LAS COSAS VALIOSAS

Cuando mi papá y mi mamá se casaron recibieron como regalo de bodas un set de vasos de un cristal muy fino y raro de color azul, adornado con unos arabescos pintados a mano y sus nombres (Rocío y Jaime) grabados. Por muchos años los vasos estuvieron expuestos en un gabinete junto al comedor. Después se guardaron en otro lugar más seguro. Eran unos 6 vasos, pero con el paso del tiempo, los cambios de casas y una que otra eventualidad, ya solo nos quedan dos o tres. Son definitivamente un tesoro familiar.

Al pensar en las cosas valiosas, tal vez pensamos en eso, cosas. Pero también consideramos tesoros ciertas experiencias o momentos vividos, lugares y, por supuesto, a las personas. Todo lo demás palidece a su lado, todo pasa a un segundo plano.

Cuando Jesús predica sobre el reino de los cielos no entrega definiciones como un catedrático o un científico haría. Él utiliza imágenes, metáforas y narraciones, que nos ayudan a pensar en distintos sentidos y abren la comprensión a dimensiones afectivas y relacionales, al conectarnos con lo importante o valioso. Esta puede ser una buena forma de aproximarnos a las parábolas del reino en este capítulo 13 de Mateo.

Así es el reino de Dios, una experiencia única que actúa como un catalizador para vivir con ojos abiertos y corazón despierto para leer y comprender las diversas situaciones de la vida, alegres y dolorosas, de ganancias y pérdidas, como un llamado constante a vivir en comunión de amor con Él

Particularmente la parábola de la perla fina, el tesoro escondido y la red, nos invitan a pensar en el reinado de Dios como aquello de gran valor para nosotros. Cosas, experiencias y personas que nos permiten vivir más plenamente, a ser más serviciales y generosos para comprender la existencia, la propia y la de otros, de una forma más amplia y compasiva, sin tantos juicios y condenaciones.

Lo apreciable y valioso merece la pena, esfuerzos, sacrificios, molestias, incluso tomar opciones radicales. Así es el reino de Dios, una experiencia única que actúa como un catalizador para vivir con ojos abiertos y corazón despierto, descubriendo a Dios no como una presencia etérea o distante, completamente desentendido de nuestros asuntos y luchas, sino como un ser cercano. Además, esta experiencia catalizadora nos ayuda a leer y comprender las diversas situaciones de la vida, alegres y dolorosas, de ganancias y pérdidas, como un llamado constante a vivir en comunión de amor con Él para alcanzar la vida plena, como lo expresa San Pablo en la segunda lectura: “Ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios”.

Como los tesoros familiares conservados con cuidado, así podríamos comprender el reino de Dios: la manifestación de su amor y gozo a través de personas, lugares y experiencias que nos ayuda a comprender la realidad de formas novedosas para llenar la existencia de significados nuevos.

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