brooken bread

Hambre, pandemia y eucaristía. Corpus Christi

¿Cómo comprender la celebración del Cuerpo y la Sangre de Cristo en el contexto de la Pandemia? Más aún, ¿cómo celebrar esta fiesta cuando millones de hermanos y hermanas no pueden recibir aún el cuerpo de Cristo?

Nuestra identidad como comunidad católica está profundamente arraigada al misterio de la Eucaristía, a la celebración de la misa y, por extensión, a la veneración de la comunión como presencia real de Jesús. Este misterio tiene una fuerza de cohesión que no podemos desestimar, pero que, en el contexto de la realidad vivida estos días, necesitamos volver a comprender.

Tras la prohibición de las celebraciones públicas de los sacramentos, nos preguntamos por el valor y el sentido que tiene la eucaristía en nuestra vida creyente debido al importante impacto de no recibir la comunión. La celebración del Corpus Christi de este domingo está enmarcada en un contexto bíblico que enriquece su significado y da luces frente a la situación que estamos viviendo como comunidad humana. 

En la primera lectura, el libro del Deuteronomio (8, 2-13.14-16) reflexiona sobre el paso por el desierto como un momento de crisis, pues la libertad alcanzada al salir de Egipto traía consigo el laborioso esfuerzo de llegar a la tierra prometida. El peligro de morir de hambre y sed en el desierto era inminente y el pueblo pronto se reveló al verse desprotegido en un ambiente hostil. La crisis es superada cuando reciben un alimento desconocido enviado por Dios.

El autor de este libro hace una lectura de fe: el desierto fue una etapa conducida por Dios, donde se pusieron a prueba las intenciones de los corazones de todos aquellos que se habían afiliado a la aventura de la libertad. El hambre no fue mortal, ni la espera infructuosa. Fue un período para volver la mirada y el corazón sobre lo que es realmente importante en la vida. Un momento para ser conscientes de que ciertas cosas que se consideran importantes y hasta esenciales, a fin de cuentas, son solo caprichos.

Volver el corazón a lo fundamental implica soportar hambre, vaciarse de todo lo que ocupa espacio para que lo importante se reacomode y se asiente.

Al decir “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, el autor sugiere que somos más que boca y estómago. El hambre humana, aunque real y dolorosa, no se circunscribe al pan material. Somos seres simbólicos con hambre de sentido, de aceptación, de reconocimiento, de amor. Y si no encontramos satisfacción para ello, la vida seguirá siendo un desierto insufrible.

Pero también declara que es la palabra creadora de Dios la que genera esa ansiada vida llena de sentido, Dabar (Palabra) vivificador, portador del Espíritu. La palabra de Dios no es simplemente un mandamiento, un “haz esto o haz aquello”.  Es la expresión de la vida plena que Él mismo comunica a su pueblo. 

El pan eucarístico no es solo un pedazo de hostia que se recibe en un rito o que se adora en una custodia. Este pan contiene la experiencia de la vida comunitaria, la celebración del misterio de la salvación, la esperanza de un mundo mejor, la realización del reinado de Dios en este mundo, la fraternidad y sororidad que transforma el desierto de este mundo en la tierra prometida. El cuerpo y la sangre de Cristo es la vida divina del Hijo de Dios en nosotros.

El pasaje del evangelio de Juan leído este domingo (6,51-58) hace parte del largo discurso del pan de vida. Jesús vuelve a recordar el episodio del maná en el desierto para hacer una lectura propia de ese episodio: Quien dio el maná al pueblo no fue Moisés sino Dios mismo, quien ahora lo vuelve a alimentar, no solo con pan sino con su propia Palabra hecha carne, su Hijo. 

El cuerpo de Jesús, su carne, es su vida misma. La vida de Jesús se nos entrega como alimento saciador del hambre profunda que ningún pan podría satisfacer. La sangre de Jesús es pacto con Dios, invitación a anticipar, establecer y vivir su Reino en este mundo aunque no pertenezca a él. 

Como sacramento, la celebración de la Eucaristía es memorial y actualización de la vida, cuerpo y sangre de Jesús en la comunidad reunida para celebrar y ayudar a soportar las cargas, a animar a los decaídos, a sanar y curar a los enfermos. 

Por lo tanto, el pan eucarístico no es solo un pedazo de hostia que se recibe en un rito o que se adora en una custodia. Ese pan contiene la experiencia de la vida comunitaria, la celebración del misterio de la salvación, la esperanza de un mundo mejor, la realización del reinado de Dios en este mundo, la fraternidad y sororidad que transforma el desierto en la tierra prometida. El cuerpo y la sangre de Cristo es la vida divina del Hijo de Dios en nosotros. 

Hemos dejado de recibir por un largo tiempo ese pan eucarístico. Eso no significa que la Eucaristía no tenga efecto salvífico, porque el Espíritu Santo sigue ofreciendo la vida de Jesús de muchas maneras, pero anhelamos volver a recibirlo en comunidad como expresión de la alianza de amor entre Dios y toda humanidad. 

Ahora es cuando la eucaristía, como vida de Jesús, debe vibrar con más fuerza en sus discípulos. Quienes celebramos y recibimos el cuerpo y la sangre de Jesús tenemos la responsabilidad de ser presencia viva del Señor para este mundo enfermo y débil, herido por la desigualdad y el odio, angustiado por un futuro incierto.

La fiesta de Corpus Christi no tendrá este año la pompa que tuvo en otras ocasiones, no habrá fastuosas procesiones con bandas y flores, ni largas devociones y rezos frente a Jesús sacramentado. Será sobria y simple, como un paso por el desierto, tal vez para fijarnos en lo esencial y descubrir el Cuerpo y la Sangre de Jesús no solo como una devoción, sino como la vida del Hijo de Dios entregada por y para nosotros, presente, actuante y relevante en su pueblo y en sus discípulos.

Mis manos, esas manos y Tus manos  
hacemos este Gesto, compartida 
la mesa y el destino, como hermanos. 

Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.

Unidos en el pan los muchos granos, 
iremos aprendiendo a ser la unida 
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos. 

Comiéndote sabremos ser comida.

El vino de sus venas nos provoca. 
El pan que ellos no tienen nos convoca 
a ser Contigo el pan de cada día.

Llamados por la luz de Tu memoria, 
marchamos hacia el Reino haciendo Historia, 
fraterna y subversiva Eucaristía.

 Pedro Casaldáliga.

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