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Salí al camino sin mirar hacia atrás

Teología: un movimiento, una dinámica, una inquietud vital que muchos intentan esquematizar. Yo, particularmente, por los caminos que he transitado -o los caminos que me han transitado-, he dejado con libertad su continuidad en una espera activa y atenta para tomar conciencia del significado de los trayectos. Parafraseando a Levinas, el mito que me atraviesa no es el de Ulises, sino el de Abraham: he salido al camino sin mirar hacia atrás. Sin embargo, como movimiento que es, para salir de “ahí”, debí sentirme llamado de “allá” (1998, p. 54).

 Quizá ese “allá” pueda ser expresado en un itinerario de cinco misterios.

-Misterio I-

Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra, despertarán

Vengo de una familia medianamente creyente, con una figura paterna piadosa y una figura materna crítica en materia política. Quizá una fusión de estos elementos se fueron fraguando inconscientemente en mi historia personal, en medio de lienzos y pinturas, instrumentos de mi primera inquietud vocacional. Al mismo tiempo, me levanté en un ambiente escolar católico y misionero donde expresé mis principales preocupaciones sociales y existenciales.

Fui creciendo e identificando la historia específicamente colombiana. Entre un pueblo creyente y aislado y un territorio transido por el sufrimiento de mujeres, afros, personas de otras religiones, realidades de empobrecimiento, conflicto armado, persecución homotransgénero, fui leyendo los Evangelios en múltiples contextos: en mi vida personal como curiosidad infantil; en la liturgia familiar cuando asistía algunos domingos a la celebración sacramental; en la formación misionera inicial de la adolescencia y la juventud; la figura de Jesús de Nazaret se fue llenando de contenidos y cuestionamientos sobre la extrañeza y la utilidad del creer en medio de tanto sufrimiento.

Sin embargo, la fe nunca llegó ni la acepté, siempre estuvo: no recuerdo, ni registro en mi memoria algún momento de crisis, alguna etapa de ateísmo juvenil. Mi fe siempre estuvo inserta en estas realidades históricas y contradictorias, al menos desde la pregunta fundamental, quizá preeminente que embargó mi vida desde los inicios ¿cómo hablar de Dios en medio de tanto dolor, tanto sufrimiento, tanta angustia, tanta desesperación?

Cuestionamiento antiguo en las religiones, orientador en la teología. Pregunta apenas oportuna en la reflexión actual de la sociedad latinoamericana y colombiana que reclama la vida de los hijos en las puertas del sepulcro como las mujeres que venían de Galilea a buscar el cuerpo del Maestro. Y este había resucitado.

-Misterio II-

He aquí, yo estoy a la puerta y llamo

Y cuando digo “misionero” no me refiero a la clásica forma nombrada entre el prejuicio y la secta, sino a los contextos donde hacía presencia solidaria la Iglesia Católica, comunidad de sentido donde crecí: territorios de dolor, injusticia, incoherencia política y, desde ahí, noté cómo el mensaje cristiano no era adoctrinador sino consecuencia de una experiencia vital movilizadora de comunidades y personas. Podría incluso afirmar que la primera comunidad creyente donde conocí a Jesús, y pude tener una práctica contemplativa, espiritual, fue la experiencia de base o movimiento social de inspiración cristiana en sus búsquedas.

Extraño es, pero no ocurrió de otra manera: yo no busqué esos lugares, esos lugares me buscaron a mí. De manera fortuita fui caminando por espacios sociales y creyentes que defendían cuerpos excluidos. Jamás podría afirmar que mis búsquedas fueron hechas con plena conciencia y menos en materia creyente. Ahí llegaba con el pretexto de formar pero, sin darme cuenta, la formación la recibía yo.

Resuenan en el oído y el alma las palabras del Galileo “cada vez que lo hiciste con un hermano mío de esos más humildes, lo hiciste conmigo”. Y aquí, en este contexto, sentí que la Divinidad me exigía presencia.

-Misterio III-

No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme

Quedó de mi formación religiosa -del contexto de formación sacerdotal, de los espacios laborales relacionados y de las comunidades creyentes visitadas- una profunda inquietud teológica. La fe, de verdad, era movilizadora de conciencias, dentro y fuera de las comunidades creyentes, pero no de todas. Así, no comprendería por qué ante la fuerza de la fe hay tanto adormecimiento de conciencia desde la realidad religiosa de las personas, tanta ruptura entre fe-vida y tan escasa experiencia de la compasión. Desde una lectura, quizá estereotipada de Marx según Jean Grondin, tocaba darle la razón a tanta fobia contracreyente y afirmar la religión como opio del pueblo (2010, p. 117).

Hubo, desde el principio, motivación académica al descubrir en el estudio bíblico tantas disciplinas que colmaban mis búsquedas profesionales pero, ante todo, surgía y se movía una empatía ante las necesidades existenciales de estas comunidades que me llamaban a conocerlas. En el fondo siempre hubo miedo y autocuestionamiento y hoy, adulto, aún no desaparece. Estaba muy inexperto, no tenía capacidades, me cansaba con facilidad y no era nada testimonial ni me interesaba serlo, pero mis entrañas me inquietaban. Hoy en día, igual: una sensación de incapacidad mezclada con la ansiedad de hablar, de “hacer decir” y sacar el propio secreto que me inhabita.

Pero se fortaleció el camino en mi experiencia laboral relacionada con la educación teológica de juventudes y en escuelas de base para la formación bíblica. En ambos lugares aprendí a trabajar el texto sagrado, no desde las lecciones catequéticas parroquiales -absolutamente desconocidas para mí- sino desde las necesidades académicas de las instituciones y los contextos sociopolíticos y pastorales de las comunidades de base que compartían, en mi ciudad, el método de la Lectura Popular de la Biblia. Ahí aprendí de la mano de laicos, laicas, religiosas, sacerdotes, pastores de diferentes denominaciones y culturas, cómo se trenzaba la interpretación bíblica con los contextos de dolor de tantos cuerpos a quienes se les negaron las palabras, las narraciones y su derecho a tener un lugar político, eclesial y religioso en esta historia. Fueron ellas, inicialmente mujeres comprometidas, quienes me enseñaron a leer el texto bíblico con fuerza y propiedad.

¿Qué tengo para dar? Pregunta necia cuando los contextos se abren.

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Manuel Gómez. Eva, madre nuestra, 2009.

Fueron ellas, inicialmente mujeres comprometidas, quienes me enseñaron a leer el texto bíblico con fuerza y propiedad.

-Misterio IV-

He visto al Señor y me ha dicho estas cosas

El resto de la vida ha sido un intentar permanente de respuesta a esta necesidad fundamental y a un impulso inicial. José Antonio Pagola me recordó que Jesús no habló de pobreza sino de pobres, incluso no de pobre, sino de “ptokoi”, “indigente”. Y a cada pobre le habló de forma específica, su lenguaje era concreto y corporal (2014, pp. 39 y 112). Esto es retador y habla con claridad: en cada historia de las personas, de sujetos y comunidades percibo que Dios habla de especial manera y exige ser interpretado y sentido con todo el rigor posible, como si cada análisis fuera un espacio litúrgico. La Divinidad habla y reclama presencia henchida de justicia para tanta vida excluida, tanto empobrecido, tanto cuerpo subalterno, tanta necesidad de visibilización política demandando en quien se proclame creyente una radical coherencia. 

De esta manera, la Divinidad siempre habla. Alberto Parra lo expresaría mejor que yo:

La común inserción en los movimientos populares, en los barrios de periferia y en la reflexión metódica permitió hacer lúcida nuestra propia conciencia acerca de la amplitud semántica de aquello que nombramos y amamos bajo el nombre entrañable de pobre: el carente en sentido económico, el subyugado en sentido cultural, el violentado en sentido político, el enfermo en sentido clínico, el iletrado en sentido educativo, el negro y el indígena en sentido étnico, el diferente en sentido sexual, el infectado en sentido epidemiológico, el huérfano y la abandonada en sentido familiar, la mujer victimizada en sentido de género (en Vivas Albán, 2001, p. 15).

La Divinidad no me atiende, yo atiendo a la Divinidad en todo cuerpo, aunque a veces no entienda, duela, confunda, cuestione, confronte.

-Misterio V-

Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída

La decepción y desesperación parecen permanentes y la sensación de dar un paso adelante y tres atrás, la de un barco incapaz de atravesar la ola, pareciera invadir toda posibilidad y esperanza; solo pienso en este momento vivido, siento cierto consuelo y continúo. Tomo conciencia de la lentitud de un aprendizaje no dado por decreto y acepto una historia apenas empezando a fraguarse. Aquí nos tocó vivir y este es el momento crucial: esto apenas empieza a escribirse con las letras de la carne, de la humanidad.

La teología, por lo tanto, me ayudó a tomar conciencia del lugar ocupado en este mundo junto a todas y todos facilitando la religación significada por quien dice creer en una Divinidad vivida, narrada, comprendida y vuelta a vivir, fundamentalmente, como relación. De esta manera, me sentí llamado para aceptar la realidad de mi existencia y la de las demás personas como un don. En síntesis: Hice teología para aceptarme ante una contradictoria realidad y para asumirla con responsabilidad.

Aunque la presencia de la Divinidad no se irá y yo, en ocasiones, pareciera partir, estaré atento para que ese camino lleve a la búsqueda inicial: por un llamado, jamás regresar, como el padre Abraham, así la justicia toque a otras personas y pueblos y no me toque. Así, este camino, además de conocer, me llevará a escuchar.

Referencias
Grondin, J. (2010). El retorno espectacular de Dios en la filosofía. Revista Concilium, 337, 109119.
Levinas, E. (1998). La huella del otro. México, D.F.: Editorial Taurus.
Pagola, J.A. (2014). Jesús. Aproximación histórica. Bogotá. Editorial PPC.
Vivas Albán, M.S. (2001). Mujeres que buscan liberación. Identidad de la mujer. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.
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