Una tensión hacia dos futuros

XXXII Domingo del tiempo ordinario

Empezamos la recta final del tiempo litúrgico. En un par de semanas estaremos celebrando el domingo de Jesucristo Rey del universo (22 de noviembre). Las lecturas de este, y el próximo fin de semana, nos hablarán sobre el fin de los tiempos. Por supuesto, necesitamos comprender esto en un contexto adecuado. No se trata del anuncio del fin del mundo, ni de una catástrofe de dimensiones monumentales que va a destruir el planeta. Se trata de una invitación a vivir de una manera prudente, preparada, sabiendo que todo en esta vida es pasajero, inclusive la vida misma.

 La parábola de las 10 vírgenes se enmarca en un contexto escatológico, es decir, la certeza de las primeras comunidades cristianas que el mundo, como lo conocíamos hasta el momento, estaba llegando a su fin y que el regreso del Señor Jesús era inminente. La segunda lectura de la carta a los Tesalonicenses (4,13-18) refleja esa certeza. Ante este panorama, estar preparados no era una simple recomendación sino una urgencia.

Con el paso del tiempo, los primeros cristianos, y las siguientes generaciones, se fueron dando cuenta que el regreso del Señor Jesús no podía ser interpretado de manera literal.  Esto no le restó importancia al mensaje de esta parábola y todos los demás textos que hablan sobre el fin. Estar preparado sigue siendo un mensaje relevante.

 Estar preparados no sólo para el momento de la muerte. Se trata de una tensión constante entre la conciencia de la finitud de la vida (vivir el presente) y seguir trabajando por lo que viene (prever el futuro), sabiendo que estamos llamados a un destino de eternidad.  

 La imagen de las vírgenes prudentes me hace pensar más en un grupo de mujeres que viven intensamente cada momento, buscando, disfrutando, ayudando, amando. El aceite de su lámpara es la alegría de vivir, es la fuerza y el entusiasmo que ponen en cada situación, es el combustible que les da energía para seguir adelante.

La debida tensión, como lo decíamos antes, entre el momento presente, como lo llamaba bellamente Santa Teresita del Niño Jesús: “sólo por hoy”, y el destino abierto a la vida eterna, hace que vivamos con intensidad cada instante, sin agotar todo de una sola vez, más bien preparando dos futuros: el de resurrección esperado y proclamado por nuestra fe y el de este planeta para los que vendrán después.

Pero esas mismas chicas, aún manteniendo sus lámparas encendidas, fueron capaces de prever la larga espera y la demora del novio. Sus reservas les dieron entrada al banquete nupcial. 

Cada momento encierra una posibilidad para descubrir algo nuevo, para disfrutar de la existencia que Dios nos ha dado, para crecer y desarrollar cada uno de los aspectos de nuestra vida. 

Pero no todo es emoción. A veces la vida se torna monótona. La rutina diaria nos va adormeciendo mientras vemos pasar el día haciendo las mismas cosas. Y llega el fin de semana y vuelve una rutina distinta, pero al fin de cuentas, rutina. 

Entonces, cuando menos pensamos, todo se acabó. Se acabó la fiesta, se acabó el curso, se acabó la escuela, se acabó el año. Tantas cosas que quisimos hacer fueron quedando postergadas para una “mejor ocasión” y terminaron quedándose en el deseo, sin realizarse.

Por otro lado, disfrutar cada momento de la vida no puede enceguecernos ante la realidad de la finitud del momento presente. Todo pasa, todo cambia, pero vendrá otro momento. Prever el futuro requiere de esa dosis de sabiduría y prudencia para no malgastar todo de una vez, para no agotar los recursos y las energías, sobre todo, para comprender que estamos llamados a un encuentro definitivo con el Dios de la vida.

La primera lectura (Sabiduría 6, 12-16) hace un elogio de la sabiduría. En la Biblia, ésta no es simplemente un compendio enciclopédico de conocimientos. Más bien es la capacidad de tomar las decisiones acertadas en el momento necesario, es, si se quiere, una sabiduría práctica para vivir bien.

Es este el tipo de sabiduría que ostentan las muchachas previsoras, quienes, preparadas para la fiesta y ante el largo retraso, no se quedaron cortas. Estaban preparadas.

La debida tensión, como lo decíamos antes, entre el momento presente, como lo llamaba bellamente Santa Teresita del Niño Jesús: “sólo por hoy”, y el destino abierto a la vida eterna, hace que vivamos con intensidad cada instante, sin agotar todo de una sola vez, más bien preparando dos futuros: el de resurrección esperado y proclamado por nuestra fe y el de este planeta para los que vendrán después.

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