (Lc 24: 13-35). Es “el hambriento” que en la orilla de la playa pregunta si los discípulos tienen algo de comer (Jn 21: 5-7).

No se trata entonces de los “modos” del panteísmo spinozista, ni de las frías e independientes sustancias cartesianas; se trata de la cercanía de Dios en lo que nos rodea, en lo que nos sucede, Dios como permanente devenir en quienes nos acompañan caminando. Dios en otros y con nosotros, muy cercano, con nuevos rostros, con otras palabras, con distintos olores, colores y sabores, con otros cuerpos. Dios como el auténtico “alter”, que nos desestabiliza, que nos desacomoda e incomoda para que no seamos las mismas personas (máscaras). 

Si la “conversión” es apertura a otras posibilidades, entonces esta debe dirigirse hacia adentro, hacia la pluralidad que somos, y hacia afuera, hacia la diversidad que representan los otros/as. Expresó en una oportunidad el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer: “Observo aquí de continuo que muy pocos hombres tienen la capacidad para albergar en sí, al mismo tiempo, muchas cosas”. 

Son aquellos/as que siendo incapaces de la “Y” (que induce, incluye, e integra) optan por la “O” (que desplaza, excluye, margina). Incapaces -como señala el teólogo alemán- “de albergar en sí, al mismo tiempo, muchas cosas”. Son aquellos que sólo tienen ojos para el repaso de la Biblia, o para la lectura de la novela, pero nunca para los dos textos. Son los fundamentalistas que ayer se rasgaron las vestiduras por la conjunción de lo humano con lo divino, la vinculación del Jesús con el Cristo. Los mismos que hoy se escandalizan porque otros/as tienen más-caras, y no solo la que heredan por tradición o asumen por convención. Los que se flagelan cuando escuchan a un ser humano, condición determinante y suficiente, decir que es cristiano y homosexual a la vez. Creyente y progresista, cristiana y feminista, que cree, pero también duda. Son los amargos, los Caifás y los Murray Franklin de todos los tiempos.

Cuando la talla única de la existencia incomoda reconociéndonos heteróclitos consumados, la respuesta es cambiar la vida heterónoma por un heterónimo vivir. Tener la capacidad de “integrar” esas aporías existenciales casi constitutivas. Darle asilo a la legión que somos para no vernos obligados a correr con ella hacia lo profundo del abismo. Caminar con personas que sean mitad esto y mitad aquello. Amigos y conocidos que tienen la capacidad de albergar en sí, al mismo tiempo, la santidad de Jesús y la locura del Guasón, como bellamente lo recoge el poeta en sus líneas.    

MIS AMIGOS SON MITAD LOCURA MITAD SANTIDAD

Mis amigos son todos así, mitad locura mitad santidad, no los escojo por la piel, sino por la pupila que ha de tener un brillo cuestionador y una tonalidad inquietante, los elijo con la cara lavada y el corazón expuesto, no quiero sólo el hombro o el regazo sino su mayor alegría.

Son así, mitad broma, mitad seriedad, no quiero risas previsibles, ni llantos piadosos. Quiero amigos serios de esos que hacen de la realidad su fuente de aprendizaje, pero que luchan para que la fantasía no desaparezca.

No quiero amigos adultos, los quiero mitad infancia, mitad vejez, niños para que no olviden el viento en el rostro, ancianos para que nunca tengan prisa.

Tengo amigos para saber quién soy yo, pues, viéndolos locos y santos, serios y bromistas, niños y ancianos, nunca me olvidaré que la normalidad es una ilusión estéril.

Fernando Pessoa
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