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Dios y el sufrimiento: un mito filosófico de Hans Jonas

No se puede pensar en Dios sin confrontar este nombre con el sufrimiento humano. Una pandemia como la actual demuestra que toda reflexión sobre la deidad es atravesada por nuestro dolor. Los grupos extremistas dan promesas incumplidas: su salvador no llega. La teodicea clásica se ha agotado: no podemos salvar al omnipotente con argumentos de la razón instrumental. Sin embargo preguntamos: ¿puede haber un dios en medio de la crisis? ¿Cómo puede haberlo?

Un sentimiento parecido emergió entre los judíos después de la Segunda Guerra Mundial. De esto nos queda el testimonio, por ejemplo, de la conferencia dada por Hans Jonas en 1984 en Alemania. En este texto, titulado posteriormente “El concepto de Dios después de Auschwitz” (Der Gottesbegriff nach Auschwitz), el filósofo plantea la pregunta por la posibilidad de creer después de una catástrofe.

Jonas presenta un mito filosófico (en el sentido narrativo y conceptual) sobre la imagen de Dios y las consecuencias teológicas de su narración. El pensador habla de Dios como “el fondo divino del ser” (der göttliche Grund des Seins) y plantea una cosmogonía muy cercana a la filosofía del proceso, en la cual Dios se despoja de sí mismo para tomar parte en la creación, para ser, ante todo, ser en el mundo (In-der-Welt-Sein):

«… Más bien, para que pueda existir el mundo, Dios renuncia a su propio ser; se despoja de su divinidad para volver a recibirla de la odisea del tiempo, cargada con la cosecha ocasional de experiencias temporales imprevisibles, sublimada o tal vez también desfigurada por ellas. En este abandono de sí mismo de la integridad divina a favor del devenir incondicional no se puede suponer ningún otro saber previo salvo el que se refiere a las posibilidades que el ser cósmico ofrece debido a sus propias condiciones. Precisamente a estas condiciones entregó Dios su causa cuando se alienó a favor del mundo».

El mito de Jonas muestra a un Dios que se experimenta a sí mismo en el mundo. Dios sigue siendo el fondo del ser, pero renuncia a la omnipotencia para vivirse en la multiplicidad. La historia del tiempo es una evolución en la que Dios se desarrolla y se experimenta a sí en el mundo, la naturaleza, los animales y el ser humano, con quien llegan las dimensiones del saber y la libertad, y con ello la responsabilidad de elegir el bien y el mal. Para Jonas, esta experimentación de Dios, este hacerse mundo, no solamente implica lo bueno y lo bello, también el dolor y el sufrimiento. Dios se experimenta a sí mismo en lo más luminoso y en lo más terrible de la historia, dado el drama de su libertad apasionada.

Esto lleva a las implicaciones del mito para la teología y la filosofía de la religión. Pensar a Dios después o en medio del sufrimiento transforma la imagen (en lenguaje humano) que se tiene de la deidad. La primera implicación es que hay que hablar de un Dios sufriente. Jonas aclara que no se trata de la afirmación cristiana en la cual Dios sufre únicamente en Jesús de Nazaret, puesto que esta es una visión muy estrecha. Se trata del sufrimiento de Dios en la naturaleza, la historia y la humanidad: Dios sufre en toda la creación en la medida en que acontece mundo. 

La segunda consecuencia es la imagen de un Dios que deviene. A diferencia de la teología platónico-aristotélica de una divinidad estática, Jonas plantea el símbolo de un Dios que no permanece idéntico, sino que acontece en el mundo; es más, es afectado y alterado por el mundo, y por lo tanto su condición cambia. 

La tercera consecuencia es la imagen de un Dios preocupado. Se involucra en aquello que le preocupa: en el sufrimiento de su creación. Tal involucramiento transforma no sólo al ser humano, a los animales, a la tierra y los planetas; también a Dios, pues se pone en un estado de vulnerabilidad, susceptible a cambios y a dolor, ya que él se experimenta en la creación.

La cuarta consecuencia, la más radical, es que Dios no es omnipotente. Se distancia de la concepción teológica clásica que considera a una deidad que puede romper todos los límites. Jonas nos recuerda que «poder» significa alcanzar algo; pero si no hay nada que alcanzar, entonces no hay poder. El poder consiste en la superación de una barrera existente. Pero la omnipotencia derrumbaría todas barreras, es más, las aniquilaría; por lo tanto el poder absoluto sería un poder vacío si no hay una otredad con la cual pueda compararse o a la cual pueda superar. 

El argumento teológico de Jonas pone en juego tres características de Dios: el bien absoluto, el poder absoluto y la comprensibilidad absoluta. Pero estas características se contradicen entre sí cuando las enfrentamos a la realidad del sufrimiento. Un evento como el de Auschwitz hace pensar que Dios es todopoderoso e incomprensible, pero no es bueno para eliminar el sufrimiento, o que Dios es bueno y quiere eliminar el sufrimiento, pero no puede, y esta es la opción de Hans Jonas. Por amor a la libertad, Dios ha decidido no poder. 

Según Hans Jonas, Dios no puede intervenir en el fluir del mundo porque Dios se autolimitó en su creación, dejó de actuar para que la creación tuviera vida propia. Como ejemplo, propone la teoría del Zimzum, tomada de la Cábala hebrea, en la cual Dios se contrae para que la creación exista, se arrincona para que otro ser sea. Jonas radicaliza esta propuesta diciendo que Dios se queda quieto ante los acontecimientos del mundo y no puede hacer nada sobre ellos o contra ellos porque su acción inicial les permitió tener su propia corriente. Por lo tanto, la tarea del ser humano no es pedirle a Dios que intervenga o detenga las aguas, sino hacerse él mismo responsable ante Dios y el mundo, y dejar que el mundo sea, glorificando a Dios y permitiendo que Dios se experimente en el mundo mediante el ejercicio responsable de su libertad. 

Mientras tanto, el ser humano se vale de su propia inteligencia para combatir el sufrimiento y las causas de este. Dios renuncia a todo poder con el fin de experimentarse mundo. Por lo tanto está en manos de las personas construir su propia historia. La divinidad será el fluir del combate, la construcción de una inteligencia solidaria. 

 

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