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Biblia y cacerola

Teología de calle para una iglesia a la que le falta calle

Afuera tú no existes, solo adentro
Afuera no te cuido, solo adentro
Te desbarata el viento sin dudarlo
Nadie es nada, solo adentro.
(Caifanes-Afuera)

En algunos países de Latinoamérica, cuando una persona, o un grupo, carecen de experiencia o de ciertas prácticas comunes en la sociedad se dice que “le falta calle”, es decir, que no se ha inmiscuido o participado lo suficiente en el espacio público, en el mundo o contexto cercano, que desconoce lo que es usanza en el día a día.   

Es indudable que los seres humanos somos propensos al albergue, a la seguridad, a la comodidad. Las religiones, tomando como ejemplo el coro de la famosa canción del grupo de rock mexicano, han servido a este propósito durante siglos, estas se han erguido como refugio a hombres y mujeres, arguyendo que afuera está el peligro, que “afuera tú no existes, solo adentro”, y que “afuera no te cuidan, solo adentro”, específicamente su “adentro”, donde está la “salvación”.

Sin embargo, Jesús nos presenta con su vida lo contrario, su liberación se origina a puertas abiertas, nos salva afuera. ¿Dónde? Afuera del templo, afuera de los recintos consagrados, de las geografías previsibles. La salvación comienza cuando nos “des-instalamos”, cuando dejamos el cómodo techo de nuestras creencias y asumimos una fe de intemperie, de cielo abierto. Una experiencia de fe que apunta a la calle.

Jesús no limitó su vida ni su servicio a los demás a una zona sagrada, a un territorio santo. Jesús no tuvo un “adentro” específico. Celebró y bebió afuera. Vivió su fe “ad hoc” en lugares contaminados, insospechados, con personas sospechosas. Comió el pan con levadura, se sentó con publicanos, se dejó lavar los pies por una mujer “pecadora”, cenó con su adversario, y todo esto siempre afuera, siempre en lugares atípicos. Desde el “pesebre roto” hasta el “Gólgota público”, siempre expuesto, siempre manifiesto, evidente, nunca encerrado, anquilosado, guardado o determinado.

Decía un teólogo de calle, Dietrich Bonhoeffer, que el mismo Dios en Cristo “se deja echar fuera del mundo, a la cruz”, y es precisamente en esa paradoja de expulsión que Dios mismo se manifiesta. La paradoja de un expulsado que nos acoge, de un crucificado impotente que nos salva, de un herido que nos sana. Por el contrario, la actitud de algunos eclesiásticos siempre ha sido la de hacer, por la fuerza, un sitio para Dios en el mundo, específicamente en su espacio santo, privatizando y administrando a su parecer el designio divino.

Hay que salir de los lugares comunes de la religión. Sólo cuando el hombre que había sido ciego fue expulsado de la sinagoga por los religiosos, este pudo encontrar la revelación de Dios (Juan 9:35). Jesús estaba en la calle, estaba en medio del pueblo, estaba afuera esperándolo.

Hoy el movimiento de Dios también acontece afuera, en las calles, en las avenidas, en los parques y plazas, en las personas que luchan, que resisten, en los marginados, en los débiles, en los raros, en los pobres, en los que son considerados “saldos” por una sociedad excluyente. En los de a pie.

A los creyentes de hoy les falta una teología de calle, precisamente porque “les falta calle”, les falta acompañamiento, trayecto, les falta impregnarse del olor de las comunidades marginadas, untarse de la vulnerabilidad de los que en medio de su necesidad no se rinden. Les falta caminar más con los descalzos en vez de apoyar a los de botas. Caminar más con los de bolsa y sombrero, que con los de casco y escudo. 

El mismo Bonhoeffer así lo expresó: “la iglesia ha de colaborar en las tareas profanas de la vida social humana, no dominando, sino ayudando y sirviendo. Ha de manifestar a los hombres de todas las profesiones lo que es una vida con Cristo, lo que significa ser para los demás”.

Este “ser para los demás” de la iglesia, debe ser en definitiva una teología de calle, una teopolítica, donde no se trate de “hacer” política en el modo tradicional, sino más bien de “deshacer” esas viejas y dominantes formas de ejecutarla, siempre a través de la denuncia, de la participación en las calles, y especialmente del llamado a la justicia. 

“La iglesia debe salir de su estancamiento. Hemos de salir de nuevo al aire libre del debate con el mundo y atrevernos a decir cosas discutibles”.  El teólogo alemán observa la necesidad no solo de salir, sino también la necesidad de discutir. De ser una generación de “aire libre”, “iglesia y teología de calle”. Iglesia como reunión del pueblo.

Dicen los expertos que la palabra “compañero” viene del latín popular “companio” que significa: “el que come su pan con”, esto quiere decir, “al mismo tiempo”. El prefijo “con” (o com antes de una p/b) quiere decir simultáneamente, y en palabras como “confiar”, “conllevar” y “combatir”,  se confirma su sentido más hondo. 

Compañero significa entonces“el que comparte el pan”, y si comparte el pan comparte los afanes de la cotidianidad, comparte sus dolores, sus alegrías, sus desafíos, ¡comparte la Vida!. Por eso Jesús se hizo compañero de camino y pan para que pudiésemos caminar. «Si falta la harina, no hay Torah; y, a la inversa, sin Torah no puede haber harina» (Pirqe ‘abot III, 24).

Por esta razón, por causa de esta imperiosa necesidad, necesitamos una iglesia tal como lo señaló Jesús, que sea capaz de “hacer esto sin dejar de hacer aquello” (Mt 23:23)

Una iglesia de “adentro” y de “afuera”.
Una iglesia de biblia y de cacerola.
Una iglesia de rezos y de razones.
Una iglesia de hombres y de mujeres.
Una iglesia de reflexión y de acción.
Una iglesia de templo y de calle, que no calle.

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