SEÑALES

Del grito del distanciamiento al abrazo comunitario “La Resurrección en los tiempos del Covid-19”

 

“Acerca aquí tu dedo,

y mira mis manos;

extiende aquí tu mano

y métela en mi costado”.

Juan 20:27

 

 

Imagen: Con el uso de la multiplicación de miembros o  de gestos, que logran un efecto un tanto perturbador pero que introducen un dinamismo muy peculiar en sus obras, el pintor italiano Giovanni Gasparro  presenta su obra «Incredulidad», en la que no es solo Santo Tomás quien mete el dedo en la herida.

EL VIRUS MÁS LETAL DE LA HISTORIA: EL DISTANCIAMIENTO SOCIAL.

La «necropolítica» es la política basada en la idea
de que para el poder, unas vidas tienen valor y otras no.
No es tanto matar a los que no sirven al poder
sino dejarles morir, crear políticas en las que se van muriendo.

Achille Mbembe.

En tiempos de cuarentena se hace urgente recordar que el virus más letal, el que más víctimas ha causado en el transcurso de la historia (y este con seguridad creado por el sistema), ha sido el del “distanciamiento social”; no como una medida de supervivencia que actualmente se nos impone, sino como práctica política que genera brechas, distancias insalvables que generan muerte, es la práctica de la necropolítica.

Pensando las actividades de la denominada “Semana Mayor” que recién termina, es menester señalar que la crucifixión del hombre llamado Jesús, y su grito de angustia en el madero: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”, es la fiel expresión de ese grito que hace eco en todos los hombres y mujeres exhibidos, el grito de los marginados, de los crucificados de la historia. Es un grito de dolor y a su vez de protesta frente a un poder resguardado que no oye, que hace silencio, que se protege sin proteger. Es el grito de los enfermos, de los contagiados de pobreza y hambre de los cuales el poder huye, construye muros, bendice su aporofobia, se coloca a salvo en cuarentena. 

No solo es un grito religioso o teológico, es fundamentalmente un grito político. El grito por la distancia, la brecha, el abismo entre unos y otros. El grito de los desamparados y desechados por el poder. Grito que han replicado todos aquellos que han padecido la ausencia, la agonía del vacío: el niño que padece hambre, la mujer violentada por el hombre, el trabajador sin pago, el rebelde que se levanta en armas, todos ellos/as abandonados a su suerte por el “Padre-Estado”.

Sin embargo, frente a este escenario desolador que parece acentuarse en nuestras actuales circunstancias –pues según la opinión de algunos especialistas nada será igual luego de esta crisis, al considerar que las distancias que ahora son prevención y cuidado se convertirán negativamente en mayor trecho y control– la fuerza de la Vida que resiste abismos y pandemias en el acontecimiento de la resurrección, viene a revelarnos un sentido vivificador que alimenta la esperanza.

Grito. Víctor Rodríguez Gómez

1. DIMENSIÓN TEOLÓGICA DE LA RESURRECCIÓN.

 

A Dios no se le encuentra dándole la espalda a este mundo
sino metiéndose de lleno en él
con la certeza de que el encuentro del hombre con la divinidad
se da en el encuentro mismo del hombre con el hombre.

H. Cox.

Atestiguada en los evangelios, la resurrección es una experiencia de la diversidad, de lo distinto, del permanente devenir. Cuando Jesús aparece a sus discípulos lo hace a través de otros rostros, de otras voces que en un primer momento fueron asumidas con distanciamiento. ¿Qué significa esta diversidad de rostros y de condiciones? Que la resurrección es, por excelencia, la experiencia de la proliferación hermenéutica, a saber, que lo divino se revela en las personas más sospechosas, así como en los lugares y gestos menos sospechados. María reconoció al resucitado en la voz de un extraño. Los discípulos en la sugerencia de echar la red que hizo un desconocido. Los de Emaús en la partición del pan que realiza un forastero invitado a comer.

Caminar, dejarse acompañar, iluminar, enseñar y hasta regañar por el (lo) desconocido: “¡tardos para entender!”. Que los heridos de las cunetas cambien nuestra dirección, nos hagan samaritanos. “Lo que llega”, “o quien llega”, “lo que aparece”, puede ser la presencia desconcertante del resucitado. La espiritualidad no debe ser huida del mundo, abandono de lo real, sino por el contrario, dejarse perturbar por la realidad y abandonar lo “archiconocido”, aquello que nos instala, que nos vuelve cómodos.

Epifanías, encuentros, caminatas, percepciones de la trascendencia en la inmanencia que recupera el valor de lo insignificante, salvando la cotidianidad de la usanza mecánica, inconsciente, prostituida por la rutina. La actual crisis nos ha dejado entrever la imperiosa necesidad de estimar de manera diferente todo aquello que nos rodea, descubriendo su carácter sagrado. Para ello, necesitamos una conversión de los sentidos que nos devuelva la experiencia del acontecimiento, uno que desborde las referencias del significado, que sea instante extático, fulgor que mantiene suspendida la atención donde todo se transparenta, se hace familiar, divino. Dios en todo y en todos sin distanciamientos.

LA VIRGEN CON JESÚS. Harmonía Rosales

2. DIMENSIÓN POLÍTICA DE LA RESURRECCIÓN.

El cuerpo significante,
todo el corpus de los cuerpos filosóficos, teológicos, psicoanalíticos y semiológicos,
sólo encuentra una cosa: la absoluta contradicción de no poder ser cuerpo
sin serlo de un espíritu que lo desincorpora.

Jean-Luc Nancy

El resucitado es un necesitado, tiene hambre, pide algo de comer, no es un espíritu, no es un alma, no se trata de una espiritualidad descarnada sino de una corporalidad. Bien lo expresó el poeta Antonin Artaud: “no creo en el yo, pero sí en la carne, en el sentido sensible de la carne. Las cosas no me afectan si no afectan a mi carne”.  El cuerpo del resucitado es un cuerpo de carne, violentado, torturado, de heridas profundas que hablan, que gritan, que exigen una intervención eficaz, es el cuerpo de todas las víctimas, ya no desde la lógica del poder, causante de tales lesiones, sino desde el acompañamiento compasivo de una comunidad que ha aprendido a resignificar lo político, entendiendo el orden de las necesidades: “habiendo comido, les dio a ellos, y les abrió el entendimiento para comprender el sentido de las escrituras”. Lc 24:45.

La actual crisis ha develado que no hay espiritualidad fuera del cuerpo y sus requerimientos vitales, por eso los templos, las plazas y los lugares de culto se han vaciado, han dejado de ser espacios seguros para los cuerpos. No hay captación del sentido sin suplir las necesidades sentidas. No hay revelación sin la partición del pan: “Y aconteció que, estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron” Lc 24: 30-31.

Urge una re-organización de lo comunitario, que logre re-crear subjetividades que se apropien de lo público sin esperar la respuesta del “Padre-Estado”, así como del “Padre” de algunas teologías retribucionistas. Que procure descentralizar el poder, que lo dinamice a través de la creatividad y se rebele contra aquello que se convierta en su obstáculo. Dice el poeta Hugo Mujica: “Rebelión, rebelión creativa, no contra los gusanos sino contra la sanguijuela que le chupa la vitalidad, contra todo lo que inhibe la carnalidad, la prohíbe, la reprime: no la deja ser expresión, ser carne, encarnarse a sí”.  En la historia, la dimensión política de algunas comunidades ha sido la “herejía”, palabra viva y contestaria que denuncia la fosilización institucional. Espiritualidad de ruptura, de intemperie que necesita ser recuperada.

3. DIMENSIÓN FILOSÓFICA DE LA RESURRECCIÓN.

El cuidado de sí es ético en sí mismo; pero implica
relaciones complejas con los otros, en la medida que este
ethos de la libertad es también una manera de cuidar de
los otros (…) el cuidado de sí se vuelve capaz de
ocupar, en la ciudad, en la comunidad o en las relaciones
interindividuales, el lugar que conviene.

M. Foucault

Por último, es fundamental un compromiso comunitario que trascienda el fatalismo existencial y el atrincheramiento identitario, procurando recuperar la otredad a partir del principio de responsabilidad. Comunidades que sean para otros/as lo que el resucitado fue para los suyos: “Jesús entonces les dijo otra vez: Paz a vosotros; como el Padre me ha enviado, así también yo os envío. Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Entonces los discípulos se regocijaron al ver al Señor”. Jn 20:21. Las manos y el costado, testimonio de la víctima que padeció la tortura y el abandono, ahora se abren como señal de amparo, de acogimiento. Manos para tocar y recuperar la confianza, costado para abrazar y consolar, escucha del corazón que ama.

Si la dimensión política de la resurrección es una reivindicación del cuerpo, la dimensión filosófica debe convertirse en prójimo para el alma. Comunidades comprometidas con la cura de aquellas emociones o sensibilidades que han tenido que lidiar con el peso de la angustia, del vacío existencial, la depresión que ha generado esta crisis. Hermandades responsables cargadas de empatía, que trabajan para transformar el grito del distanciamiento emocional por el abrazo comunitario.

Nos hallamos, existencialmente, como aquel discípulo que duda, que no cree, que se niega nuevamente a abrazar la sagrada cercanía, la familiaridad, por eso no está con el grupo, se encuentra aislado en su propia sospecha, en su propia prevención. ¿Cómo recuperar la confianza y el amor en los tiempos del Covid- 19 parafraseando la obra de nuestro Nobel?  ¿Cómo volver a creer en el otro dejando de lado el recelo y el temor? Con la fuerza de la vida el resucitado restaura los vínculos invitando al dubitativo discípulo a meter su mano en el costado, a palpar sus heridas, a sentir nuevamente su carne. En ese acercamiento de los cuerpos, resurrección significa creer que nos volveremos a tocar para sanar las fracturas del alma.

La resurrección representa creer que el cuidado del otro, así como una ética de la ternura, pueden sanar también el alma. Resurrección significa creer que nos volveremos a encontrar para compartir la mesa, para comer juntos, para restaurar los vínculos emocionales como el resucitado lo hizo con los discípulos. Volveremos a juntarnos para hacernos fuertes compartiendo el pan de la vulnerabilidad. Sí, tal vez estemos como el discípulo, no solo recluidos en un espacio sino también en nuestro propio aislamiento existencial, en la cuarentena de nuestra angustia, de nuestra desconfianza. Sí, con seguridad muchos/as así nos sentimos, pero acompañando esas dudas, creo también,  por la fuerza de la Vida y la Resurrección,  nos volveremos a encontrar, nos volveremos a abrazar.

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