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Jesucristo Rey del universo

El Reino de los cielos, o Reino de Dios, es la proclamación fundamental de Jesús en los evangelios. Su mensaje es sencillo y contundente. Aunque este Reino tiene que ver con los asuntos humanos, específicamente con la dignidad de la persona humana, con la justicia, la paz, el amor y la reconciliación, corre el peligro de ser malinterpretado y su sentido tergiversado en un asunto meramente político, sociológico o ideológico. 

Pero ese Reino que proclamó Jesús va más allá de cualquier organización política, económica y jurídica. Sin reducirse a ninguna institución humana, tiene la capacidad de permearlas todas y llevarlas a su plenitud. De alguna manera la realidad del Reino está presente en todas las instituciones cuando ellas viven y actúan según los valores del evangelio, es decir, los proclamados por Jesús. 

 Mucho se ha escrito acerca de la naturaleza de este mensaje de Jesús, de sus dinámicas, características, naturaleza y realidad. Siempre es bueno pensarlo y tratar de comprenderlo, porque, como lo enseña Benedicto XVI, más que un Reino es un Reinado, es decir, la acción concreta de Dios en la historia que libera a los hombres y mujeres de sus esclavitudes para vivir la vida plena que Él regala. 

 De manera particular, el evangelio de este fin de semana (Lucas 23: 35-43), nos muestra un Jesús que parece fracasado: en la mente de sus enemigos, su mensaje culminó con su muerte. Burlado por las autoridades y los soldados, vemos al Maestro de Galilea crucificado, no glorificado. Pero es que su Reino, como se lo había dicho a Poncio Pilato, “no es de este mundo”, no porque sea ajeno a las realidades humanas (¡nada de eso!), sino porque no juega con las mismas reglas de poder y prestigio que mueven a las personas y sus proyectos. 

¿Cómo podemos entender este Reinado de Dios desde la imagen del Crucificado? ¿De qué forma nos habla Dios diciéndonos que su presencia se hace cercana en medio del sufrimiento y el dolor, del abandono y de la injusticia? ¿Cómo aceptar que Dios actúa cuando todo parece perdido?

En estos momentos de caos e inestabilidad política en nuestro país y otras naciones latinoamericanas, en estos tiempos de divisiones y radicalizaciones en las posturas y pensamientos, considero que meditar en la realidad del Reino de Dios es una opción liberadora que nos ayuda a comprendernos no solo como seres sociales, en relación con los demás, con responsabilidades y a la vez con derechos, sino también entendernos como hijos e hijas de Dios, amados del Padre y llamados a un destino de libertad, desde el amor, el servicio y la reconciliación. Esto debería nutrir nuestra vida como individuos y como miembros de una sociedad, más allá de cualquier institución religiosa o confesión de fe particular. 

La proclamación de Jesucristo como rey del universo es un acto religioso porque tiene que ver con nuestra relación y unión fundante con Dios. También es un acto político (de la polis, público, de todos) porque tiene que ver con la forma como nos relacionamos con los demás y cómo vivimos en una sociedad diversa y plural, no uniforme, aceptando y conviviendo en paz. Y además es un acto humanizante porque se trata de la defensa de la vida y la dignidad de las personas. 

Entonces la proclamación de Jesús como Rey hoy tiene mucho sentido, porque en medio de las injusticias, la violencia, la división, el odio y el miedo, gritamos al mundo que nuestra opción es otra, que el camino de una comunidad humana nueva es diferente al que planean e imponen los poderosos, que Dios vive y actúa en la historia, la de cada uno en particular y la del mundo en general, por medio de personas que siguen encarnando los valores y motivaciones que movieron a Cristo Jesús.

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