Sebastião Salgado. Éxodo. Otras Américas, 1977

Severino Croatto: una hermenéutica de la creatividad

Desde los años 60 América Latina ha visto emerger nuevas hermenéuticas. Los sujetos se atreven a leer las Escrituras en un marco de liberación ante las injusticias políticas, raciales, culturales y de género.

Lectores y lectoras refiguran sus tradiciones de un modo creativo, buscando nuevos referentes para los signos, símbolos, metáforas, narrativas y legislaciones que presentan los textos sagrados.

Estas lecturas han tenido grandes enemigos, en especial los conservadores, los cuales se aferran a lecturas literalistas que impiden un acercamiento libre a la Biblia, como un libro que engendra nuevas textualidades en el momento de su interpretación.

Pero también han surgido grandes aliados de la interpretación abierta. Ellos dan una base filosófica a este modo de comprender los signos. Entre ellos se destaca el biblista argentino José Severino Croatto (1930-2004), quien inicialmente se formó como sacerdote católico y culminó siendo profesor en el ya desaparecido ISEDET, un instituto ecuménico de Buenos Aires.

La formación de Croatto fue enriquecida por estudios de Teología en la Universidad Católica Argentina (UCA) y una maestría en Ciencias Bíblicas en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Además realizó estudios de posgrado en la Universidad Hebrea de Jerusalén e investigaciones arqueológicas en Grecia, Turquía y Medio Oriente. Un investigador que se destacó como exégeta clásico, pero que también dio fundamentación teórica a los métodos menos tradicionales de leer las Escrituras.

 

Severino Croatto

En su libro más conocido, Hermenéutica bíblica (1984), Croatto sustenta la lectura popular de la Biblia a partir de los aportes de Hans-Georg Gadamer y Paul Ricoeur. El autor argentino, a veces sin mencionar directamente a sus fuentes, refigura la propuesta hermenéutica de estos filósofos, apropiándose de sus categorías más importantes (tales como distanciación, clausura y apertura, reserva de sentido, distinción entre sentido y referencia, y carácter polisémico de los textos literarios).

Croatto nos recuerda, con Paul Ricoeur, que la reserva de sentido de un texto no depende del conocimiento del historiador sino del texto mismo y de la vida que orienta la pregunta previa a la lectura. Señala, además, que hay textos o textualidades que gozan de apertura de sentido, tales como la música, la poesía y los símbolos corporales y visuales. Estos tienen una polisemia deliberada que se abre a múltiples interpretaciones.

Croatto, retomando la idea de Roland Barthes, trae a la discusión latinoamericana el tema de la muerte del autor y la vida del texto. El autor muere en el acto mismo de codificar su mensaje. No acontece aquella muerte sólo en los textos literarios sino también en los religiosos, pues estos pretenden tener una permanencia significativa a lo largo del tiempo, la cual se logra por la acumulación sentido través de los años, como el sedimento a las orillas de un río que de tiempo en tiempo se desborda y nos deja algunos restos que pueden ser tesoros. 

Los textos bíblicos provienen de tradiciones orales. Antes de ser puestos por escrito, han pasado por distintas etapas de interpretación en las cuales cada transmisor aportó a la construcción de su sentido. En cada nueva época que se han narrado las historias bíblicas hay un nuevo lector u oyente, situado en su propio horizonte de significado, que pone un acento particular en determinado instante de la vida de los personajes de las Escrituras, reflejos de su propio trasegar. Por esto se puede hablar de la muerte no solo del autor, sino también del horizonte o sentido original que se acrecienta a través de la historia como una avalancha que acumula arena o nieve mientras toma fuerza al caer de la montaña.  

De allí que Croatto afirme, retomando esta idea de Gadamer, que toda lectura es una producción de sentido. El texto no es “objetivo”, no ha sobrevivido en estado puro. Es más bien un tejido viviente que surge en mundo determinado pero sobrevive en otros mundos, los cuales expanden la multiplicidad del mensaje. El texto es una estructuración de significantes y significados que generan el sentido, por lo tanto es polisémico y conlleva una tendencia a no retener el referente histórico original.

Las interpretaciones clásicas de la Biblia buscan elaborar una exégesis para acercarnos al texto como producción del sentido de una comunidad y ubicarnos en el ambiente histórico y las “intenciones del autor” en las que fueron producidos. Estos acercamientos son valiosos –de hecho es lo que más practicaba Croatto– porque recrean el mundo del texto. Sin embargo, piensa el argentino, el intérprete no se puede estancar en la arqueología sino descubrir la vida que se despliega hacia adelante de la obra.

Todo texto tiene un mundo por delante. La lectura como experiencia hermenéutica abre polisemia. Croatto dice que el carácter de sacralidad del mensaje bíblico no lo cierra, más bien lo expande. Las Escrituras son pertinentes no por lo que dijeron a lectores u oyentes hace dos mil años sino por lo que dicen a sus intérpretes en la actualidad.

El exégeta Croatto apoya esta teoría explicando cómo se forma un texto antiguo. Dice que primero un individuo o comunidad ha tenido la experiencia de un acontecimiento que lo ha transformado. Esta pudo ser una práctica ritual como el sacrificio, un suceso significativo como la liberación política, un fenómeno natural como el rayo, una experiencia comunitaria como el partimiento del pan. El acontecimiento se hace significativo en una comunidad por el efecto histórico que produce a manera de influencia en el grupo.

Tal acontecimiento se transmite por palabras con el fin de narrar o celebrar la vida. La transmisión selecciona determinados eventos y los cuenta con cierto estilo, dando énfasis en lo significativo. Esta palabra interpreta el acontecimiento en el acto mismo de narrarlo, o de cantarlo, en el caso de la poesía. No importa tanto la historicidad, sino el cómo se ha contado.

Así nacen los relatos, por ejemplo, de la historia de Israel y de la Iglesia, que se enriquecen a través de la distancia en el tiempo y el espacio. El Éxodo, que pudo ser la acumulación de historias sobre pequeñas migraciones, es leído en la Biblia de maneras diferentes; se reúnen las historias y se le atribuyen a un pueblo entero, generando una constelación de significados en la cual se enmarca, incluso, la ley fundante de la identidad de Israel.

Cada relato que se añade a esta constelación de sentido se convierte en una tradición viviente dentro de la comunidad. A la historia se le añaden más historias y los descendientes empiezan a vivir en ellas como si estuvieran transitando el desierto. Por eso en América Latina viven muchos creyentes una experiencia del éxodo, como lo registra, por ejemplo, Sebastião Salgado en las fotografías tomadas a indígenas ecuatorianos que salen de sus tierras y cruzan las montañas, sintiéndose acompañados por el Dios de las migraciones. 

Con el paso del tiempo la constelación de sentido, siempre abierta, es vista como sagrada por los administradores de los símbolos, quienes al fin la canonizan. Aquí se da un doble movimiento, pues la canonización clausura el sentido y pretende controlar las interpretaciones. Pero, a la vez, da al texto autonomía, de modo que de él se desprenden diversas corrientes interpretativas que se amparan bajo la pluralidad de los símbolos.

Por esto Croatto invita a realizar una lectura actualizadora que mantenga el carácter abierto de la Biblia, y de otros textos sagrados, y que no pretenda clausurarla con dogmas. Las Escrituras, leídas como producto de un proceso hermenéutico, nos dan una clave de lectura que hay dentro de su propia historia: la acumulación de sentido permite seguir acumulando y liberando su riqueza en favor de interpretaciones liberadoras.  

El exégeta argentino nos recuerda que el acontecimiento se hace palabra y esta desemboca en un texto. El texto y la palabra exigen una palabra nueva que los relea. Y en este acto de lectura se da el acontecimiento liberador. Por esto el trabajo del intérprete de la Biblia no se limita a descubrir la “historia” detrás del texto, porque nunca va a encontrar la verificación de relatos que sabemos son creaciones comunitarias, como el de Daniel, un personaje ficticio creado en la época de los macabeos para invitar a los judíos a mantener su fe en medio de la amenaza de los pueblos invasores. De lo que se trata es de ampliar la interpretación ya dada con nuevas interpretaciones, bajo el acto ético del compromiso con los sufrientes, aquellas personas que buscan leer los textos sagrados para detener la opresión y buscar formas justas de relacionarse con el contexto, no el caduco de la Biblia, el actual, amenazado también por la caducidad, en busca de la vida.

 

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