Un sentido peculiar de la justicia

Homilía domingo XXV del tiempo ordinario

¿Cuál es el sentido de la justicia que ofrece el evangelio? A veces no se ajusta a lo que hemos convenido como justo, bien sea por las diferencias culturales que nos separan del mundo de los autores bíblicos, bien sea porque los valores evangélicos desafían las convenciones tanto de ese tiempo como las actuales. Ya bien lo dice el profeta Isaías: “Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes”.

Justicia y misericordia son dos términos que van de la mano en la propuesta del Reino de Dios predicada por Jesús.

Este fin de semana escuchamos en el evangelio de Mateo la parábola de los trabajadores de la viña (Mateo 20, 1-16) donde se refleja la realidad de muchos individuos y familias en tiempos de Jesús: trabajo casual y subempleo sin ningún tipo de seguridad laboral ni beneficios o prestaciones sociales. La situación tan precaria obligaba a muchos a ofrecer su trabajo por menos de lo justo o necesario. Palestina en los tiempos de Jesús era una tierra de miseria.

Jesús toma como motivo esta situación cotidiana tan desastrosa y la hace parábola para hablar de la forma tan peculiar como Dios Padre actúa: no sólo es generoso al pagar a todos por igual, sino que ofrece trabajo en su viña a todas horas del día. Habría que considerar dos cosas aquí. Primero, no se trata de un ramplón comunismo, la motivación no es medir a todos con el mismo rasero, se trata de una cuestión de dignidad básica: el denario por día era, tal vez, el único medio que estos trabajadores y sus familias tenían para sobrevivir.

Segundo, el trabajo, como derecho fundamental de la persona, habla de su capacidad creativa y su llamado a participar activamente en la obra de Dios. Sea un trabajo mental o manual, en ello se desarrolla esta inalienable vocación  creadora de todo ser humano. Al buscar trabajadores a distintas horas, el dueño de la viña reconoce esa necesidad y la dignifica.

Lo que resulta un poco escandaloso aquí es que el protagonista de la parábola da a cada trabajador no lo que se merece, según las horas trabajadas, sino lo que necesita para sobrevivir, sin importar el tiempo trabajado.

Al final se destaca el contraste entre los celos avaros de los primeros jornaleros (“¿por qué nos tratas igual que a los que no han aguantado el peso del día y del calor?”) y la generosidad inaudita del dueño de la viña (“yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti”).



El reino de los cielos exige una transformación en los esquemas y medidas que establecemos para el trato hacia los demás. La conversión a la que invita el profeta Isaías en la primera lectura apunta a la necesidad de juzgar las distintas situaciones, particularmente en lo concerniente a las condiciones de vida de los otros, desde una perspectiva más amplia y generosa.

Pero la parábola no es simplemente una denuncia de una situación injusta. Aquí hay toda una reflexión no solo de la generosidad divina, como es la magnanimidad del dueño de la viña, el Dios Padre de Jesucristo, que otorga de acuerdo a una percepción más amplia y generosa de la realidad, a veces difícil de aceptar.

La parábola también nos propone una reflexión sobre ciertas actitudes humanas, como la incapacidad de comprender la realidad del otro desde su punto de vista.

En esa sutil tendencia de querer ser tratados de manera especial, de esperar el reconocimiento y la recompensa por nuestros esfuerzos, que en sí mismo no tiene nada de malo, a la larga nos puede hacer ciegos ante la realidad menos afortunada de otros, que no han tenido las mismas oportunidades y que nos hace exigir lo que por generosidad y esfuerzo de otros (y no por mérito propio) hemos recibido.

El reino de los cielos predicado por Jesús exige una transformación en los esquemas y medidas que establecemos para el trato hacia los demás. La conversión a la que invita el profeta Isaías en la primera lectura (“Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes”) apunta a la necesidad de juzgar las distintas situaciones, particularmente en lo concerniente a las condiciones de vida de los otros, desde una perspectiva más amplia y generosa, reconociendo que a muchos se les ha privado de las oportunidades necesarias para vivir dignamente, pero además, que la generosidad de Dios supera nuestras limitaciones.

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