LauPoema

Impotencia y lejanía

Levantarse temprano, saltando de la cama al baño, apurar el paso adormitado para preparar el desayuno y encender la computadora. Se aproxima una reunión. Trabajo. 

Antes, con el café, voy tomando la dosis diaria de cifras, estadísticas y pronósticos. Miles de personas mueren en otros países, pero pronto la muerte empieza a rondar los territorios nacionales y, para mí desconsuelo de caribeña exiliada, va llegando por los puertos que han sido nuestros. Todo es descorazonado. Sollozo. 

Cada número sumado quiebra. Cada  muerto duele y no hay forma humana, dentro de mí y de la mayoría, que ayude a sanar la herida tan honda que va causando un virus. Abrazo esta sensación y grito. Lo hago fuerte para que los vecinos sepan que sigo estando viva, aunque el sábado y domingo solo quise hacer silencio. ¡Estoy viva, maldita sea! Existo. 

“La vida pasaba tan rápido que pasaba sin pasarnos, era pasado sin haber estado presente, corríamos tanto que parecía que escapábamos hacia el final que ahora nos asusta”, dice Hugo Mujica. Esto nos ha pausado los planes futuros, las visitas familiares pendientes, los cafés del mañana, el taller en un pueblito, el beso con lengua al ser amado, la juntanza con las amigas. Todo lo dábamos por hecho. La carrera parecía asegurada y ahora tenemos miedo. Tiemblo. 

Nos queda esperar que las cosas sedimenten y encuentren su figura, como asegura Mujica. La paciencia no es el lenguaje de la ansiedad ni de nuestros tiempos. Siempre vamos a prisa, creyendo que el éxito está en lo que se encuentra y no en la propia búsqueda. Hoy un virus nos hace divisar las olas elevadas, considerando que pronto serán aguas mansas. Espero. 

La vida pasaba tan rápido que pasaba sin pasarnos, era pasado sin haber estado presente, corríamos tanto que parecía que escapábamos hacia el final que ahora nos asusta.

Pero no siempre es fácil y la brisa rompe los reinos más portentosos que hemos construido con tanto esfuerzo. Se caen las corazas. Nos zarandea. Quisiera sentirme poderosa y altiva, pero “habitar la fragilidad es mucho más emancipador que suponerse empoderado” (Alexandra Kohan). Suelto. 

Después de 46 días, he ido soltando la pretensión de omnipotencia —la mía y la de dios—, también la idea de ver pronto a mi familia, que se encuentra lejos. Permito la fuga del deseo de abrazar a quienes quisiera estrechar desde adentro, con un gesto fuerte y transparente. Todo, sin que no deje de causar dolor. Hiere. 

“Algún día volveremos a ser”, dice Alejandra Pizarnik en uno de sus poemas. No sé si será igual, creería y quisiera que no; no para mal. Pero sí deseo volver, recorrer las calles que anduve, ver mis pequeñines con su afán parlanchín, jugueteando la vida. Volver a sentir la tibieza del mar y el consuelo de mi abuela con su figura robusta. Volver al trabajo con las mujeres, de quienes no sé todos sus nombres, pero por sus miradas las llamo. Sueño. 

Nota: Tengo esperanzas de existir, de amar con cercanía, de abrazar, de bailar, de tener fe, de ver y palpar lo sagrado que está en quienes amo. Agradezco a Dios este pequeño intersticio de confianza. Vivo. 

Posdata: Estas líneas se escriben con un dejo de tristeza por no estar cerca, físicamente, de alguien que hoy llora la partida de un ser querido. Ya vendrán los abrazos. Ya llegará el consuelo.  Confío.

Laura Martínez Salcedo nació en Cartagena, Colombia. 

Es trabajadora social, egresada de la Universidad de Cartagena y máster en Antropología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. 

También tiene una técnica en música, es feminista, investigadora social y defensora de derechos humanos. Ha investigado y escrito sobre derechos de las mujeres, memoria y reflexiones sobre el conflicto armado. 

Es una de las administradoras del blog Indigna•Sión. Católica en búsqueda la universalidad.

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