Escándalo-misericordia: cuatro meditaciones

Aquí está la reflexión fundamental, mi “monotema” en materia religiosa: ¿por qué muchos creyentes no se sienten retados desde la fe por la humanización y la generación de tejido socio-político? Cuatro meditaciones abiertas desde el texto bíblico me mueven a una reflexión necesaria porque, sea por falta de juicio o concepción religiosa de algunos grupos religiosos, existe una visión equivocada sobre la tradición judeocristiana al no percibirse identidad en el vínculo fe – compromiso con la humanidad. Esta idea fundamenta todas tradiciones bíblicas con el término Alianza, unión que remite al rostro de la divinidad como relación misericordiosa clara, plena y revelada en la historia hasta la persona del Nazareno. 

Muchas realidades de sufrimiento cotidiano de un pueblo por vivir tantas historias y experimentar al Dios que “vio y oyó” en todo contexto lleva a la meditación: A la luz del camino transcurrido de Israel ¿hacia qué caminos conduce creer? ¿No es acaso este pueblo un narrador de la solidaridad, justicia, compasión y es sujeto de la misericordia? ¿Tendrá alguna lección por compartir a un pueblo latinoamericano adolorido por falta de justicia? Y la respuesta solo se da en la precisión de otra más cotidiana: ¿al lado de quién estoy?

Meditación I

La literatura bíblica: testimonio escrito sobre la misericordia

La Biblia contiene Palabra de Dios porque comunica interpretación de la experiencia vital y religiosa de un pueblo en medio de la contradicción histórica y el sufrimiento producido por invasiones políticas. Desde sus inicios fue invadido, esclavizado, saqueado y destruido durante siglos por muchas civilizaciones, imperios y monarquías valorados negativamente por algunas tradiciones proféticas. Y al final de este segmento histórico crece Jesús de Nazaret “viendo y oyendo” el contexto para proclamar el Reinado de Dios contra la memoria de colonizaciones y dolores cotidianos durante la ocupación romana. En esta realidad territorial nace la Biblia y se da la inspiración como toma de conciencia de tal acción y presencia salvífico-liberadora. 

En este contexto, recuerdo a Gonzalo de la Torre señalando “mirar donde Dios mira para llegar al corazón de la Biblia”, “si el corazón de Dios es su misericordia, habría que preguntarse qué sujeto en la historia es el que está más al alcance de la misericordia divina”. El sujeto de la misericordia sería todo cuerpo sufriente por la injusticia propinada por un sistema creador de víctimas sin escrúpulo alguno. Después, afirmó cómo Jesús veía a Dios en quien sufre, claridad que, al parecer, hoy falta (Mt 5; Lc 4). Mirar esos cuerpos llevaría a tal corazón, a tal interioridad prometida (2003, pp. 3-4). 

Por ello, mirar donde la Divinidad mira como norma teológico-hermenéutica fundamental, implica sintonizarnos con una espiritualidad histórica y religante, significativa y cuestionante, orientadora y retadora para quienes se autoproclaman creyentes. La compasión/solidaridad/misericordia/justicia desde esta perspectiva hebrea es único camino para concretar a Dios.

Meditación II

¡Dichoso el que no se escandalice!

Jon Sobrino enseñó hace varios años que, para comprender el Reinado de Dios, hay tres vías: la forma de nombrarlo, los destinatarios y las prácticas ejecutadas. Desde una realidad como la nuestra, el segundo camino debería privilegiarse para contemplar con claridad esta exigencia (2013, pp. 121-184).

El capítulo 11 de Mateo y el 7 de Lucas provienen de una misma fuente y comparten los mismos destinatarios, o sea, el mismo contenido de la Buena Noticia proclamada: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. La síntesis ética y teologal de su anuncio es moverse por el acontecimiento concreto y sanador de la experiencia de Dios (Mt 11,2-6; Lc 7,18-23).

Ambos evangelistas ponen el envío en boca de Jesús: contarle a Juan lo visto y oído (Mt 11,4; Lc 7,22). Jesús persuade al responder y no refiere un mesianismo específico, un David reparador de esperanzas pasadas. Es experiencia de Dios identificable a partir de la acción. Ni definición ni concepto, es profundidad generadora de una ética humanizante. No se debe esperar más: será el rostro sufriente el lugar de tal manifestación, acontecimiento y, por lo tanto, el lugar donde hoy debe mirar quien se compromete con su continuación, a pesar de la propia duda, contradicción, límite y conflicto.

Ambas perícopas abren la escena con la espera (Mt 11,4; Lc 7,19.20) y cierran con el escándalo (Mt 11,6; Lc 7,23). Señalan, posterior al listado de rostros que sufren, la siguiente exclamación: “Y ¡dichoso el que no se escandalice de mí!”. Dato interesante porque, visto con los ojos de hoy, ¿cómo puede ser escandaloso un comportamiento tan urgente y necesario como calmar el sufrimiento de un rostro concreto? Escandaliza saber que escandaliza. ¡Cómo sería la falta de compasión y cómo habría motivado recibir en medio de tanto dolor una noticia tan buena!

Meditación III

Mi cuerpo vulnerable exige la práctica escandalosa y urgente

Es iluminador el texto del “Juicio Final” consignado en el evangelio de Mateo (25,31-46). Narra, entre imágenes apocalípticas grandilocuentes e inspirado en la tradición profética, cuál es la consecuencia de toda proclamación del Reinado: dar de comer, dar de beber, recoger al forastero, vestir el cuerpo, visitar el enfermo y visitar en la cárcel. Hambre, sed, exclusión, desnudez, enfermedad y falta de libertad, revelan realidades y conjuntan las angustias de un israelita y de cualquier ser humano.

Según José Antonio Pagola, Jesús en los Evangelios no habla de pobreza en abstracto sino de pobres, de rostros definidos, víctimas por situaciones concretas, cuerpos adoloridos por injusticias estructurales (2014, pp. 39.112). Así, cada cuerpo atendido en tal situación es palabra y gesto, profecía y reparación, advertencia y acusación puntual contra un sistema idolátrico deshumanizador. Todo gesto de Jesús tendría esa doble dinámica de sanación y denuncia, del ver y oír, actividad del acontecer urgente del Reinado e identidad propia y concreta de quien dice ser Rey (25,31-34).

Tanta grandilocuencia (25,31-34) y gestos tan sencillos de practicar (25,35-40) me sugieren sarcasmo. Y es que en cada cuerpo está el rostro de Dios, de Jesús, del rey del relato. Solo podrán sentarse a la derecha del Padre quienes sean capaces de “ver su rostro” en todas las personas que sufren y “oír su gemido”. O sea, es el ver y oír de los primeros textos, pero asumido por quienes viven con la misma fe de Jesús. Cada discípulo, cada discípula debería ser capaz de configurar la vida a la luz de esta ética. Una ética de raíces profundas en la cultura judía profética, liberadora y, por lo tanto, justa.

Meditación IV

Si el Reinado exige postura, es justo

En el capítulo 16 del evangelio de Lucas está la parábola del rico y el pobre Lázaro (16,19-31). La narración es clara: en la ambientación empleada, un poco cruda, un poco dura, desde el rico sin nombre y el pobre con nombre, se ve al Dios que acoge a quién sufrió terriblemente en esta vida y el gran abismo existente con el rico que poco o nada se preocupó por Lázaro. Según Gonzalo de la Torre, el problema del rico estriba en su falta de voluntad y compasión por quien tiene hambre y padece injusticia, consecuencia de su desatención a las Escrituras (2009, pp. 174-177).

Abraham, representando a Dios y toda la tradición judeocristiana, dice: “Hijo, recuerda que en vida te tocó a ti lo bueno y a Lázaro lo malo; por eso ahora él encuentra consuelo y tú padeces” (16,25). Esta sentencia, lejos de revelar al más allá, compromete el más acá. Revela la parcialidad del Reinado y el lugar donde debe atender todo discípulo y discípula con urgencia. Ahí donde mira Dios, ahí debe anunciarse el Reinado, concretarse la misericordia y ser coherente la justicia.

Y dice Dios en el personaje de Abraham, ante la petición del rico de advertir a la familia desde la persona de Lázaro para que no caigan en el peligro del infierno: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen” (16,29). El rico que no quiso atender al pobre, ahora le pide al pobre que le diga a Dios que le escuche. Vuelve un tono sarcástico a insinuarse en estas literaturas.

“Tienen a” o sea, vean; “que los escuchen”, quiere decir, oigan. Los dos verbos y la frase entera resumen las Escrituras.

Y con esos verbos volvemos al primer momento. Porque el acto liberador de Moisés, el acto denunciante y anunciante del profeta tienen en la raíz la justicia misericordiosa de Dios, prometida desde antaño, formulada en la Alianza, cumplida en la persona de Jesús que proclama la Buena Noticia a los ciegos, cojos, leprosos, sordos, muertos, pobres; exigiendo para su ejecución dar de comer, dar de beber, acoger, vestir, visitar: mitigar el sufrimiento, porque eso es lo que el Padre Dios quiere. Es su kerigma y debe perpetuarse. ¡Gracias a Dios es escándalo!

Cada cuerpo atendido en tal situación es palabra y gesto, profecía y reparación, advertencia y acusación puntual contra un sistema idolátrico deshumanizador.

Referencias

 

De la Torre, G. (2003). Hermenéutica bíblica contextualizada. La construcción de una ética correcta pide interpretar siempre a partir del contexto de los sujetos. Quibdó: Ediciones Camino.

 

De la Torre, G. (2009). Las parábolas que narró Jesús. La revelación revolucionaria de la conciencia de Jesús. Quibdó: Fundación Universitaria Claretiana.

 

Pagola, J.A. (2014). Jesús, aproximación histórica. Bogotá: PPC.

 

Sobrino, J. (2013). Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret. San Salvador: UCA Editores.

 
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