pentecostes 4

NUEVO

Domingo de Pentecostés, 2020

Es la noche del primer día. La noche en que Jesús resucitó. Hay miedo e incertidumbre entre los discípulos porque poco sabían acerca de lo que había pasado. Este asunto de la resurrección no era nada claro, sobre todo, su forma concreta. Era solo una idea, una creencia, una doctrina seguida por algunos. Hay miedo a los judíos, tal vez tomen represalias contra los seguidores de aquel bandido que fue crucificado hace 3 días. 

De pronto, lo insospechable sucede; el bandido para los romanos, el maestro para los discípulos, se aparece en medio de ellos. Los saluda con el acostumbrado Shalom, les muestra las marcas de su pasión y sopla sobre sus amigos dándoles un encargo. 

 Desde aquel día, no solo la historia de estos hombres y mujeres sino de toda la humanidad, cambiará. Porque ese día no es solo el primer día de la semana. Es el primer día de la nueva creación. 

La estructura de este relato en el evangelio de Juan, (20:19-23) más aún, la estructura de todo el evangelio, tiene una consonancia no casual con el relato de la creación de libro del Génesis. En la teología joánica, la muerte de Jesús es el final de una historia que necesita desesperadamente ser restaurada. Después hay un hiato de silencio que se rompe con la llegada de Jesús resucitado, el hombre nuevo que porta el Espíritu creador y que lo comunica a aquellos que creyeron en él para que sean ellos mismos portadores y embajadores de la nueva creación.

 Sólo Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos narra el episodio de la fiesta de Pentecostés (Hch 2:1-11). Esta fiesta sirvió, dentro de la narración lucana,  para hablar de esa nueva creación, pero con lenguaje de nueva alianza. La fiesta de las primicias, cincuenta días después de Pesah (Pascua), celebraba el regalo de la Alianza y renovaba el compromiso de Israel de ser fiel a ella. Este pacto sienta las bases del pueblo, le da estructura, identidad, guía. Las ordenanzas de Dios no son carga sino luz para el sendero, lámpara para el camino, son Espíritu y Verdad. 

Si en el evangelio de Juan está el relato de la creación como trasfondo, en los Hechos de los apóstoles está el relato de la torre de Babel. La humanidad dividida, hablando diferentes lenguajes, es incapaz de comprenderse. Pentecostés viene a restaurar aquello que la confusión había malogrado.

Lo que en el evangelio de Juan sucede el día después de la resurrección, en Lucas ocurre cincuenta días después, lo que hace que el don del Espíritu tenga significados más ricos. 

Por tanto, con esta fiesta, se resume todo lo que celebramos y significamos en la Pascua, Dios Padre, por medio de la resurrección de Jesús, no ha desechado este mundo, ni lo ha abandonado a su suerte. La creación amorosa del Eterno desde tiempos inmemorables ahora tiene un nuevo destello y se abre paso en medio de los signos de la muerte para dar la bienvenida a lo desconocido, pero que resulta, extrañamente, muy familiar.  

Ahora el Hijo de Dios, el primero en resucitar de entre los muertos, porta el aliento divino para iniciar el nuevo mundo, el nuevo cosmos que empieza ahora. Este momento de Pentecostés, en el evangelio de Juan, es momento de vitalidad que empodera a hombres y mujeres de toda condición, para sacudir sus cadenas de miedo y desesperanza y descubrir, con ojos nuevos, que Dios no ha abandonado la obra de sus manos, sino que ha compartido con nosotros su tarea creadora, con nuevas fuerzas, con nuevos entusiasmos.

Al soplar sobre ellos, Jesús no comparte un poder sobre los discípulos, sino que, sobre todo, les está compartiendo su condición de Nueva Criatura, de Nuevo Hombre, levantado de los despojos del odio de quienes lo ejecutaron, restaurado por el amor de su Padre Recreador que lo rescató del lugar de los muertos. 

El proyecto de Babel sigue en marcha; mucha gente aún saca provecho del macabro plan de dividir para vencer, de amasar grandes fortunas haciendo harina a los demás. Viejos conflictos que creíamos superados, como el desprecio y el odio a los de distinto color, orientación sexual, o religiosa, siguen siendo fuerzas que mueven los destinos de algunas personas (muchas, muchísimas). En palabras del Papa Francisco, el mundo vive una trágica carestía de esperanza. La pandemia sigue encogiendo el corazón de muchos que no ven posible salida de esta situación, devastadora para muchos. 

 Y justo ahora, como en el tiempo de los primeros discípulos, quienes pensaban que todo esfuerzo había sido en vano y el miedo era la fuerza que los mantenía encerrados, el soplo de Jesús emula el soplo de Dios en el sexto día, cuando infunde su ruah en las narices del ser de barro. Ahora el Hijo de Dios, el primero en resucitar de entre los muertos, porta el aliento divino para iniciar el nuevo mundo, el nuevo cosmos que empieza ahora. Este momento de Pentecostés, en el evangelio de Juan, es momento de vitalidad que empodera a hombres y mujeres de toda condición, para sacudir sus cadenas de miedo y desesperanza y descubrir, con ojos nuevos, que Dios no ha abandonado la obra de sus manos, sino que ha compartido con nosotros su tarea creadora, con nuevas fuerzas, con nuevos entusiasmos. 

 Esta fiesta no es, ni mucho menos, el final del tiempo pascual, sino el inicio de la nueva creación, el primer día de la novedad divina, de la nueva realidad, del nuevo nacer que el Dios amoroso y recreador inaugura manifestando a su Hijo, nuevo Adán, y compartiendo el Espíritu vivificador en todos los hombres y las mujeres que siguen creyendo y creando, en el amor y la compasión, el Reinado de Dios. 

Share on facebook
Share on twitter
Share on email