opnamedatum: 06/2001

Marcella Althaus-Reid: el olor sexual de la teología

Lo subversivo de un sistema religioso reside en sus subversiones sexuales.

MARCELLA ALTHAUS-REID

La teología latinoamericana ha pensado la fe como un brote de la tierra. Ella viene no de arriba, de abajo, de las preocupaciones humanas por el pan y la salud, y ha entendido la salvación como utopía desafiante a la injusticia estructural y económica. De su constelación emergen nombres que han querido ser la voz de los que no tienen o dejar que ellos hablen en sus obras: Ernesto Cardenal, Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Ivone Gebara. Pero hay una escritora que se adentró en la estructura del pensamiento liberador para explotarlo desde adentro: Marcella Althaus-Reid, teóloga bisexual e indecente.

Esta pensadora irreverente nació en Rosario, Argentina, en 1952 y fue bautizada y educada como católica. En su adolescencia se hizo miembro de la Iglesia Evangélica Metodista, lo que la impulsó a estudiar teología en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET) en Buenos Aires. Luego realizó un doctorado en la Universidad de St. Andrew, Escocia, y posteriormente fue nombrada allí como profesora hasta que murió en el año 2009.

La teología de Althaus-Reid puede ser entendida como una teología contextual, si entendemos que el contexto de un pensamiento no es solo lo que pasa en el entorno, sino también lo que acontece en nuestro cuerpo y sus deseos.

En su libro La teología indecente, Althaus-Reid propone una radicalización de la teología de la liberación, en la cual fue formada. Bien sabemos que esta forma de pensar invirtió el método clásico, generando una teología “desde abajo”, desde lo que dicen las personas acerca de su fe y vivencias religiosas, y no “desde arriba”, desde lo que una institución en nombre de una divinidad impone. La teología tiene que ver con lo que la gente encarna y no con el disfraz que le imponen los académicos. Si bien los teólogos latinoamericanos han tratado de sistematizar estas creencias, también es verdad que muchos de estos pensadores (especialmente varones, educados y célibes) han impuesto su visión de mundo a tal sistema.

La teología de la liberación tiene como fundamento de análisis el materialismo histórico. Este considera que las ideologías y creencias son el resultado –y a la vez justifican– las condiciones materiales de producción y relación de una sociedad: la experiencia social define las creencias de los pueblos. Pero esta interpretación ha dejado de lado el hecho de que la realidad contextual de las personas no sólo es económica, sino también sexual, y que la sexualidad es mucho más compleja que los sistemas binarios de macho/hembra y familia/celibato.

La teología indecente desnuda la opresión que hay en otras formas de pensar la fe, incluso en la teología de la liberación. Por esto dice Althaus-Reid que la teología latinoamericana no ha contado toda la verdad sobre la vida los pobres. Más bien ha sido moralista y selectiva en las historias que presenta como una mercancía a los lectores europeos y norteamericanos, y no muestra la realidad diversa y compleja que hay en las vidas de los y las creyentes. La Ecclesiongenesis de Leonardo Boff, por ejemplo, es un libro idealista que no refleja siquiera un poco la sexualidad de las Comunidades Eclesiales de Base, sino que dibuja a sus fieles como almas puras, sedientas del Reino de Dios en la tierra pero no del fuego de la carne.

Otro ejemplo de miopía de la teología de la liberación es la respuesta que dio Gustavo Gutiérrez a la televisión española cuando le preguntaron por la ordenación de las mujeres en la Iglesia Anglicana. El escritor peruano respondió que dicha ordenación no le importaba a las mujeres latinoamericanas porque ellas estaban ocupadas en encontrar alimento para sus hijos. Marcella Althaus-Reid ve en estas palabras del sacerdote una mirada patriarcal en la cual la mujer es sometida a dar comida a sus criaturas y no debe interesarse por su participación activa en el manejo de los símbolos religiosos (el culto) ni por la vivencia de los pequeños placeres (el cuerpo).

Althaus-Reid pone en duda a los sujetos de la teología de la liberación. Los campesinos idealizados de Solentiname son un ideal construido por el poeta Ernesto Cardenal, pero las personas pobres que viven en las urbes latinoamericanas reflejan búsquedas más hondas que pintar cuadros naif: homosexuales, bisexuales, lesbianas, travestis, pervertidos y pervertidas también son sujetos de la fe en busca de eficacia. Desde esta realidad hay que deconstruir el concepto de perversión para incluirlo como una categoría teológica.

La teología cristiana clásica es una narrativa occidental, patriarcal y heterosexual, mediada por la conquista europea, la cual sigue colonizando nuestra forma de pensar a través de sus libros y dogmáticas. La teología es una metanarrativa que resulta de una sociedad disciplinaria y aleccionadora de la racionalidad, las instituciones y su manejo de los cuerpos. Las creencias latinoamericanas están atravesadas, además, por tradiciones indígenas y afro, en su mayoría verticales y patriarcales, y por una conquista nefasta en la cual las mujeres eran tratadas como mercancía y no como sujetos sexuales activos. En este sentido, la teología –incluso la latinoamericana– ha sido una empresa imperial que justifica una epistemología de dominación por parte de las instituciones sobre la diversidad de las personas.

Por esto es necesario pervertir la teología. Las perversiones, señala Althaus-Reid, son versiones diferentes a las oficiales. Solo mediante el reconocimiento de la perversión puede nacer una subversión de la historia. Así busca esta escritora darle carta de ciudadanía a la perversión teológica: aceptar lo extraño, lo raro, lo Queer en las vivencias religiosas como un aspecto humano.

Para esta perversión de la teología, nos recuerda la argentina que el cristianismo es una religión del cuerpo. Gran parte de sus símbolos reside en la materia: la encarnación, la comida del pan y el vino, las fiestas de Jesús con sus amigas prostitutas y los pecadores, la crucifixión de un Jesús desnudo, la resurrección del cuerpo y la vida en comunidad.  

Marcella Althaus-Reid (1952-2009)

Al acercarse a la interpretación bíblica, reconoce la distancia que se debe tomar a la hora de leer textos sagrados. Acepta que la Biblia también contiene en sí la justificación para la expansión de Israel y el dominio sobre sus vecinos. Las Sagradas Escrituras testifican la ideología que promueve la expropiación a sus auténticos dueños, los vecinos de Israel, diciendo que no merecen vivir en Canaán porque no creen en el mismo Dios que los israelitas.

En esta línea de pensamiento, la escritora sabe que en la antigüedad la mujer era vista como una propiedad y que por eso uno de los mandamientos dice: “No codiciarás a la mujer de tu prójimo” como tampoco se debe codiciar a su asno o a su casa (Ex 20,17). La mujer era territorio de los machos.

Marcella Althaus-Reid pone en evidencia la distinción que existe en el mundo judío del Antiguo Testamento entre lo puro y lo impuro, donde se separaba la lana del lino, el cerdo de la res, el conejo de la oveja y la menstruación de la época fértil. Este es un concepto binario que no interesa al Nuevo Testamento, donde ya no hay separación entre judíos y gentiles (Gal 3,28) y Pedro sueña que Dios le dice que coma todo lo que quiera, porque no se puede llamar impuro a lo que el Padre de Jesús purificó (Hch 10,15). De allí que sea necesario eliminar de la teología la categoría de pureza. Hay que integrar lo sucio, la obscenidad y la indecencia como parte de la fe y la reflexión, como sin duda también componen la vida de todas las personas.

La imagen de Jesús no se escapa de ser una imposición colonial cuyo imperativo se mantiene. Este pensamiento considera que en el Cristo está representado todo lo divino y todo lo humano. Sin embargo, desconoce que los evangelios son una breve presentación de la vida de Jesús: treinta y tres años que pueden ser leídos en treinta y tres minutos y que no dicen más que la proclama de fe de comunidades perseguidas y en busca de no parecer tan salvajes ante los patricios del imperio.

La teología ha acallado a Jesús y su imagen es una borradura. Pocas cosas sabemos del personaje histórico, excepto que hizo el bien a mucha gente y fue crucificado por los romanos bajo la acusación de rebelión política. Jesús es un personaje ambiguo y esto abre su imagen hacia una metáfora susceptible de diferentes interpretaciones. Para la cristología, se ha convertido en un símbolo de identificación con los sufrientes. Por esto se podría hablar, piensa Althaus-Reid de un Cristo negro, uno indígena, uno liberador, uno feminista y, ¿por qué no? de un Cristo gay o bisexual.

Por esto es necesario deconstruir teológica, ética y sexualmente la figura que tenemos de Cristo, piensa Marcella Althaus-Reid, e interpretarla desde la cateogría Queer (raro, extraño): el que rompe con el binarismo y encarna la multiplicidad de realidades sexuales que viven los humanos.

También los comentarios de la Biblia han sido heteronormativos, no sólo entre los conservadores sino entre los teólogos de la liberación. Como ejemplo trae a la luz la lectura que hace Carlos Mesters del libro de Rut, en el cual el brasileño entiende el acto sexual que tiene Rut con el patriarca Boaz –antes del matrimonio- como un gesto de servicio ante el anciano y no como la búsqueda de placer por parte de ambos. Otro ejemplo es la crítica que hace a la noción de Trinidad de Leonardo Boff, en la cual se evidencia una percepción masculina de las organizaciones que fecundan a una María, la joven vírgen que no puede decir “no” a quien le propone una bendición a cambio de preñarla, y no le queda más que “abrirse” a la voluntad de las tres figuras patriarcales que proceden a usarla como receptáculo.

En cuanto a la realidad pastoral, Althaus-Reid reconoce que el sexo no ha sido abiertamente reconocido por la teología sistemática, ni los teólogos han mostrado públicamente sus realidades eróticas. Menciona, por ejemplo, el caso de Paul Tillich, quien tenía una relación abierta con su esposa, Hannah, y guardaba postales sadomasoquistas entre sus libros de teología. La pensadora argentina no condena estas prácticas pero lamenta la falta por parte del escritor luterano al no integrar estas imágenes no solamente como separadores de libros sino también como parte central del contenido de su propia obra. Esto le hubiera dado una dimensión existencial más honda a su pensamiento y sería un desafío ante la hegemonía teológica conservadora; así Tillich no solamente hubiera visto sus propios deseos bajo la categoría del pecado (el ser arrojado) cubierto por la gracia sino como parte de su fe.

También menciona la realidad sexual de Karl Barth, quien vivía conjuntamente con su esposa, Nelly, y con su novia, Charlotte von Kirschbaum, y este apasionamiento por su novia lo mantuvo oculto mientras ella le ayudaba a escribir su Dogmática Eclesiástica; leeríamos otra historia, piensa Marcella, si el escritor suizo hubiera tematizado la poligamia como parte de su realidad teológica y de fe. Por esto afirma que:

“La teología ha producido un gran poder de interpelación en el ámbito de la culpa, pero no en el del reconocimiento de nuestra realidad sexual”.

Al acercarse a la tradición cristiana, Althaus-Reid toma una imagen de gran peso en América Latina: la Virgen María. Por esto la teóloga protestante se ocupa de este símbolo y dice que la religiosidad colonial hacia la virgen generó una mentalidad binaria en la que una mujer debe ser como María o, si no, es una prostituta. Esta imagen ha generado la creencia en que la mujer es un receptáculo del semen de su esposo, o de un Dios, y que su mayor valor es el de ser una esclava “sumisa” –a la par, anota Althaus-Reid toda la simbología erótica que hay en los relatos bíblicos y tradicionales de María: la sumisión, el ser preñada por un Dios o un ángel desconocido–.

María es el constructo teológico de la mujer sacrificada para el beneficio de la institución. Ella es una simulación, no una mujer real, de carne y deseo. En los relatos evangélicos, Dios controla el cuerpo de una jovencita –quizás de trece años– y sus pasiones son anuladas por el relato milagroso –¿o sintió placer María mientras Jesús era puesto dentro de su vientre? –. El hecho, incluso, de que en la tradición católica se declare que María fue siempre virgen niega el valor de una vida sexual activa. La teología de la liberación ha vestido a María de campesina latinoamericana pero no la ha presentado como un sujeto sexual libre en el cual se pudieran reflejar las mujeres que trabajan por su libertad.

En este sentido, tanto la “María original” como el “Jesús original” son también construcciones narrativas basadas en un modelo de reproducción patriarcal y de imperativos moralistas. El eslogan “Sé como Jesús” implica la imposición normativa de un imperio religioso sobre la libertad contextual de las personas. El Jesús de los evangelios también es un constructo literario que responde a los intereses kerigmáticos de una comunidad regida bajo ciertas reglas culturales. Por esto el símbolo de Cristo también puede ser revertido, incluso pervertido.

En la obra de Marcella Althaus-Reid encuentro un diálogo fecundo con las interpelaciones contemporáneas hacia la fe y la sociedad: las teorías de género y Queer, el deconstruccionismo y la hermenéutica de la sospecha. Su escritura invita a pensar la teología como una representación estética y no como una imposición de ser. De allí que sea necesario introducir perversiones en la metodología y transformar los símbolos para liberar a los creyentes de falsas culpas. Dios no solamente se transforma en pan y en vino, sino también en erección y fluidos, en acumulación de sangre y en olores, en gemido y movimiento.

Sin embargo, veo en Althaus-Reid un abuso de las metáforas y las analogías. Su escritura no deja las metáforas abiertas sino que las convierte en una simple herramienta para crear escándalo. Me surge la sospecha de si este exceso de menciones al cuerpo y sus fluidos no es exagerado. Escritoras bisexuales y no cristianas, como Marguerite Yourcenar, han sabido mostrar personajes “pervertidos” sin la necesidad de hacerlos caer en la vulgaridad del lenguaje para llamar la atención. También hay que aprender a hacer teología erótica y deseable mediante el ejercicio limpio de la insinuación y las pequeñas desnudeces.

Por otro lado, me parece que Marcella no reflexiona lo suficiente sobre el dolor que puede causar el abuso en la sexualidad, en casos como violación, pedofilia o engaños dolorosos en las relaciones de pareja. En su historia sobre el Padre Mario, un sacerdote pederasta que fue asesinado en Argentina, Althaus-Reid pareciera justificar el deseo de buscar menores debido a “su soledad”. Pero por más entregado a la teología de la liberación que fuera este hombre, no se puede enaltecer la prostitución de adolescentes por el mero hecho de realizar una obra escandalosa. La teóloga indecente parece olvidar el lado oscuro de la sexualidad y la destrucción que esta puede llegar a producir si cada individuo no aprende a controlar sus impulsos.

El sexo también ha sido usado para llegar al poder, como es el caso de las mujeres patricias dentro del imperio romano que se acostaban hasta con sus hermanos para asegurar que sus hijos dominaran y alcanzar privilegios económicos. Esta realidad se sigue viviendo en los días actuales, cuando las personas que están en posiciones altas (hombres y también mujeres) ofrecen a los demás un escalafón arriba a cambio de favores corporales. También el sexo ha sido un instrumento de violencia, como en las guerras antiguas y actuales (pienso en Colombia, por ejemplo), donde los soldados han violentado los cuerpos de hombres, mujeres y niños como estrategia de combate. No todas las apetencias y experiencias sexuales pueden ser un lugar de revelación sagrada, sin una reflexión crítica de por medio.

No podemos seguir todos nuestros instintos y justificarlos teológicamente, sobre todo cuando las teorías posmodernas –muy cercanas al neoliberalismo– ven a los cuerpos como una oferta del mercado y los usan para echar sus restos a la basura: el naufragio de las relaciones profundas.

 

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