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Plegarias sordas: prólogo al poemario de Luis Cruz-Villalobos y Samuel Lagunas

Toda oración honesta es insolente. La plegaria horada una grieta en el absurdo. Dios no siempre responde, pero escucha. Su piel está curtida con escupas de los intercesores.

Luis Cruz-Villalobos y Samuel Lagunas oran en la palabra poética. Sus canciones son interrogantes. También lo ha sido la plegaria. El medio que nos regaló la fe para desentrañarnos.

Las oraciones son plegarias sórdidas. Yo las llamaría sordas. Brotan de los labios silenciados ante el Misterio y se dirigen a un Dios que es todo oídos. “Oye, Israel”, dice el credo hebreo. “Escúchanos, Señor”, dicen los Salmos. Dios es un animal que escucha. 

Tanto Luis como Samuel beben de las fuentes del exterio-rismo, corriente que hace presencia en la literatura latinoamericana con Ernesto Cardenal. Según esta aproximación estética, hay poesía en cada aspecto de la experiencia humana. Es una creación que privilegia los lugares cotidianos, los nombres propios, las cifras y los dichos populares. El exteriorismo es el canto impuro.

Si bien este no es el estilo que defiendo, cierro la boca y callo para decir amén a estas oraciones.

Luis eleva sus plegarias según la estructura de los Salmos. En sus poemas, encontramos paralelismos sinonímicos y complementarios. Luis se apropia con creatividad de motivos sapienciales y literarios que aparecen en la inmensa biblioteca hebrea, a la cual llamamos Biblia, para desnudar las búsquedas de una época amenazada por el olvido.

Samuel se atreve a interpolar imágenes de diferentes edades del tiempo. Teje materiales dispares en su telar de letras. Evoca la fe en Dios y alude a peligros de nuestra época, como lo son el Parkinson y Donald Trump. Samuel se pregunta por la reverencia que pueda expresar una oración, cuando la vida nos sorprende sin un libro de plegarias a la mano. En aquel instante, el poema es una bomba aventada en el estómago de Dios.

Estos dos escritores latinoamericanos cantan desde las entrañas una salmodia disruptiva. Buscan reescribir el lenguaje de la piedra e interpelar a un Dios, cuyo lugar de revelación es la pregunta. Intentan traer su palabra a nuestro reino, el de los escombros. Y crean un escenario donde llaman al Misterio a responder, al menos con su silencio. Aunque el Dios no  responda. Dios escapa. Su silencio es su Palabra. Su Palabra es oída en la pregunta.

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