Una intimidad que da fuerza

Domingo XIX del tiempo ordinario

 La fuerza de la naturaleza nos sorprende y a veces nos aterra. En la Biblia hay distintas descripciones de esas potencias naturales como fuerzas aterradoras y amenazantes de la existencia humana. Está el mar, que en el AT representa un lugar oscuro, el caos primitivo y la oscuridad inicial.  Pero también están los huracanes, el fuego destructor, los terremotos devastadores, la potencia de la lluvia y los diluvios. En algunas ocasiones estos fenómenos naturales se asociaron al castigo de Dios como una forma de corregir la maldad. 

El pueblo de Israel vio también en esas manifestaciones la soberanía divina, sobreponiéndose tales poderes de la naturaleza como salvador del género humano, porque al fin de cuentas la naturaleza es criatura de Dios y está sometida a su poder.

En la primera lectura de la liturgia de este fin de semana (1 Reyes 19, 9a. 11-13ª) encontramos al profeta Elías huyendo de las manos de la reina Jezabel que quiere matarlo por la confrontación que tuvo con los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo. Ahora, en otra montaña, el Horeb, Elías se esconde temeroso y le suplica a Dios que salve su vida. Las manifestaciones estridentes del viento huracanado, el terremoto y el fuego devorador hacen par con el celo estremecedor de Elías, el campeón de Yahvé, que defiende casi con intransigencia la fe en el Dios único, haciendo pasar por la espada a los profetas del dios pagano. Uno esperaría que Yahvé le hable desde el trueno, desde el terremoto, o desde cualquier otro fenómeno estridente. Pero no, prefiere la brisa suave, y desde allí invita a Elías a la intimidad con Él para que descubra un nuevo rostro de ese Dios ancestral que adoraron sus padres.

Algo parecido sucede en el evangelio (Mt 14:22-33). También hay una manifestación estruendosa de la naturaleza: el mar, sacudiendo la barca de los discípulos que navegan alejados de la orilla. Entonces aparece Jesús dominando la fuerza del mar, primitiva y aterradora, que pone en peligro la vida de los navegantes. La presencia del Maestro viene acompañada por la invitación a no temer, a tranquilizarse y confiar en él, porque su señorío se extiende sobre las fuerzas incontrolables. Inclusive Pedro, confiado en el poder divino de Jesús, se atreve a salir caminando hacia él.

Pero antes de venir al encuentro de los discípulos aterrados por la violencia de las olas, Jesús ha pasado la noche en un íntimo encuentro con el Padre, orando en la montaña. Su fuerza para caminar por encima del mar agitado viene de esa comunión íntima con Dios su Padre.



Hoy estamos siendo testigos de una manifestación poderosa y aterradora de la naturaleza que amenaza nuestra vida. Hoy más que nunca necesitamos cultivar esa intimidad con el Padre para comprender lo que sucede en la vida de una forma distinta, para no dejar que el miedo nos hunda en el mar de las dificultades, sobre todo, para conocer a Dios de una manera novedosa.

El encuentro íntimo de Elías con Dios lo invita a descubrir un nuevo rostro suyo, otra forma de aproximarse al Dios de sus antepasados, al gran Yo Soy que se manifiesta en la suavidad de la brisa. Por otro lado, el encuentro íntimo de Jesús con el Padre Celestial, el gran Yo Soy que se revela a través de su Hijo, lo lanza al rescate de sus seguidores que atraviesan la mar enfurecida.

Esa misma intimidad que nota el evangelista y que nos la entrega no como un dato curioso sino como una cualidad fundamental en la relación del profeta y de Jesús con su Padre, es la misma intimidad que buscamos nosotros, los discípulos del Señor, para navegar sobre las tormentas de todos los días  que amenazan con destruir y arrasar lo poco o mucho que hemos conseguido.

Hoy estamos siendo testigos de una manifestación poderosa y aterradora de la naturaleza que amenaza nuestra vida. Hoy más que nunca necesitamos cultivar esa intimidad con el Padre para comprender lo que sucede en la vida de una forma distinta, para no dejar que el miedo nos hunda en el mar de las dificultades, sobre todo, para conocer a Dios de una manera novedosa, experimentando como su bondad y su misericordia salen a nuestro encuentro en medio de las turbulencias incontrolables y los vientos huracanados de la existencia.

Nota final:

El relato de Jesús caminando sobre las aguas tiene dos paralelos: en Marcos y en Juan. La versión de Juan (6:16-21), un poco más concisa, no presenta a Pedro caminando sobre las aguas, pero trae algunos elementos que nos hablan de esa intimidad a la que los discípulos están invitados, pero que aún no logran alcanzar. Una lectura de estos textos paralelos nos pueden ayudar a degustar más la escena, desde sus distintos elementos.



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