HansKung

Hans Küng: una mirada crítica de la historia cristiana

El 6 de abril de 2021 se anuncia la muerte de uno de los teólogos más controversiales y consecuentes del siglo XX y XXI, Hans Küng. Este pensador que ha estado en los límites del catolicismo y el protestantismo, en diálogo con las religiones y el ateísmo, con Sartre y con Karl Barth, y en los debates más fuertes y sobrios con los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, nos deja un legado bibliográfico invaluable.  

En sus libros autobiográficos, “Libertad conquistada” y “Libertad controvertida”, Küng nos enseña que la fe siempre está en debate, la espiritualidad en camino, y la Iglesia es un espacio abierto, invisible, que va más allá de lo institucional.

Küng no es un pensador individual. Trabajó con un grupo de investigadores especializados en diferentes aspectos que le daban aportes eruditos sobre temas tan diversos como el judaísmo, el Islam, las religiones de la India. El suizo, al final, daba el aval y la probación, ponía su firma y ofrecía un producto con reflexiones teológicas de su propia mano, tales como puntos esenciales y resúmenes de ideas que aportan una estructura visual bastante estructurada a sus libros. 

También debe decirse que Küng no es propiamente un teólogo del escándalo. Es más bien un pensador sistemático que trata de conservar la fe, dándoles nuevos significados a la luz de preguntas contextuales que no fueron planteadas en la época del Nuevo Testamento o del surgimiento de los credos. El gran aporte que realiza es el diálogo enciclopédico con la filosofía, la ciencia, la música y la literatura. Pero, ante todo, el estudio de la historia desde categorías científicas, el cual rescataremos en este artículo.

De Hans Küng es valioso rescatar su historia de las religiones desde la concepción de los paradigmas científicos de Thomas S. Kuhn. Este historiador de la ciencia dice que las épocas corresponden a constelaciones de significado que responden a estructuras internas y que son inconmensurables, no se pueden comparar a ellas mismas. Entre ellas se destacan sus estudios sobre el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam.

En su libro titulado “El cristianismo: esencia e historia”, el teólogo suizo, en una mirada histórico-científica del cristianismo, divide las épocas del cristianismo en los siguientes:

  1.       El paradigma judeo-cristiano del primer siglo.
  2.       El paradigma ecuménico-helenista de la antigüedad.
  3.       El paradigma católico-romano de la Edad Media.
  4.       El paradigma evangélico-protestante de la Reforma.
  5.       El paradigma racionalista y progresista de la modernidad.

1. El paradigma judeo-cristiano del primer siglo

Según Hans Küng, el cristianismo surge en un paradigma muy particular, el del judaísmo del primer siglo. Este paradigma se caracteriza por la creencia judía apocalíptica en el fin del mundo, en la lucha por la liberación de la tierra, en la esperanza de un mesías y la necesidad de fundamentar la fe en el Resucitado en un texto sagrado, la Biblia Hebrea. No es un paradigma definitivo. No es que los cristianos debieran siempre ser judíos. Küng considera que el cristianismo judío fue una etapa superada, con aspectos positivos y negativos con los que el cristianismo debe jugar en su momento.

2. El paradigma ecuménico-helenista de la antigüedad

Pero los tiempos cambian. El cristianismo brota en un mundo que ya no es judío. Su teología es desafiada por imágenes y metáforas que desconocía. Conceptos como los del Bien, lo Verdadero, lo Bello y lo Justo, heredados de la filosofía de Platón desafían la constelación simbólica del judeocristianismo primitivo. Pero también creencias como las sabidurías divinas, los espíritus celestiales y los conocimientos secretos proponen nuevas maneras de religarse a la divinidad. Cultos muy diversos. Filosofías muy atractivas. Por esto la fe tiene que proponerse en categorías de la filosofía griega para hacerse entender y también alimentarse de la cultura. Aquí aparecen pensadores como Ireneo, Tertuliano, Clemente y Orígenes. Ellos traducen la fe apocalíptica de Palestina a un reino cosmopolita.

Küng considera que el cristianismo helenista tiene su origen en San Pablo y culmina en Orígenes de Alejandría. Este último, nos dice el pensador suizo, es la mente más brillante que ha producido la fe cristiana en la antigüedad. Mientras que los logros del pensamiento de Pablo expanden la fusión entre creencia hebrea y mundo helenista. Así lo resume el teólogo de Tübingen:

  •         Mediante Pablo, la misión cristiana a los gentiles (que existió antes y al mismo tiempo que la suya) obtuvo, en contraposición a la judeohelenista, un éxito sensacional en todo el imperio (¿hasta España?).
  •         Mediante él se llegó a una auténtica inculturación del mensaje cristiano en el mundo de cultura helenista.
  •         Mediante él, lo que era una pequeña «secta» judía devino en una religión universal por medio de la cual, como ocurriera anteriormente con Alejandro Magno, Oriente y Occidente se conectan estrechamente.

Según Küng, el centro de la reflexión cristiana empieza a desplazarse del mundo judío al griego. Y así surgen temas teológicos ajenos a la mentalidad apocalíptica: la vincularidad entre las tres personas de la Trinidad, la relación entre la humanidad y la divinidad de Jesús, la existencia de Dios antes del inicio de los tiempos.

Los cristianos son tachados del delito de lesa majestad, de alta traición o de insurrección contra el Estado. Son llevados al circo y quemados como espectáculo. Muchos de ellos mueren declarando que Jesús es el Señor y no el César. Entre ellos se destacan personajes de ambos sexos como Ignacio, Policarpo y Justino, Blandina, Perpetua y Felicidad. Así se dio un sentido más profundo a la palabra griega Mártir (testigo): testigo con su sangre, por dar sus vidas en testimonio de Jesús. Sin embargo, muchos otros abandonaron la fe por temor a perder la vida o ser perjudicados.

3. El paradigma católico-romano de la Edad Media

Con el paso del tiempo, el cristianismo se encuentra con el poder imperial. Con esto nace el tercer paradigma, católico-romano de la Edad Media. El emperador Constantino hace de la fe cristiana su arma ideológica para dominar al pueblo. Algunos huyen al desierto y fundan la vida monacal. Ciertos creyentes se vuelven fieles defensores del emperador. Otros, sin ser ni monjes ni servidores imperiales, buscan la manera de interpretar la realidad histórica en la que están viviendo y proponen teologías que enfrentan preguntas de la época, como la caída de Roma, el sentido de la historia y la realidad de la salvación.

Según Hans Küng, Agustín es el padre del paradigma católico-romano medieval, pues acuña como ningún otro teólogo la teología y espiritualidad del lado occidental del imperio, escrita en latín y en solidaridad con Roma. Entre las obras más importantes de Agustín se encuentran Las Confesiones y La Ciudad de Dios. Muchos de sus mejores escritos surgen de sus controversias teológicas con diferentes cristianos.

El paradigma medieval se funda teológicamente en Agustín y culmina en Santo Tomás de Aquino. El problema principal que enfrenta este filósofo es: ¿cómo pueden dialogar la fe y la razón? Y concluye afirmando que la fe nos sirve para vivenciar la revelación especial, Cristo y la Biblia, mientras que la razón y la ciencia funcionan para comprender la revelación terrena, el mundo natural. En cuanto a la relación entre la fe y la razón, Tomás dice que hay verdades que están al alcance de la razón, de las cuales se ocupa la filosofía. Pero hay otras verdades más allá de la razón, y de ellas se ocupa la teología. Hay verdades que son reveladas, pero que la razón puede ayudar a demostrarlas. La razón ayuda a comprender de una forma completa las cosas que se aceptan por la fe. Así, la filosofía no es una amenaza para la fe, sino un instrumento para la confianza.

Como señala Küng, el reconocimiento de la filosofía como una “hija de Dios”, tiene un cambio liberador en la teología:

  •         Se comienza a pensar en la tierra, las criaturas y el conocimiento empírico.
  •         Se valora el análisis racional y no solamente la fe.
  •         Se impulsa la investigación científica.

De esta forma, Tomás de Aquino permite una revaloración de la teología. Ahora la fe dialoga con la razón. Se interpreta la Biblia desde un sentido histórico y literario y no solamente espiritual. Se le da importancia a la naturaleza. Se reconoce que todas las personas tienen un derecho natural. Todos son seres humanos, no solamente los cristianos. Y enfatiza que la mujer es creada, como el hombre, a imagen y semejanza de Dios.

4. El paradigma evangélico-protestante de la Reforma

Pero todo paradigma se agota. Las institucionalidades aplastan. Los sistemas se cierran sobre sí mismos. Se hace imposible la vida. Surge entonces el paradigma de la Reforma protestante como una de tantas formas de resistir ante las imposiciones doctrinarias. Ya se había separado la Iglesia de Oriente. Ya habían brotado alternativas críticas, como la de Francisco de Asís. Ya muchos sacerdotes, como Juan Wycliff y Juan Huss se habían opuesto a los abusos. Era necesaria una nueva forma de ver lo Sagrado: Gracia, Fe, Justificación, Sacerdocio de todos los creyentes. Brota entonces un nuevo paradigma que separa a la Iglesia occidental pero permite la diversificación de otras imágenes de fe.

Küng, a quien se le considera el más protestante de los católicos, valora con fuerza el surgimiento de la teología de Lutero. El suizo considera que el debate del reformador alemán contra la IGlesia puede resumirse en los siguientes factores:

  •   A todas las tradiciones, leyes y autoridades surgidas en el curso de los siglos, Lutero contrapone el primado de la Escritura: «la Escritura sola» (sola Scriptura).
  •   A los miles de santos y miles y miles de mediadores oficiales entre Dios y el hombre, Lutero contrapone el primado de Cristo: «Cristo solo» (solus Christus). Él es el centro de la Escritura y, por consiguiente, punto de orientación para toda la interpretación de la Biblia.
  •   A todas las prestaciones y esfuerzos religiosos devotos del hombre («obras») ordenados por la Iglesia para conseguir la salvación del alma, Lutero contrapone el primado de la gracia y de la fe: «la gracia sola» (sola gratia) del Dios benigno, como se ha mostrado en la cruz y resurrección de Jesucristo, y la fe incondicional (sola fide) del hombre en ese Dios, su confianza absoluta.

La Reforma, dice Küng, tuvo muchos aspectos liberadores, pero también sus puntos problemáticos. Lutero, como se sabe, fue defendido por algunos príncipes alemanes. En este sentido, les debía alguna lealtad. Esta la pagó Lutero al permitir que los grupos de radicales de la reforma, liderados por Thomas Müntzer, fueran aniquilados y maltratados en nombre de la fe cristiana. En lugar de someterse al Papa, la iglesia de Lutero fue sometida al Estado. Esto empoderó políticamente a los príncipes alemanes, dándoles el control no sólo de la iglesia sino también de la población mediante una importante justificación religiosa. Como señala Küng, “el príncipe regional terminó por convertirse en algo así como un Papa en el territorio propio”.

También valora en sentido positivo a Juan Calvino como sistematizador del protestantismo. Pero reconoce la fuerza dictatorial que se esconde bajo sus imposiciones en ginebra. Küng nos recuerda que el gran sistematizador protestate dirige durante varios años la ciudad reformada de Ginebra en Suiza. Su estilo de vida rígido y sus doctrinas académicas se van volviendo la ley de aquella comunidad. Una ley que llega a ser muy dura. Acaba con la vida de quienes reclaman la diferencia. Este es el caso de Miguel de Servet, un médico y teólogo que había dicho que la Trinidad era un monstruo con tres cabezas e insistía con fuerza en la unidad de Dios. Servet estaba siendo perseguido por la Inquisición Católica y llegó a Ginebra en busca de refugio. Pero Calvino ordena que lo decapiten: 

“No se puede obviar la constatación de que también en la Ginebra reformada hay, como antes bajo la dominación de Roma, Inquisición, torturas y muerte por el fuego, hay terribles quemas de brujas, a pesar del aborrecimiento de muchos contemporáneos, que eran contrarios a la quema de herejes… el jurista Calvino, con su interés especial por el orden eclesiástico y derecho eclesiástico, sucumbió con demasiada frecuencia al peligro de equiparar su concepción del orden de una comunidad con el orden de Dios mismo” (Küng).

5. El paradigma racionalista y progresista de la modernidad.

Muy cercano al paradigma protestante de la reforma, se viene gestando el pensamiento racionalista y progresista de la modernidad. Los descubrimientos de Copérnico y Galileo enseñan que el planeta tierra no es el centro del universo, tampoco el ser humano. La violenta conquista de América muestra que los europeos no son los únicos seres ni que el cristianismo es la única creencia. El descubrimiento del ser humano como sujeto pensante por parte de Descartes. El cuestionamiento de las verdades de la fe para dar paso a la razón. La ciencia. El empirismo. La democracia. La sospecha ante la represión sexual. El surgimiento del capitalismo. La crítica al capitalismo por parte de pensadores como Marx y Engels. La teoría de la evolución de las especies propuesta por Darwin. El estudio científico de la Biblia. Factores que permiten re-pensar la fe a la luz de nuevas constelaciones de significados. El cristianismo de cara a nuevas preguntas. El cristianismo debe reinterpretarse a sí mismo.

Küng considera que la modernidad es un proceso histórico, político, económico, cultural y filosófico de transición de una concepción del mundo hacia otra. Los nuevos horizontes plantean un gran desafío al pensamiento cristiano. Ahora es más importante la razón que la fe,  la naturaleza que la gracia, el derecho natural que la moral cristiana, el mundo que la iglesia, la filosofía que la teología; y las personas se entienden más como un “yo” que como un “cristiano”.

Las iglesias, por una parte, intentan responder a la inversa: el surgimiento de la inquisición en el mundo católico y la caza de brujas y herejes en el mundo protestante. Sin embargo, muchos cristianos inteligentes entran en diálogo con las preguntas que surgen en la modernidad. Este es el caso de la ciencia bíblica moderna. Por ejemplo, el predicador Richard Simón, siguiendo las intuiciones del filósofo y biblista judío Baruch Spinoza (a quien Küng dedica varias páginas en su libro “El judaísmo”), se pregunta cómo los «cinco libros de Moisés» (el Pentateuco) pudieron ser escritos todos por Moisés si allí narran hasta la propia muerte de Moisés. Se alcanza entonces a comprender que el sólo Pentateuco es una colección que no puede provenir de un mismo y único autor, sino que es una selección de textos compilados partiendo de diversas fuentes. Así se empieza a pensar que la Biblia es un texto de fe, escrito en una situación determinada, y por lo tanto debe ser investigado de manera crítica.

De este modo se abre el paso a la reflexión de la fe no sólo desde la aceptación sino también desde el cuestionamiento, que Küng valora como positivo. Ahora se puede reflexionar la Escritura a partir de la razón. Así se logra superar la concepción tradicional de una inspiración literal, “casi mecánico-mágica de la Biblia”, en favor de una hermenéutica universal que se pregunta por los autores, contextos y situaciones en que se escribió cada uno de los textos.

6. Hacia un cristianismo ecuménico y posmoderno

La razón moderna entra en crisis y abre las puertas para lo que se puede llamar la posmodernidad o crisis de la modernidad. Küng es un defensor de este nuevo paradigma, no porque sea mejor que los demás, sino porque es el que nos tocó vivir. El teólogo suizo observa que mientras el primer mundo se considera en avanzada, también su razón instrumental deviene en barbarie. Auschwitz. Los campos de concentración nazis. La destrucción de grandes masas en África, Asia y América Latina. El pensamiento cristiano empieza a reflexionar la realidad no solamente a la luz de la filosofía. También se necesita del pensamiento social para ubicar el papel del cristianismo en el mundo. No es sólo dialogar con teorías. Es dialogar con realidades. Así brotan las teologías marginales y del tercer mundo, además de las sensibilidades posmodernas.

Küng nos recuerda que el protestantismo, con teólogos como Schleiermacher, Rudolf Bultmann, Paul Tillich, se venía abriendo desde hacía tiempo al pensamiento moderno. No así sucedía con el catolicismo oficial, anquilosado en dogmas del siglo XIX impulsados por el Concilio Vaticano I en 1873.

Pero el Concilio Vaticano II, al que Küng tiene el privilegio de asistir como secretario, es diferente, pues abre las puertas para el diálogo con otras iglesias, reconociéndolas como “hermanas”. Este encuentro permite la participación de observadores oficiales de Iglesias no católicas y así amplia la discusión en torno a la unidad de los cristianos del mundo. Se concluye que lo más importante es que la fe cristiana sea puesta en práctica por los miembros de las diferentes Iglesias. La verdad del cristianismo no es una doctrina abstracta, sino espíritu y fuerza, realidad y vida. Esta verdad se manifiesta con tanta mayor claridad cuanto mejor la vivamos. Una verdad cristiana cuyo núcleo es el amor.

Sin embargo, los detractores o revisionistas del Concilio llegan al poder en la Iglesia Católica. Estos se oponen a sus consecuencias teológicas y eclesiológicas. Küng es uno de los teólogos juzgados por estas perspectivas. Le quitan las cátedras oficiales, pero no le pueden quitar el sacerdocio, ya que Küng no comete ninguna falta moral. Por esto continúa como teólogo católico hasta su muerte y se concentra en el instituto para la ética mundial, defendiendo la tesis de que “no hay paz en el mundo si no hay paz entre las religiones, y no hay paz entre las religiones si no hay diálogo entre las religiones”. De allí que se vuelque a defender el diálogo ecuménico e interreligioso de cara a la construcción de una sociedad común basada en los derechos humanos y en el reconocimiento del otro. Este teólogo abre paso a un nuevo paradigma.

Como asegura Küng, los paradigmas producen sistemas de pensamientos. Estos sistemas corren el peligro de convertirse en prisiones, de encerrarse en sí mismos y no mirar a la realidad. De allí que sea necesario conocer la época en la que estamos y pensar la fe desde nuevas categorías. Esto es lo que hace en sus libros “Ser cristiano” “ ¿Vida eterna?” y “Credo”. Allí Küng plantea una relectura de la fe de cara a las críticas que hacen la filosofía, la historia y la ciencia. Pone en juego la convicción que atraviesa el tiempo y logra afirmar, desde una óptica crítica: “yo creo”.

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