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La que busca a Dios en todos lados… y lo encuentra

Sor Juana Inés de la Cruz

Introducción a tres egos y en tres tiempos

Con hambre y sed de las imágenes espirituales femeninas, llegué hace algunos meses al curso Sor Juana Inés de la Cruz: la teóloga Latinoamericana, impartido por Marilú Rojas Salazar, que hace parte del equipo de las Teólogas e Investigadoras Feministas de México, a quienes ya había tenido la alegría de conocer.  

Durante algunos meses, un grupo de mujeres laicas y religiosas -y un hombre- de varios países, me regalaron una experiencia con aquella mujer intelectual, curiosa, feminista, alquimista, espiritual, mística. Conocí a Sor Juana no sólo de la mano de Marilú, sino también de cada una de ellas y sus experiencias, y este escrito es un tejido de esas conversaciones que cada sábado ocurrían,  que yo luego, en una noche de la semana, revivía, gracias a la virtualidad de los cursos. 

De ellas aprendí, con ellas me reí, y el encuentro sucedió en esa doble vía: la experiencia de escucharlas y la que nos unía con aquella a quien veníamos a conocer: la escritora, la poeta, la feminista, la teóloga, la alquimista del alma y el espíritu, cuya vida también hoy nos atraviesa. 

Estas palabras, que bien podrían ser un poema, una obra teatral o una pintura, son para mí una manera de darle vida a una imagen espiritual femenina para invocar, para sentir, para hacerla presente en mi vida. 

Una imagen que nos permite reconocernos “ateas del dios patriarcal” mientras le rezamos a Sor Juana, “la que busca a Dios en todos lados, y lo encuentra”. 

I. Yo, la peor de todas

México. 
Nepantla de Sor Juana Inés de la Cruz, población mexicana ubicada en el municipio de Tepetlixpa. 
Año 1648, más o menos. 
Nace una niña que pronto dice querer aprender a leer y escribir. 

El deseo de la pequeña Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana, se convierte en una opción por la vida monástica en su adolescencia.
Hay un
sino que la lleva, y ella lo sigue. 

“Oí decir que había universidades y escuelas”, dijo muy joven.

Como Jerónima, comunidad monástica de orientación contemplativa, cumple con delicada disciplina su tarea diaria de mantener una observación atenta y detenida, que ocurre, generalmente, en silencio, en su relación con los libros y la pluma. 

Se acerca al conocimiento no solo para conocerlo, sino, especialmente, para acercarse a Dios a través del acto aquél, que “En el principio”, se presenta como el más sublime, que asemeja a la creatura con su Creador.
Su  creación propia  y su pensamiento desbordan en creatividad, bien narrada en lírica o prosa, igual que en piezas teatrales o en profundas disertaciones teológicas. 

Su vida misma es un desafío al establecimiento de la Iglesia. 
A teólogos y obispos responde con la profundidad de un alma comprometida con la pasión del mismo amor de Dios, y con la razón de una mujer sabia que sabe “que no la quiere ignorante el que racional la hizo”. 
En su cocina alquímica calienta los afectos de su pasión erótica para mezclarlos con la razón kantiana. Observa las estrellas y en ellas escucha el palpitar de la vida. Su camino místico invita a la danza del alma y el espíritu. 

¿¡Cómo no va a ser la peor de todas!? 
Esa, que trata de encontrar a Dios en el camino intelectual del que solo han sido dignos los hombres de dios. 

¿¡Cómo no va a ser la peor de todas!?
Esa, que en época de la Inquisición se atreve a pensar, y cuyo saber es sospechoso de brujería, lo que solo podría confirmarse en el violento acto feminicida que ocurre ahí, en la plaza, en lo público, en la prensa. 

¡¿Cómo no va a ser la peor de todas!?
Esa, que en el silencio del monasterio se dedica a reflexionar y escribir para cuestionar la realidad de muchas. 

¡¿Cómo no va a ser la peor de todas?!
Esa, que busca a Dios, convencida, en sus propios caminos, y cuya soledad podría narrarse, poéticamente, como una profunda incomprensión. 

¡¿Cómo no va a ser la peor de todas?!
Esa, que acepta el merecimiento. Que cree, con verdadera fe, que Dios ha puesto un impulso natural en su historia, el de escribir. 

¡¿Cómo no va a ser la peor de todas?
Esa, que recibe su vida como un don, que busca a Dios en todas partes, y lo encuentra. 

II. Yo, la feminista

“Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”. 
Virginia Woolf 

Que el feminismo no es un concepto que existiera en su época. 
Que ¡claro!, que es una “hija de su tiempo”, pero así mismo es feminista en su época. 
Que lo es porque una feminista, tanto ayer como hoy, “no puede resolver su vida de otra manera” que en esa infantil búsqueda en la soledad, más aún, en la vida monástica. 
¡Evidentemente! Es una mujer narcisista. 
Pero Juana supera las “trampas”, va más allá de ese infantilismo religioso en el que ha estado puesta la mujer, y se enfrenta a las autoridades patriarcales para romper sus propios “techos de cristal”, esos  que constantemente nos recuerdan que “hasta aquí pueden llegar las mujeres”. 
Supera los conceptos y se adelanta a ellos. Es feminista en el sentido en el que va teniendo consciencia crítica de quién es ella y cuál es su realidad, alimentando la alianza  a través de la confianza, pues “solo aquella que cree en sí misma tiene fe para creer en Dios”. 

Antes que “santa”, Juana Inés de Asbaje, es mujer. Conoce el valor de sus bienes terrenos, intelectuales y espirituales,y estos no se ven afectados por la pasión de su fe. Mucho después, dirá Virginia, evocando tal vez a Sor Juana, la economía de una mujer, es mística.  

Al final, sin embargo, hija de su época, muere Sor Juana presa de una profunda tristeza, creyendo ella que cuidando a otras y abandonando su escritura, ha traicionando su destino.
Escribe ella para la historia, sin saberse escritora.

III. Yo, la teóloga 

La teología de una mujer es, casi siempre, sospechosa y mal vista. 
Juana, la gran pensadora teológica, sin ser teóloga y a riesgo de ser condenada y quemada en la hoguera, se atreve a buscar a Dios por sus propios medios, habla de Jesús como la abeja más bella, le da cuerpo a su amor con la divinidad y su deseo es satisfecho en el conocimiento que la lleva a la sabiduría.  ¡He aquí el pneuma, el Espíritu de Dios!. 
Su cristología es amorosa, erótica, apasionada. Él es su amante. Y ella su amada. Él ha muerto por amor. “Muero, quién lo creerá, a manos de la cosa que más quiero”, escribe en sus poemas, pero en su voz, diría Cristo, “no me quitan la vida, yo la doy”.
Al darle este giro de sentido a la Cruz, con su pasión, nos invita a superar la culpa. “Que si son penas las culpas, que no sean culpas las penas”, cantan sus letras. 
Si se es mujer, dirá también, “la culpa más grave es el ser dichosa”. 
Pero la experiencia espiritual ha de ser un espacio de felicidad y gozo para nosotras, nunca más un escenario de sacrificio, sufrimiento, miedo e inseguridades. 

Juana es dichosa, digo yo… Canta, baila, actúa en los escenarios de los conventos. 
Como poeta es más arriesgada que los teólogos. 
Sus metáforas poseen el silencioso misterio de lo femenino y la fuerza apasionada de sus entrañas.
Su camino, solitario y silencioso, es su recurso para estar con ella misma. 
Y no hay terror en dicha soledad. 
No es una trampa el silencio, sino la decisión de aquella que, virtuosa, pues se aleja de la ignorancia, busca en el camino interior a Dios y a ella misma. 

Y es allí donde se hace mística.
Nunca está sola aquella que ve a Dios en todos lados. 
No le abruma el silencio a aquella que sabe quién es. 
Y no puede fingir ser otra.

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