UNA LECCIÓN DE FE Y DE INCLUSIÓN

Domingo XX del tiempo ordinario

Si pudiéramos considerar un elemento común en las lecturas de este fin de semana (Isaías 56:1.6-7; Romanos 11:13-15.29-32 y Mateo 15:21-28) este sería la aceptación de los extranjeros en el plan de salvación. Surge entonces una pregunta concreta para comprender este elemento: ¿Por qué los extranjeros no eran aceptados en Israel?

Hay una corriente de pensamiento en el A.T. que llamamos “doctrina de la elección”. Según ella, los judíos fueron elegidos por Dios para ser liberados y salvados de sus enemigos. La elección, por tanto, otorgaba unos derechos exclusivos para los hijos e hijas del pueblo de Israel. Esta doctrina mostraba una imagen particular del Dios Yahvé como una divinidad privada y exclusiva de este pueblo. Por lo tanto, cualquier acto de salvación por parte de Dios era otorgado solo a los judíos o a aquellos que cumplieran un largo proceso de incorporación a su fe (los prosélitos).

Esta forma de pensamiento fue, de alguna manera, puesta en entredicho por los profetas, quienes vieron la elección de Israel no como un privilegio sino como una vocación al anuncio de una salvación futura y definitiva para todos los pueblos. El privilegio de Israel se convierte entonces en una responsabilidad, especialmente con los excluidos y oprimidos del mundo, apartados de cualquier posibilidad de bienestar, libertad o justicia. La condición, sin embargo, era adherirse a las costumbres y tradiciones judías para conocer y adorar al Dios de Israel.

Jesús lleva esa posibilidad a un lugar más extremo. La salvación, como experiencia de salud, bienestar, justicia, libertad, etc. no se circunscribe a la adhesión a un determinado partido, grupo o movimiento. Es una experiencia de encuentro siempre posible con Dios, quien sale al paso de todos aquellos que ven amenazada la posibilidad de vivir con dignidad. 

El pasaje que leemos este fin de semana del evangelio de Mateo muestra la reacción de Jesús al rechazar la petición de la mujer cananea, una que no pertenece al pueblo de Israel y que no se adhiere a sus costumbres, con un carácter catequético. Su actitud, tal vez, refleja el pensamiento tradicional de muchos judíos. Pero la mujer, maestra de fe en este caso, ofrece una lección de confianza que supera la mentalidad de muchas personas religiosas. Ella ha entendido de qué se trata la salvación del Reino de Dios: un ofrecimiento generoso que alcanza aquello que el corazón desea y que no se restringe a ciertos grupos y etnias. Jesús alaba la fe de la mujer; su respuesta osada muestra una disponibilidad y apertura para recibir un poco, suficiente para darle  bienestar a su hija.

El deseo de amar y servir a Dios puede estar motivado por una intención auténtica de servir a los otros, de ayudar en el proyecto de construcción del Reino de Dios, de aceptar el amor y la misericordia de Dios como un regalo cuya abundancia es directamente proporcional a la cantidad que se ofrece a los demás. Infortunadamente, muchas veces se confunde ese deseo de servir y amar con la exclusión y la intransigencia.

Por otro lado, esta mujer ha entendido que creer también es un asunto de servicio a los otros, no un privilegio para exhibir. Su plegaria de intercesión le da una dimensión solidaria a su fe, lo que la hace grande entre los personajes del evangelio de Mateo.

En tiempos de miedo, como los que estamos atravesando, el riesgo de excluir a los otros es cada vez más grande. Se los excluye porque tememos agotar los recursos y no tener suficiente para la supervivencia. Pero también se excluye a otros por considerarlos indignos o inapropiados para recibir algún beneficio. En este sentido, cierto tipo de mentalidad religiosa puede exacerbar ese tipo de pensamiento.  

El deseo de amar y servir a Dios puede estar motivado por una intención auténtica de servir a los otros, de ayudar en el proyecto de construcción del Reino de Dios, de aceptar el amor y la misericordia de Dios como un regalo cuya abundancia es directamente proporcional a la cantidad que se ofrece a los demás.

Infortunadamente, muchas veces se confunde ese deseo de servir y amar con la exclusión y la intransigencia. Con el pretexto de honrar y respetar lo divino se termina cayendo en extremos de discriminación por diversas razones, muchas de ellas de tipo moral; es decir, hay que comportarse de cierta manera para recibir el regalo de la salvación.

Una de las características de la novedad en la salvación ofrecida por Jesús es la proximidad suya a todos aquellos considerados impuros o indignos de ser bendecidos. Es Dios quien sale al encuentro y nosotros los reconocemos, y le damos la bienvenida. Por alguna razón de la providencia divina, el Dios Yahvé quiso revelarse a través de su Hijo en las situaciones de las personas, particularmente en los contextos de opresión, marginalidad y mendicidad. Es allí donde Jesús muestra su poder liberador, abriendo el espectro de la salvación para aquellos que no se alinean con los ideales de santidad de una religión que se dedicó a buscar purezas y a olvidarse de las indigencias humanas y su necesidad de salvación.

El virus de la exclusión ronda por todos lados. El peligro de volvernos excluyentes, de segregar a los otros por no vivir bajo ciertos criterios morales, es siempre un riesgo para quienes hacemos parte de ciertas instituciones religiosas. El evangelio nos reta a ampliar nuestra mirada contemplando a Jesús atender a la súplica de esta no-judía y alabar su respuesta de fe, repuesta que se convierte en modelo, no solo por su audacia, sino porque dinamita los esquemas cerrados inventados por nosotros para asegurarnos un lugar privilegiado.

 

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